
¿Alguna vez has tenido que cuidar algo o a alguien que valoras mucho? Quizás tienes un objeto, una herramienta tecnológica, una planta o una mascota, y cuidas de que no les suceda nada malo. Tratas de preservarlos y darles la atención que requieren para que puedan vivir o funcionar como deben hacerlo. Tal vez eres mamá, como yo, y siempre tienes presente a tus hijos; estás pendiente de que no les suceda algo que les haga daño, intentas evitarles todos los peligros posibles y vas a su rescate si ves que pueden dañarse; los alimentas y provees para sus necesidades. Y, si aún no eres mamá, puede que seas una tía o amiga que ha cuidado los pequeños de alguien más y sabes también la responsabilidad que implica estar pendiente de ellos.
¿Sabes qué? Esta cualidad es un reflejo de Dios en nosotras. Nuestro Dios cuida de Su creación. Su Palabra dice que Él se compadece y es misericordioso con todas Sus obras (Sal 145:9,17). Esto quiere decir que Dios nos cuida, y lo hace de una forma perfecta y especial. Si sólo nos atendiera y proveyera de un modo administrativo, dándonos cosas de una forma mecánica y fría, pero sin interesarse por nuestros corazones y necesidades reales, y sin tener una relación con nosotras, igual tendríamos, de por sí, mucho que agradecerle. Pero Él no es ese Dios, sino que a Él le interesa todo nuestro ser. Él nos ama. Le importamos. Se interesa por nosotras de una forma única de acuerdo a cómo nos diseñó y creó. Sabe qué es lo mejor para nosotras y también puede y desea darnos lo mejor. Su cuidado es sabio, amoroso y poderoso, por eso podemos confiar en Él.
Cuando no descansamos en el cuidado de Dios
Muchas veces, no vivimos como si realmente creyéramos esto y es allí cuando le damos una cordial bienvenida a la ansiedad. Ésta no viene sola, sino que nos invita a experimentar la preocupación y el deseo de control. Nos afanamos y turbamos porque no estamos descansando en que Dios nos cuida. En su lugar, nos sentimos abrumadas por lo que no podemos controlar, pero que deseamos controlar. Queremos tener las riendas de nuestra propia vida, cuidar de nosotras y de los nuestros como pensamos que nos conviene.
Sin embargo, esto es una necedad gigante. Nunca tendremos la capacidad de lograrlo. Necesitamos de la sabiduría y de la protección del Señor, siempre.
Evidencia abundante para confiar en el cuidado de Dios
Gracias a este maravilloso y buen Dios que nos cuida, tenemos esperanza a través de las promesas que nos ha dado en Su Palabra, que nos ayudarán a confiar en Su cuidado. Quisiera que juntas revisemos algunas de estas poderosas verdades que encontramos en las Escrituras, las cuales están llenas de aliento y seguridad para nuestros corazones.
Echa toda tu ansiedad sobre el Dios que te cuida. Me gusta recordar 1 Pedro 5:7 que nos dice que echemos «toda nuestra ansiedad sobre Él porque Él tiene cuidado de nosotros». No se trata de entregar sólo una parte de nuestros pesares, sino todas nuestras cargas. Todo lo que nos agobia e inquieta podemos entregarlo a Él en oración, dejando que se ocupe de esas cosas que nos roban la paz, confiando que Él tiene cuidado de nosotras. Recuerda que Él tiene el control.
Descansa en que Dios es tu guardador. El Salmo 121 es un recordatorio magistral del cuidado de nuestro Dios. El Dios que hizo los cielos y la tierra nos envía socorro y ayuda. No permitirá que nuestros pies resbalen. Él no duerme, siempre vela por nosotros. Podemos tener seguridad porque Él es nuestro guardador que nos protege, nos guarda de todo mal y preserva nuestras almas, nuestra salida y entrada. Me fascina que David firma este pasaje con un «desde ahora y para siempre». ¡Qué garantía tenemos al saber que nuestro Dios nos cuidará y nos guardará por siempre! Podemos estar seguras de esto.
Sumérgete bajo la sombra de Sus alas. En las Escrituras encontramos varias veces una expresión que denota el cuidado de Dios: «la sombra de tus alas». Ésta es una expresión muy conocida en la vida cristiana y hace referencia al Señor como un refugio y amparo seguro para Sus hijos. Nuestro Dios es un lugar firme, fuerte, estable y protegido donde podemos estar a salvo en todo tiempo. Hay confianza, paz y descanso en Él. Ahora bien, en el Salmos 91, encontramos que dos veces esta expresión: Primero: «El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente» (v. 1). En este pasaje se desarrolla la idea de cómo el Señor es un abrigo que nos guarda y protege. Luego, la palabra «sombra» me hace pensar en ese techo sobre nuestras cabezas y cuerpos, que nos cubre y nos protege del sol y del calor durante el día, es decir, de todo lo que nos causa trabajo, molestia, fatiga y cansancio. Y, durante la noche, del frío y el rocío de ésta. Segundo: «Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad» (v. 4). Aquí vemos la promesa del Señor cubriéndonos con Sus plumas y dándonos seguridad debajo de Sus alas. Esa es una imagen que fue empleada también por nuestro Señor Jesucristo cuando, en Su lamento por Jerusalén, usó la ilustración de una gallina que abraza y cubre a sus polluelos para cuidarlos: «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!» (Mt 23:37).
Adórale por Su cuidado. Algo que también llamó mucho mi atención es el salmo 57, en el cual David expresa sus quebrantos, pero también incluye alabanzas y adoración a Dios (v. 5 y 11). Él exalta a Dios y a Su gloria sobre los cielos y la tierra. Él anuncia su deseo y disposición de alabar a Dios con prontitud entre las naciones y desde la mañana, como lo primero al comenzar el día (v. 7-9). De esta manera, podemos ver cómo la seguridad en el cuidado fiel de Dios nos permite alabarle con gozo y gratitud en medio del peor escenario. Sabemos Quién gobierna soberanamente y está a cargo de todo en este mundo y de cada una de nuestras vidas. Por eso podemos estar quietas porque Él es Dios (Sal 46:10).
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