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Foto del escritorAlejandra Minton

Usando bien el tiempo


María trabajaba en un hospital como asistente de enfermería. Ella tenía el sueño de ser médico algún día y estaba a punto de obtener su título para poder ir a la escuela de medicina. María amaba a Jesús y amaba a su familia de la iglesia. Sin embargo, se encontró tan concentrada en su sueño de convertirse en médico que pasó horas en el hospital, trabajando horas extras, con la esperanza de que su jefe la notara. María esperaba que un día su jefe recordara lo duro que trabajó y le diera un puesto bien remunerado en el hospital. Pasó la mayor parte de su tiempo en el hospital y en la escuela. Pero estaba empezando a sentirse tan abrumada con la carga de trabajo en la escuela y todas las horas extra que debía realizar, que descuidó su tiempo con Dios e incluso dejó de ir a la iglesia.


A Doris le encantaba trabajar en el restaurante de sus padres. Sin embargo, el último tiempo comenzó a sentirse agotada. Estaba cansada de trabajar, y trabajar con sus padres no era lo más fácil. Doris solía tener desacuerdos con sus padres, lo que hacía que se sintiera aún más agotada. Un día, decidió salir temprano del trabajo sin decírselo a sus padres para poder irse a su casa y terminar de ver su programa favorito por quinta vez. Pasó más de 8 horas frente al televisor, comiendo helado y mirando Instagram en medio de los episodios. A Doris le encantaba tomarse mucho tiempo para hacer lo que quería, desde la comodidad de su sofá. Repetidamente dejó el trabajo temprano y dejó de servir en el ministerio de adoración porque se volvió apática y no tenía energía para nada ni para nadie más.


¿Alguna de las situaciones de estas chicas te resulta familiar? Ambos son casos hipotéticos, pero podrían ser fácilmente la realidad para muchas mujeres en nuestra sociedad actual. El mundo en el que vivimos plantea dos extremos: o ser un adicto al trabajo o ser un perezoso. A la vez te invita a regocijarte en hacer las cosas por ti mismo a costa de todo y de todos los demás.


La situación de María representa a una mujer que está siguiendo los mensajes de «la cultura del ajetreo». La cultura del ajetreo implica trabajar, sin mucho descanso, para lograr objetivos y actividades de la vida. Esto puede significar cosas como trabajar 100 horas por semana para poder pagar el estilo de vida que se desea, las vacaciones que se quieren tomar o, incluso, simplemente trabajar muy duro para alcanzar rangos más altos en su empresa y ser conocido como el «mejor» en la industria en la que trabaja.


La situación de Doris representa a una mujer que sigue los mensajes de «la cultura del confort». La cultura del confort es un énfasis excesivo en hacer las cosas en pos de la comodidad. Es similar a encontrar «confort en comer»: ir a la comida para encontrar alivio, seguridad o refugio de una situación difícil de la vida. Por lo tanto, puede parecer una maratón de series de Netflix, procrastinar por Instagram o YouTube durante horas, o cualquier otra cosa que se pueda hacer desde la facilidad de tu sofá. O bien, la cultura del confort también se puede entrelazar con un sentido de trabajo junto al único propósito de obtener comodidad. Son esas personas que trabajan duro con el objetivo de tener unos días libres para poder hacer lo que quieran hacer.


Sin embargo, tanto el ajetreo como la cultura del confort no son bíblicos y, definitivamente, no nos ayudan en la búsqueda de ser buenos administradores de los recursos que Dios nos ha dado. Una de las cosas más preciosas que Dios nos ha dado es el tiempo, y es precioso en gran manera porque no sabemos cuánto tiempo nos ha dado. No sabemos cuántos días ha contado el Señor para cada uno de nosotros, por eso es tan importante ser un buen mayordomo del tiempo que nos ha dado. No tenemos tiempo que perder. Pablo escribe: «Aprovechando bien el tiempo, porque los tiempos son malos» (Ef 5:16).


La cultura del ajetreo trae consigo una desesperación por asegurarse de que estás siendo productiva, de que haces la mayor cantidad de cosas en tu día y, en última instancia, en tu vida. Se trata de trabajar sin parar para lograr lo que quieres.


Con la cultura del confort, en cambio, viene un deseo exacerbado de no hacer «nada» o de tomar el descanso al extremo, dejando de ser descanso para convertirse en pereza (Pr 21:25). 


Entonces, ¿cómo quiere Dios que usemos nuestro tiempo?


Como hemos estado aprendiendo en la edición de este mes, la mayordomía es cuidar y usar bien lo que se nos ha confiado. En esta vida, Dios nos ordena administrar correctamente todas las cosas que nos ha dado: tiempo, dinero, recursos, dones, talentos, nuestros cuerpos, etc. Todo lo que tenemos es de Dios. Santiago 1:17 dice: «Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, con el cual no hay sombra de variación». No hay nada que tengamos que no haya venido de Dios y, por lo tanto, Él es el amo y nosotros somos los siervos que cuidan de las cosas que le pertenecen, hasta que regrese. No porque nos necesite, ya que sabemos que Dios no necesita nada (Hch 17: 24-25), sino más bien porque nos ha dado la oportunidad de servirle a través de la mayordomía.


La forma en que usamos nuestro tiempo, talentos, dones, recursos, cuerpos, dinero y mucho más, está destinada a cumplir el propósito que Dios ha determinado para nosotros: glorificarlo a Él, amándolo y amando a los demás, lo que incluye también la difusión del Evangelio. Cualquier cosa fuera de buscar la gloria de Dios es un pecado y, por lo tanto, estamos siendo malos mayordomos del Señor. Pablo escribió a los corintios: «Entonces, ya sea que coman, que beban, o que hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios» (1 Co 10:31). Nuestra misión es clara: estamos destinados a glorificar a Dios (Is 43:7, 20-21). Así que, cualquier cosa que nos aleje de buscar Su gloria es, de hecho, un pecado y hasta podría convertirse en un ídolo (echa un vistazo a la edición del mes pasado para más información sobre la idolatría).


Tanto la cultura del ajetreo como la cultura del confort ponen el énfasis en uno mismo, la idolatría del yo. Ninguna de las dos impulsa a las personas a servir a los demás, amar a Dios o difundir el Evangelio. De hecho, los mensajes de ambos puntos de vista declaran que serás más feliz si terminas de alcanzar esa meta y logro, o si tuviste más tiempo para relajarte y para ti mismo.


Ahora, tenemos que tener cuidado con ambos mensajes, porque Dios nos está llamando a trabajar y a hacerlo con un corazón para Él, con cualquier cosa que nos haya presentado, ya sea trabajando dentro o fuera del hogar; pero también nos ha instruido sobre los beneficios del descanso. Debemos buscar constantemente al Señor, estar en Su Palabra, orar y estar conectados con un cuerpo local de creyentes para ayudarnos a discernir cuánto trabajar y cuánto descansar. No hay una receta o regla establecida para esto. Más bien, sabemos que, tanto del trabajo como del descanso, se habla que debemos manejarlo como sabios (Ge 2:2-3, Mr 6:31, Pr 13: 4, Ec 9:10a).


Gracias a Dios, Él nos ha dado Su Espíritu para ayudarnos a discernir cómo son el trabajo y el descanso para cada etapa particular de la vida. Para algunas temporadas, se requiere más descanso, y para otras se requiere menos, y viceversa. Cualquiera que sea el caso, ya sea descansando o trabajando, debemos hacerlo con el propósito de buscar amar a Dios y amar a los demás. No nos dejemos llevar por los mensajes de nuestra cultura que nos dicen que administremos las cosas de acuerdo con nuestros caprichos y deseos. ¡Seamos mujeres que estén arraigadas en la Palabra de Dios, buscando amarlo y amar a los demás, y compartir el Evangelio!


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Diseños: Ambar Arias

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