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La historia de vida de Agustín de Hipona


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Recientemente terminé de leer y estudiar Colosenses, una carta escrita por Pablo. Mientras avanzaba hacia el último capítulo del libro, inevitablemente me encontré mirando los saludos finales por los que Pablo es tan conocido en sus cartas. Aquí, Pablo menciona un montón de nombres de personas; personas de las que la mayoría de nosotras nunca hemos escuchado hablar. Siempre me ha resultado difícil encontrar algo que sacar y aprender del final de las cartas de Pablo. Pero esta vez, en oración, le pedí al Señor que me ayudara a encontrar el valor de los saludos finales de Pablo a los Colosenses y lo que el Señor me permitió ver fue que Pablo era un hombre que amaba a sus amigos y dependía de ellos como personas que Dios le había enviado para consolarlo, servirlo y animarlo. Se tomó el tiempo para felicitarlos también por lo que habían hecho por lo que, lo que pude ver en estos saludos finales es que, Pablo no era alguien que intentaba hacer el ministerio por su cuenta, sino que buscaba unirse a aquellos que estaban dispuestos a servir al Señor junto a él. Estos versículos finales de la carta de Pablo a los Colosenses me mostraron que las amistades que surgen en el ministerio tienen mucho valor.


Más allá de los escritos de Pablo y otras porciones de las Escrituras, ha habido muchas personas que han escrito sobre el tema de la amistad de las que podemos aprender. 


Uno de ellos es Agustín de Hipona, un pensador cristiano muy influyente. En este artículo, aprenderemos más sobre quién era Agustín, cómo sus amistades influyeron en su vida (así como los amigos de Pablo influyeron en él) y qué tenía que decir sobre la amistad en Cristo.


Agustín de Hipona


Agustín nació en el año 354 d.C. en Tagaste, una comunidad romana cerca de la costa del norte de África. Sus padres eran parte de la clase respetable de Roma, y su madre era cristiana y le hablaba a menudo de Cristo. Aunque Agustín tenía dos hermanos, él fue el único al que sus padres enviaron para recibir educación formal. Estudió en Tagaste, luego en una Universidad cercana y finalmente en una conocida ciudad del África romana, Cartago.


Comenzó a escribir mientras estaba en Cartago, pero eso no hizo avanzar su carrera como esperaba, por lo que se mudó a Roma y enseñó como profesor en Milán. Siguió una carrera en retórica y estando allí conoció al obispo local, Ambrosio, cuya amistad resultó ser de gran influencia para él, ya que fue a través de Ambrosio que Agustín llegó a la fe. 


La búsqueda de una carrera en retórica no le duró mucho por lo que regresó a Tagaste después de dos años de estar en Milán. En Tagaste, cuidó la propiedad familiar y esperaba vivir una vida tranquila para el Señor criando a su hijo, quien luego murió siendo un adolescente. Esta situación llevó a Agustín a ser clérigo en la ciudad de Hipona, al norte de Tagaste.


A partir de ese momento, Agustín comenzó a escribir sobre el cristianismo, específicamente sobre teología, la Biblia y la cultura. Su forma de expresarse lo diferenciaba del resto de pensadores contemporáneos. Era conocido por escribir intelectual y profundamente, pero también por poder dar sermones que fueran entendidos por personas de todos los orígenes educativos. Luego se convirtió en obispo en el año 391 y permaneció en este cargo hasta su muerte.


Su obra: la amistad


En sus escritos, Agustín buscó ir en contra de la mala teología de su época y trató de aclarar temas como la iglesia, la gracia, el evangelio y el libre albedrío. Sus dos obras más famosas fueron: Confesiones y La Ciudad de Dios.


Con respecto al tema de la amistad, a Agustín le gustaba la cita de Cicerón, un filósofo romano, que decía así: «[amistad es] acuerdo con bondad y afecto sobre las cosas humanas y divinas». Agustín, a menudo escribía a sus amigos y usaba esta cita, pero luego la modificó agregando al final de la misma lo siguiente: «en Cristo Jesús nuestro Señor, que es nuestra verdadera paz».


Es a través de Cristo que Agustín se dio cuenta de que la cita de Cicerón tenía más sentido: es a través de Jesús que se hacen amistades verdaderas y profundas. Y el propio Agustín vio eso en dos de sus amigos, Alipio y Marciano. Alipio fue uno de los primeros alumnos de Agustín y ambos crecieron muy juntos. De hecho, Alipio siguió a Agustín a Roma y luego a Milán, donde los dos se convirtieron al cristianismo al mismo tiempo y fueron bautizados por Ambrosio. Luego de esto, ambos pasaron a ser obispos en ciudades cercanas e incluso murieron aproximadamente al mismo tiempo. A decir verdad, esta amistad duró mucho tiempo, comenzando mucho antes de que fueran creyentes. Sin embargo, continuaron forjando su amistad entre sí, unidos en Cristo y sirviendo al mismo Dios en roles similares.


Agustín también escribió acerca de un gran amigo suyo, como alguien de una influencia impactante en su vida, desde antes de llegar a la fe. Si bien su nombre no aparece en el libro Confesiones, este amigo pertenecía a una especie de sociedad secreta de la época que tomaba las ideas de Platón y las combinaba con algunas partes del cristianismo. En el momento en que este amigo de Agustín se convierte de este mundo y su forma de pensar a la verdadera fe en Cristo, comparte su testimonio con Agustín, pero poco después muere. Es por esto que Agustín escribe en Confesiones cuán impactante fue el testimonio de este amigo para su conversión y fe en Cristo, aunque  no dice su nombre.


Y así, como hemos leído sobre el efecto de sus amigos tanto hacia la conversión antes de que él viniera a la fe (como lo fue con su amigo anónimo y Ambrosio) o aquel  amigo que conoció a Cristo con él y compartió oportunidades de ministerio similares, es que podemos decir que Agustín se tomó el tiempo para escribir cosas impactantes sobre el tema de la amistad. 


Mencionaré aquí algunas porciones de su obra que me gustaría compartir:


«Después de todo, sólo amas verdaderamente a tu amigo cuando amas a Dios en tu amigo, ya sea porque él está en él o para que él pueda estar en él. Eso es verdadero amor y respeto. No hay verdadera amistad a menos que Tú la sueldes entre almas que se unen por la caridad derramada en sus corazones por el Espíritu Santo» (Confesiones).


«Si os deleitáis en las almas, amadlas en Dios, porque también ellas son frágiles y sólo se mantienen firmes cuando se aferran a él. Si no lo hacen, siguen su propio camino y se pierden. Ámalos, entonces, en él y atrae contigo a tantos como puedas. Dígales: "Él es a quien debemos amar". Él hizo el mundo y permanece cerca de él» (Confesiones).


«En este mundo dos cosas son esenciales: una vida sana y la amistad. Dios creó al hombre para que existiera y viviera: así es la vida. Pero para que no permanezcan solitarios, es necesario que haya amistad» (Sermón 299).


«No hay mayor consuelo que la lealtad sincera y el afecto mutuo de buenos y verdaderos amigos» (Ciudad de Dios).


Su legado


Agustín murió en el año 430 a la edad de 75 años, pero su legado como pensador cristiano influyente permanece hasta hoy. Se inspiró en la Palabra de Dios y las amistades que Dios le trajo en su vida y luego escribió sobre lo que aprendió. Podemos sentirnos tentadas a creer que estos influyentes pensadores del pasado siempre estaban solos en una habitación y pasaban gran parte de su tiempo leyendo y escribiendo. Pero hemos visto que Agustín pasó gran parte de su vida con otras personas, sirviéndolas y siendo servido por ellas. Fueron influyentes para su conversión y también para su caminar con el Señor mientras servía en el ministerio. Es más, en sus escritos podemos ver que hay una pasión por hacer que los amigos siempre vuelvan al Señor, al Evangelio y al mejor amigo que podamos tener: Cristo. Busquemos construir una vida que no sea solitaria, sino más bien construir amistades que lleven a las personas a Cristo y las animen a regresar al Evangelio, tal como lo hicieron Pablo y Agustín.


Fuentes:


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A continuación descarga este archivo para colorear, es gratis:



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Diseños: Eunice Arcia

 
 
 

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