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Maternidad y adolescencia


La maternidad se conforma de diferentes etapas. Cuando nuestros hijos nacen, nosotras como mamás también nacemos con ellos y, conforme van creciendo, nosotras también necesitamos hacerlo.


Soy mamá de 3 y me encanta recordar sus primeros pasos, sus balbuceos, sus caritas y cuán dependientes eran de mí, ¡me necesitaban para todo! Ahora que están en la adolescencia y pubertad, no es que ya no me necesiten,  pero, al crecer, ha llegado el tiempo de soltar, de acompañarlos, guiarlos y estar para ellos, pero ya permitiéndoles cada vez mayores decisiones (con límites, por supuesto) pero con más responsabilidades poco a poco. 


En este tiempo me ha sido necesario ir recordando que ésta es una etapa de transición hacia la adultez, y te confieso que no me ha sido sencillo porque la primera persona que necesita comprender su crecimiento soy yo. Ya no son niños a los que les gusta que escoja su ropa o sus amistades y, siendo honesta, han sido cambios que he necesitado procesar de la mano de Dios.


No hay manera de vivir la maternidad sin hacer de nuestro Señor el refugio al cual corramos a llorar, preguntar y  considerar, pues, de lo contrario, nuestros problemas se volverán interminables, nos harán exasperar y, a la vez, haremos exasperar a nuestros hijos (Col 3:21).


Por lo general, cuando escuchamos la palabra adolescencia, la asociamos con rebeldía, agresividad y desastre. Pero no debe ser así. Debemos comprender que nuestros hijos están pasando por cambios (físicos, emocionales, hormonales) y que necesitan del Señor tanto como nosotras. Y, a su vez, necesitan de nuestro amor y comprensión. Alguna vez tú y yo fuimos adolescentes, por lo tanto, sabemos que ellos están reconociendo el mundo y formando la concepción de este a través de sus propios ojos.


Hay gracia suficiente para ellos y para nosotras


Hermana, lo primero que necesitamos entender es que no estamos solas. Nuestro Dios ha prometido estar a nuestro lado siempre (Mt 28:20). A su vez, podemos recorrer esta etapa en paz sabiendo que Dios está en control, Él es el que gobierna al mundo con gran poder (Sal 66:7a) y que, «como canales de agua es el corazón del rey en la mano del Señor; Él lo dirige donde le place» (Pr 21:1). Él nos ha prestado a estos hijos en Su gracia y soberanía, sabiendo todo lo que eso implica. Cree esta verdad, guárdala en tu corazón y confía que Él te capacita y sostiene para tal tarea.


¿Qué te quiero decir con esto? Que tú no controlas nada ni a nadie, Dios está al control por lo que puedes estar tranquila y descansar en que tus hijos estarán seguros en la mano del Padre.


Eres su mamá y eres responsable de brindarles todo lo necesario para que ellos crezcan, necesitas cuidarlos, amarlos, y guiarlos, pero también necesitarás dejar que se equivoquen, y que sean responsables de sus acciones y decisiones. De esta manera, se darán cuenta de la necesidad que tienen de un Salvador, de un Padre, de un Dios vivo. Tranquila, no te afanes por nada (Fil 4:6a), más bien, déjalos en oración en las manos de nuestro Señor.


Los errores y aciertos de nuestros hijos no nos definen


Algo que considero vital es escucharlos. Santiago nos exhorta a que «seamos prontos para oír» (Stg 1:19), por eso te animo con algunos tips que pueden ayudarte día a día:


  • Bríndales a tus hijos la confianza necesaria para que ellos se acerquen a compartir; déjalos que hablen y pregunta si no entendiste bien, más vale tener la certeza que generar un mal entendido. 


  • Celebra sus logros, por minúsculos que te parezcan. Si ellos vienen a ti para compartirlo, dale la importancia debida e interésate. Hay que reconocer que muchas veces solemos estar ocupadas cuando vienen a contarnos algo sobre fútbol, videojuegos, una película, la escuela o sus amigos, pero es importante que pausemos lo que estamos haciendo por escucharlos e intentemos que nuestra cara no delate nuestro pensamiento de «¿para esto me interrumpiste?», sino escuchar con amor y paciencia sus intereses.


  • No los descalifiques en las tareas, sino intégralos, asígnales labores en el hogar. Aunque no lo hagan «perfecto» como tú, ellos son capaces de llevar a cabo lo que les pidas y, en esto, también les demostramos nuestra confianza, permitiéndoles que, poco a poco, puedan descubrir sus aptitudes. 


  • Muéstrate vulnerable y comparte con ellos tu sentir, hazlos parte de ti y, sobre todo, cuando vengan a ti con preguntas y no tengas respuesta, sé honesta y dilo sin temor. Ésta puede ser la oportunidad para que pasen tiempo juntos y aprendan. También es una buena oportunidad para ser humildes, ya que ellos nos observan y aprenden de nuestro ejemplo. Recuerda que nuestras acciones hablan más fuerte que las palabras.


  • No temas en reconocer tus faltas ante ellos y pedirles perdón. Somos las mamás, pero también pecamos, nos equivocamos, contestamos mal, somos impacientes y hasta groseras a veces. El hecho de que seamos adultos no nos deja fuera del pecado, y tampoco nos hará más débiles ponernos a cuentas con nuestros hijos. «Porque todo el que se engrandece, será humillado; y el que se humille será engrandecido» (Lc 14:11)


Sin duda, lo más sabio y que siempre vamos a necesitar hacer, es orar por ellos. Cada día pídele a Dios que los alcance, guíe y guarde; que dirija sus pasos, que tu hijo confíe en Dios con todo su corazón, que no se apoye en su propio entendimiento, sino que lo reconozca en todos sus caminos y sea Él quien enderece sus sendas (Pr 3:5-6).


«Nuestro Señor es suficiente»


Recordar esta preciosa verdad hará que puedas descansar en el Señor y en la manera en que educas y enseñas a tus hijos. Está bien que seas intencional en que ellos se acerquen a Dios, pero hazlo sin imposición, repeticiones o letanías. Propicia un tiempo de oración o que puedan leer una porción de la Biblia juntos. Pero no fuerces nada, más bien permite que sea una relación natural que ellos, en este tiempo de adolescencia, lo hagan desde su voluntad y decisión. 


Querida mamá, sé que podemos pensar que no podemos o que simplemente esta tarea nos excede, pero no es así. El Señor ya nos ha brindado todo lo necesario para ejercer la maternidad. El secreto está en la dependencia de Él. No necesitas mil cursos o un título de la mamá del año, ¡no! Necesitas a Jesús. Él nos brinda la sabiduría necesaria para educar a nuestros hijos, Su Espíritu nos capacita para modelar sus corazones y en Su palabra encontramos el consejo que nuestra alma necesita.


Su gracia rebosa en ti y en mí, «pues donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia» (Ro 5:20). Es posible que fallemos como madres, que nos exasperemos, gritemos, nos enojemos y ofendamos muchas veces con nuestras palabras a nuestros hijos. Eso no está bien y no es bueno, pero, en la  misericordia de Dios, «si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad» (1 Jn 1:9).


Hoy es un nuevo día donde tenemos la bendita oportunidad de poner por obra Su Palabra, recordando que Cristo es quien te capacita y fortalece a cada momento. Necesitamos ser dóciles y moldeadas conforme a Su voluntad, para que renueve nuestras fuerzas y cambie las motivaciones de nuestros corazones.


Así que, anima tu corazón y recuerda:  «no nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos» (Ga 6:9).


¡Siempre estamos a una decisión!



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Diseños Vianela Valerio

 
 
 

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