La soltería no es una sala de espera
- Diana Schifitto
- hace 2 días
- 4 Min. de lectura

No recuerdo bien en qué época de mi vida me llegó el libro «Dama en espera», cuya tapa tenía una mujer joven sentada en una sala de espera de un consultorio médico. Esto que te quiero compartir no es una crítica a ese libro (que mucho no recuerdo su contenido), pero la imagen me quedó tan grabada que por muchos años creí que pronto llegaría mi turno de dejar de ser soltera para ser una mujer casada.
¡Cuán mal me ha hecho creer esto! Sobre todo cuando veo que hay otras mujeres en la misma sala y las van llamando, pero yo todavía permanezco sentada, esperando.
¿Y tú? ¿Te sientes así?¿Como si no llegara tu turno? Entonces esto es para ti.
La soltería no es una etapa a vivir para luego pasar a otra
A los 29 años me fui a vivir sola y, en mi ciudad, es común que cada tres años sea necesario renovar el contrato de alquiler o cambiar de casa. Los primeros años los disfruté al máximo: cada vez que me cocinaba algo rico o cuando me hacía combinaciones raras de cena. Sin embargo, siempre que me sentaba frente a un plato de empanadas o con sopa, pensaba: «tengo que disfrutar esto porque cuando me case, quizás a mi esposo no le guste esto». Estaba constantemente creyendo que me quedaba poco tiempo de soltera y de vivir sola y que pronto tanto mi estado civil como de vivienda iba a cambiar. Imagínate lo que fue para mí cuando pasaron los primeros tres años y nada cambió. De hecho, ya pasaron casi 12 años y todavía vivo en el mismo departamento.
Con esto, quiero que entiendas que viví con frustración cuando no llegaba el tan ansiado cambio. Incluso, pasó mucho tiempo hasta que aprendí que la soltería es un regalo al igual que el matrimonio y debo vivirla como tal. Fue entonces cuando pude empezar a disfrutar de este regalo como un don dado por Dios.
«Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, con el cual no hay cambio ni sombra de variación» (Stg 1:17).
Si hoy estoy soltera, es un regalo que viene de Dios, desciende de un Padre bueno, perfecto, que me ama y me da lo que necesito para vivir la soltería, no como una etapa, sino la vida que pensó para mí.
Estar soltera no significa que Dios confía más en otros que en mí
Cuando comprendí que la soltería era un regalo y que no era precisamente una etapa a atravesar, entré en crisis.
Si has leído mis artículos o escuchado mi historia sabrás que, en un espacio de 4 años, se casaron mis amigas, mis hermanos y hasta mi mamá y mi papá. Mi círculo más íntimo estaba formado por nuevos matrimonios. Mi gran crisis fue cuando uno de mis hermanos, que había estado lejos de Dios por muchos años, me contó que estaba de novio. Mi reacción fue como la del hijo mayor de la parábola del hijo pródigo: «Entonces él se enojó y no quería entrar. Salió su padre y le rogaba que entrara. Pero él le dijo al padre: “Mira, por tantos años te he servido y nunca he desobedecido ninguna orden tuya, y sin embargo, nunca me has dado un cabrito para regocijarme con mis amigos; pero cuando vino este hijo tuyo, que ha consumido tus bienes con rameras, mataste para él el becerro engordado”» (Lc 15:28-30).
Pensaba que Dios no confiaba en mí. Yo siempre había servido, nunca me había ido de «casa» porque pensaba que el matrimonio era un regalo supremo y que la soltería era una etapa de sufrimiento que solo lo merecían los que se habían «portado bien». Sin embargo, gracias a Dios, y a través de otros hermanos, pude ver que Dios me amaba y que podía vivir agradecida por Su amor y estar disfrutando de una buena relación con un Padre bueno, sin esperar que, por eso, cambiara mi estado civil.
Salir del «modo espera» requiere sacrificio
Luego de mi crisis (aclaro que no fue la última pero sí una de las más fuertes), tuve que pedir perdón a Dios porque, de alguna forma, en mi queja revelaba mi falta de confianza en Él y querer hacer las cosas a mi manera.
Así es como, sin darnos cuenta, el matrimonio se puede volver un ídolo y perder de vista todo lo bueno que Dios nos da.
Si vemos la historia del pueblo de Israel, una y otra vez Dios los llama a despojarse de los ídolos. En el Nuevo Testamento también encontramos esto. En Romanos 12:1-2 hay un llamado claro: «Por tanto, hermanos, les ruego por las misericordias de Dios que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es el culto racional de ustedes. Y no se adapten a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que verifiquen cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno y aceptable y perfecto».
Sacrificarnos en el cuerpo es ir a Dios y morir a nuestras expectativas, sabiendo que Dios tiene propósitos y buenos planes para nosotras Sus hijas. Así vamos a comprender cuál es Su voluntad en el momento que estemos viviendo. La soltería es para vivirla plenamente, amando al Señor, sirviendo y ocupándonos de cómo agradarle (1 Co 7:32).
Es difícil sacrificar nuestros anhelos, es un día a día, y aceptar la voluntad de Dios puede ser doloroso. La buena noticia es que no estamos solas, Jesús nos entiende, nos acompaña y nos da todo lo que necesitamos.
Amada, te invito a que cambies tu manera de pensar y de ver la soltería. Dios quiere que dejes de ver la vida como un estado de espera y que, ya sea que seas esposa o no, disfrutes Su regalo. Más bien, quiero animarte a invertir tu tiempo en agradar al Señor, pensar en maneras de servir a otros, estudiar algo que te guste. Y, si ya estás haciendo esto y sigues pensando: «ya quiero que llegue mi turno», renueva tus fuerzas, fija tus ojos en Jesús y prosigue a la meta. Cuando me siento como tú, traigo a mi mente este versículo que quiero regalarte: «No nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos» (Ga 6:9).
Nuestra gran recompensa es Jesús. Su presencia, compañía, y bendición, acá en nuestro presente, futuro y eternidad.
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