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Las piedras de tropiezo en nuestro servicio en la iglesia


¿Alguna vez te sentiste cansada en el servicio? Creo que todos nos hemos sentido así alguna vez. 


Hay muchas buenas razones para tomar una pausa, o quizás revisar si estamos llenándonos demasiado con distintos ministerios y decidir enfocarnos en sólo alguno de ellos. 


Si te sientes cargada, quizás es momento de preguntarte cómo puedes ser una mejor administradora de tus dones y tu tiempo al servicio del Señor.


No sé cuál sea tu situación puntual, pero tomar una decisión para dejar de servir en alguna área o tomar una pausa, es algo muy personal y que debe hacerse con conciencia y cautela. Te invito a orar al respecto y a conversar con tu pastor o líderes para que puedan acompañarte. 


Habiendo dicho esto, aclaro que mi intención en estas líneas, es animarte a que juntas podamos descubrir algunas de las piedras con las que podemos tropezar en nuestro servicio en la iglesia y cuál es la verdad bíblica que necesitamos recordar en ese momento.


La piedra del orgullo: «estoy cargada porque los demás hermanos no quieren servir».


La realidad, hermana, es que al sentirnos de esta manera necesitamos recordar a Quién servimos, ya que, probablemente, hayamos quitado nuestros ojos de Jesús para ponerlos en los hombres. La vida de iglesia no es una competencia ni se trata de ver quién de todos hace más por el Señor o hace un mejor trabajo. A veces estamos cargados porque no damos oportunidad a los demás que desean servir, ni tampoco los involucramos; nos quejamos porque no tenemos apoyo, pero la realidad es que, una ligera pero firme sombra de orgullo en nuestro corazón, nos convence de que somos los mejores para la tarea. En Hebreos 10:24-25 leemos lo siguiente: «Consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca».


Al tropezar con esta piedra, debemos recordar que el Señor nos ha llamado a congregarnos y animarnos unos a otros en nuestro caminar cristiano. Seamos intencionales al acercarnos a nuestros hermanos haciendo preguntas y reconociendo sus capacidades. Hacerles ver que ellos pueden bendecir a otros con sus dones abrirá una puerta para que sean alentados a servir.


La piedra de la necesidad de gratificación: «La gente no agradece lo que hago por ellos».


Seamos honestas, servir a los demás es de bendición para nosotras porque también disfrutamos ver los resultados de nuestro servicio: una sonrisa en el rostro de un hermano o unas palabras de agradecimiento nos hacen sentir bien y nos animan a seguir sirviendo. Sin embargo, no siempre recibiremos una respuesta positiva como esa. Muchas veces, la gente ni siquiera se da cuenta de lo que hacemos por ellos o reaccionan mucho más fríamente de lo que esperamos.


Leamos los siguientes pasajes y reflexionemos al respecto:


«Cuídense de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de otra manera no tendrán recompensa de su Padre que está en los cielos. Por eso, cuando des limosna, no toques trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres. En verdad les digo que ya han recibido su recompensa. Pero tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna sea en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6:1-4).


«Puesto que en obediencia a la verdad ustedes han purificado sus almas para un amor sincero de hermanos, ámense unos a otros entrañablemente, de corazón puro» (1 P 1:22).


La palabra de Dios nos recuerda que no se trata de la gratificación que recibimos al servir, sino del amor puro y sincero que ejercitamos por nuestros hermanos en obediencia a nuestro Señor.


La vida cristiana no es fácil, y estoy segura de que entiendes por qué digo esto. A lo largo de mi caminar con el Señor, he podido experimentar el dolor de la decepción dentro de la iglesia. También he experimentado la decepción de encontrarme cara a cara con mi pecado, pero la alegría de ver la gracia de Dios recibirme, confrontarme y perdonarme en cada una de esas situaciones.


He escuchado testimonios de ciertas actitudes dentro de la iglesia que me sacan lágrimas y me generan muchas preguntas sobre por qué algunas personas hieren o decepcionan a otras. Hoy quiero decirte que ese no es Cristo. Recuerda que ser parte de la iglesia es ser parte de una comunidad que está siendo transformada por Jesús y que lucha cada día con su pecado. ¿No hemos nosotras también decepcionado y herido a alguien alguna vez?

 

Cuando te sientas desanimada y sin energía para servir, recuerda que todo lo que hacemos, lo hacemos para el Señor, en obediencia, y por amor a nuestros hermanos. Ese amor debemos ejercitarlo, y poner los ojos a Jesús cada vez que nos encontramos con una piedra en el camino o con nuestro propio pecado. Dios te puso donde estás para bendecir a tus hermanos y obrar en tu corazón. Nada escapa de Sus manos.


 

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