Mientras leía acerca de Mary Slessor reconocía cuán profundamente diferentes son nuestras vidas. Sin embargo descubrí, al mismo tiempo, cuántas cosas en común tenemos: empezando por nuestro primer nombre y que ambas nacimos en el seno de una familia pobre y empezamos a trabajar desde muy jóvenes para apoyar en la economía del hogar. Las dos amamos a los niños; ella fue soltera (como yo lo soy actualmente); ella también enseñaba a otros y le encantaba arreglárselas con lo que tenía al alcance; era de complexión pequeña y personalidad tímida (aunque le encantaban los grandes retos); amaba leer y se esforzaba por mejorar su escasa educación; y, por supuesto, ambas tenemos lo mejor en común, que amamos y servimos al mismo Señor. Sin embargo, a pesar de todas estas cosas, había algo en lo que no somos muy afines pero que, por la gracia de mi Señor, quiero seguir aprendiendo cada día: la gran compasión que esta mujer reflejó por aquellos que se encontraban tan vulnerables y perdidos, y su gran determinación para ir a donde ellos estaban.
Mary Mitchell Slessor nació el 2 de diciembre de 1848 en Gilcomstom, en la antigua Escocia, en una ciudad llamada Aberdeen. La familia de Mary era de muy bajos recursos. Sus padres, Robert y Mary Slessor, y sus seis hermanos, luchaban por sobrevivir en medio de la época victoriana. En 1859, su familia se mudó a Dundee en donde se dedicó a buscar trabajo. Su padre padecía de alcoholismo y no podía seguir trabajando haciendo zapatos, por lo que decidió aceptar un trabajo como obrero en una fábrica. Su madre era una hábil tejedora, así que se puso a trabajar en un molino; a la edad de 11 años, Mary empezó a trabajar medio tiempo en la empresa de los propietarios del mismo molino. La mitad del tiempo estaba en la escuela y la otra parte del tiempo trabajaba para la empresa. Con apenas 14 años, Mary era una tejedora experimentada de lino en telares mecánicos y una talentosa trabajadora de yute, teniendo que trabajar 12 horas al día.
Desafortunadamente, la tragedia llegó a la familia de Mary con la muerte de su padre y dos de sus hermanos por neumonía, dejando solas a la madre, a Mary y a dos hermanas. Su madre acostumbraba leer una revista de misiones, una revista mensual que era publicada por la iglesia presbiteriana (llamada más tarde la Iglesia Unida Libre de Escocia) que informaba a los miembros sobre las distintas actividades y necesidades misioneras. De esta manera, Mary se interesó en la religión y desarrolló una fuerte fe presbiteriana por la inspiración de su madre, anhelando seguir los pasos de David Levingston de ir a difundir la Palabra de Dios al extranjero y alcanzar a los perdidos. Empezó, desde temprana edad, a sentir una profunda compasión por aquellos que no habían escuchado hablar aún de Jesús y esa fue la motivación que la llevó a la acción.
Preparación para la misión
Durante su juventud seguía trabajando en la fábrica y ayudando a su familia en casa, y continuaba asistiendo a las reuniones misioneras de su iglesia donde se seguía con mucho interés el progreso de la misión en Calabar, la cual había nacido dos años antes del nacimiento de Mary. Así, su fe se hacía cada vez más fuerte por lo que participaba con mayor regularidad e interés de las actividades en su iglesia.
Al cumplir los veinte años, Mary empezó a formar parte de la misión de Queen Street, experiencia que le sirvió para lo que viviría después en África. Se cuenta de una experiencia particular (que revela su carácter y determinación) en la cual se enfrentó a un joven que hacía restallar un látigo afuera del sitio donde ella daba sus charlas religiosas, obligando así a los atemorizados transeúntes a entrar al salón. Cuando Mary se dio cuenta de la situación, se acercó al hombre y le preguntó qué ocurriría si cambiaban lugares, a lo que él respondió que, en ese caso, el látigo pegaría en su espalda. En ese momento, la decidida jovencita le ofreció su propia espalda, invitándolo a que le diera un latigazo a cambio de que él entrase en la conferencia. Asombradísimo, el muchacho le preguntó si ella realmente estaba dispuesta a sufrir tal castigo con el fin de que él se beneficiara. Entonces ella, firmemente, respondió que aguantaría eso y más. Ante tan impresionante fuerza de carácter, el agresor ingresó mansamente en el recinto.
Su compasión en acción
En 1875 Mary solicitó su ingresó a la misión en Calabar y fue aceptada. Por lo que, en el verano de 1876, a la edad de veintisiete años, zarpó para Calabar (ubicado en la moderna Nigeria), tierra conocida por el tráfico de esclavos y un contexto oscuro. Ella pasó sus primeros años en África, en el poblado de Duke, comenzando a enseñar en una escuela de la misión. También empezó a visitar a los lugareños para aprender el idioma local: el efik. La vida en Calabar era muy diferente a la Sociedad Británica.
Tan diligente y valiente fue Mary, que sobresalió entre todos los misioneros, pero hubo algo que más brillaba en ella: su gran compasión combinada con su gran coraje. Mary se convirtió en la primera misionera en la verdadera tierra caníbal. Fue más allá de conocer las necesidades de estas personas; ella se adentró cada vez más en el misterioso y extraño bosque, y conoció a más y más tribus entregadas a la práctica del canibalismo. Al respecto, escribió en una carta: «Voy a una nueva tribu en el interior del país, un pueblo feroz y cruel, y todos me dicen que me matarán. Pero no temo ningún daño, sólo que combatir sus costumbres salvajes requerirá coraje y firmeza de mi parte».
La compasión de una madre
Una de las costumbres más difíciles que encontró Mary en esta zona fue el nacimiento de mellizos. Se consideraba que cuando nacían mellizos, uno de ellos era hijo del diablo y, como no se sabía cuál era, había que matar a ambos. Luego, las madres eran desterradas de su comunidad sin ningún medio para sobrevivir. El rescate, la protección y la crianza de los gemelos sobrevivientes abandonados y sus madres, se convirtió en uno de los roles clave del trabajo de Mary en África (además de trabajar para cambiar la cultura y las creencias que se tenían en relación a toda esta creencia pagana).
Llevando a cabo esa labor, Mary adoptó a algunos de los gemelos abandonados como propios. La primera de ellas fue Janie, cuyo gemelo había sido asesinado. Esto no era tan propio de los misioneros; si bien tenían como función atender a los niños locales y contribuir con su educación, las sociedades misioneras tenían como regla no adoptar a estos niños. Pero a Mary no le importó, ella fue más allá de atender sus necesidades más básicas, ella les dio un hogar.
Los niños que adoptó fueron nueve, quienes se convirtieron en su familia y ayudaron a Mary en su labor misionera en las partes más remotas de Calabar.
Su compasión hasta en sus últimos días
Mary Slessor fue muy reconocida en toda la región de Calabar hasta el momento de su muerte debido a la cantidad de personas con las que trabajó y a las que ayudó. Su habilidad para enseñar, para cuidar enfermos, y su capacidad para resolver disputas locales de manera justa, la convirtieron en mucho más que una misionera.
Se dedicó a fundar muchas iglesias y estuvo involucrada en la construcción de sus lugares de reunión. Enseñó y predicó, algunas veces, hasta diez servicios en un domingo; y siempre tenía con ella a algún huérfano reciente, o bebés de albergues. La suya fue una vida de absoluto desprendimiento, compasión e infatigable devoción a Cristo.
Sirvió por casi cuarenta años en África y, hasta el final, se mantuvo con el humor, compasión y entusiasmo de su juventud. Una de sus compañeras escribió: «Parecía que mientras más frágil, y más anciana, más maravillosa se volvía».
Cuando falleció, en 1915, hubo un duelo generalizado por su muerte. Slessor fue honrada con un elaborado funeral al que asistieron altos funcionarios británicos, y diferentes personas que viajaron muchas millas desde sus aldeas. Fue enterrada en el cementerio de Duke Town donde una gran cruz de granito de Escocia marca su tumba hasta hoy.
Sin duda, Mary reflejó la compasión que nuestro Señor Jesucristo tuvo para con nosotras al despojarse de todo, venir a este mundo caído, humillarse hasta lo sumo y dar Su vida en una cruz (Fil 2:6-8). Ella fue una mujer que verdaderamente floreció en una tierra en donde la muerte era lo único que se esperaba. Marcó millones de vidas y dejó un legado impresionante por su gran compasión por los perdidos.
Descarga el archivo coloreable aquí:
Diseños: Frida García
Comments