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La sumisión perfecta


El mejor ejemplo que tenemos de sumisión bíblica, es el de nuestro Señor Jesucristo. De hecho, en la Trinidad de Dios, podemos ver una relación de armonía y orden perfecto, en cuanto al plan redentor de Dios y el trabajo unido de las diferentes Personas de la Trinidad. 


En Efesios 1, leemos que Dios Padre fue quien diseñó el plan de salvación desde antes de la fundación del mundo , Dios Hijo vino a efectuar la redención diseñada por Dios Padre y Dios Espíritu Santo es quien aplica la salvación a nuestras vidas; es nuestro sello de garantía para la posesión futura de esa redención adquirida, y nos santifica a través de la Palabra de Dios y de los medios de gracia destinados por el Señor para ello.


En cuanto a la Persona y obra de nuestro SeƱor Jesucristo, Filipenses 2 nos dice que Ɖl se humilló hasta lo sumo y fue obediente hasta su muerte de cruz; por lo cual el Padre le exaltó y le dio un Nombre sobre todo nombre.


«Nada hagÔis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demÔs como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que estÔn en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre».

(FilĀ 2:3-11)


Es por eso que nuestro llamado debe ser someternos a JesĆŗs en primer lugar, pero tambiĆ©n a las autoridades que Ɖl ha colocado para nuestro bien. Esto es parte de cuidar de nuestra salvación con temor y temblor, respondiendo al querer y al hacer que Dios pone en nuestras vidas (Fil 2:12-13).Ā 


Debemos tener una actitud ausente de contiendas y murmuraciones, para que seamos irreprensibles y sencillas, hijas de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual estamos llamadas a resplandecer como luminares en el mundo.(Fil 2:14-15)


En Hebreos encontramos que:


«Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lÔgrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen.»

(He 5:7-9)


Nuestro SeƱor JesĆŗs, siendo Dios mismo, tuvo que aprender la obediencia porque tambiĆ©n era completamente humano. Y en esta condición de hombre, eso le costó. Ɖl pagó con el alto precio de Su vida y de Su sangre para obedecer y tomar la copa que el Padre habĆ­a preparado para Ɖl, renunciando a Su voluntad y escogiendo la voluntad de Dios (Luc 22:42). Ɖl rogó y suplicó con gran clamor y lĆ”grimas, sudando incluso gotas de sangre (Luc 22:44). Por nuestro bien eterno el SeƱor no le libró de aquella hora, y nosotras hemos sido bendecidas indeciblemente con Su sacrificio en nuestro lugar. Pero Dios sĆ­ le fortaleció para poder acabar Su obra (Luc 22:43) y tambiĆ©n lo puede hacer con nosotras.


Cristo hizo todo esto voluntariamente (Jn 10:17-18). Por el gozo puesto delante de Ɖl sufrió la cruz, menospreció el oprobio y se sentó a la diestra del trono de Dios (He 12:2). Ahora podemos fijar nuestros ojos en Ɖl y ser fortalecidas para imitarlo en Su sumisión gloriosa, esa que trae libertad y verdadera honra. JesĆŗs, quien merece toda sumisión de nuestra parte, estuvo dispuesto a venir y someterse al Padre en nuestro lugar, y a poner toda Su obediencia a nuestra cuenta.Ā 


Esto lo hizo por nosotras, las rebeldes que no nos sometĆ­amos al AltĆ­simo Dios y Soberano SeƱor, tres veces Santo. Pero hoy, si ponemos nuestra fe en Ɖl, nuestros corazones orgullosos, necios, independientes y alejados de Dios, pueden ser transformados. Seremos capacitadas para que en humildad, con mansedumbre y temor reverente, le sigamos,Ā  nos rindamos ante nuestro SeƱor, y a todo lo que Ɖl amorosa y sabiamente ha dispuesto para Su gloria y nuestro bien.



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DiseƱos: Ambar Arias

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