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Una invitación para conversar con nuestro Padre: el lamento bíblico - parte 2

Foto del escritor: Yeimy de RobainasYeimy de Robainas

El lamento es una invitación y una puerta abierta para conversar con nuestro Padre soberano, amoroso y fiel. Es una oportunidad de hacerle nuestras preguntas, de expresar lo que no entendemos, de pedirle fortaleza y ayuda para soportar y perseverar en la prueba. Pero también es una ocasión para recibir Su liberación, alivio y consuelo, recordando que Él está presente en nuestro sufrimiento y nunca nos dejará ni nos desamparará.


Cuando hablamos del lamento es necesario mencionar las múltiples evidencias en las Escrituras acerca de esta práctica bíblica. Por ejemplo:


  • En el libro de los Salmos, cerca de un tercio de estos (más de 40), se agrupan en esta categoría. Tenemos el Salmo 3, 13, 22, 77, 86, 88, 120 y muchos otros. 


  • En el libro de Job también encontramos varias expresiones de lamento (3:3-26; 7:1-21; 10:11-22).  


  • También encontramos lamentos en los libros de Jeremías (15:15-18; 17:14-18; 18: 19-23) y Ezequiel (19:1-14; 27:1-36; 32:1-21). 


  • Existe, además, un libro completo que contiene sólo expresiones de lamentación y que tiene precisamente este nombre: «Lamentaciones». Se cree que este libro fue escrito por el profeta Jeremías y constituye la expresión de clamores llenos de dolor, angustia, y de una tristeza profunda debido a la destrucción de Jerusalén por los babilonios en el 586 a.C. Lamentaciones describe el sufrimiento amargo y el quebrantamiento de corazón por Jerusalén. Ésta estaba recibiendo el juicio de Dios por pecados de los que no se arrepintieron a pesar de las advertencias del Señor a través del propio profeta Jeremías. Fue así que la ciudad fue devastada, el templo quemado y los muros, torres, hogares y palacio destruidos. Jeremías estuvo allí como un testigo de lo sucedido y presenció de cerca estos horribles y tristes acontecimientos. En estos capítulos, él se lamenta profundamente y alza su voz adolorida. Confiesa con llanto sus pecados y su angustia ante sus oraciones que no parecían ser escuchadas por Dios, pero también clama a Dios por alivio, liberación y misericordia restauradora, confiando en la fidelidad de Dios. En este sentido, vemos cómo el lamento encuentra esperanza en la compasión de Dios. Este libro finaliza con la gracia de Dios y pasa de la lamentación a la consolación.


  • En el Nuevo Testamento también hallamos el lamento. Lo vemos en María y Marta cuando lloraban por la muerte de su hermano Lázaro; también cuando nuestro Señor Jesús se estremeció en Espíritu, se conmovió y lloró (Jn 11:31-35);  en los que lloraban por la muerte de la hija de Jairo (Lc 8:52); y también en Santiago cuando en su carta dijo: «Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor, y él os exaltará» (Stg 4:7-10). Como vemos aquí, el lamento también es un medio de gracia para afligirnos y lamentarnos por nuestros pecados; no solo individualmente, sino también corporativamente, como pueblo de Dios. Sin embargo, a pesar de que esta liturgia ha sido frecuentemente descuidada,  pero como iglesia estamos llamados a dolernos juntos por lo que está mal en el Cuerpo de Cristo: por nuestros pecados que nos han alejado y vuelto insensibles al Señor y a nuestro prójimo, y también por las tragedias y el quebranto que agobia este mundo. Esto nos hará más compasivos, amorosos y unidos a nuestros hermanos. Nos permitirá llorar con los que lloran y nos dará mayor gracia y el poder en Su Espíritu para consolarnos unos a otros.


El lamento de nuestro Señor Jesucristo


Al igual que vemos a Jeremías llorar por Jerusalén, nuestro Señor Jesucristo también derramó lágrimas y se lamentó por la ciudad de Jerusalén (Mt 23:37-39; Lc 19:41-44). 


En la cruz, Cristo citó el conocido Salmos 22 o Salmo de la Cruz, que es uno de los salmos de lamento. R. C. Sproul dijo al respecto: «Él mismo pronunció su propio grito de abandono al soportar el misterio de su sufrimiento redentor en nuestro lugar (Mt 27:46). Su muerte en la cruz es la máxima expresión de la fidelidad del pacto de Dios la cual es nueva cada mañana y permite a los pecadores ser restaurados para recibir el favor de Dios. (...) El libro de Lamentaciones por consiguiente apunta más allá de la humillación y restauración y va hacia la humillación y exaltación de Cristo, el mundo puede saber que Dios es bueno y que dará bien en su tiempo “al alma que le busca”» (Lm 3:25).


Jesús es la respuesta completa a la oración de Jeremías por alivio y salvación para Su pueblo. Cristo atravesó el mayor sufrimiento en la Cruz por Su pueblo escogido. Fue ignorado en Sus aflicciones para que nunca más el Padre nos desampare en nuestro lamento. En Él tenemos la promesa de que seremos sostenidas y nunca más estaremos solas. Porque Él sufrió en nuestro lugar, hoy tenemos libertad de las mayores angustias de nuestra alma, el pecado y la muerte. Nuestra mayor esperanza está en que un día reinaremos con Él en un mundo perfectamente restaurado, donde todas las cosas serán hechas nuevas. 


El lamento: un vehículo que conduce a la adoración y a la confianza


De acuerdo a la literatura revisada sobre este tema, podemos ver que los lamentos de las Escrituras tienen una estructura determinada. Primero encontramos a alguien que se vuelve a Dios en oración, después hallamos la queja, la petición de ayuda al Señor y, finalmente, se encuentra una declaración de fe y adoración a Dios a pesar de las circunstancias.


Como expresaba antes, el lamento no sólo es un recurso para expresar nuestro dolor, lo cual es muy válido y necesario en nuestras vidas. Constituye, además, un vehículo que nos puede llevar de nuevo a alabar y a confiar en el Señor, mientras anclamos nuestra seguridad en Su carácter y en Sus promesas, recordamos Sus obras y Su fidelidad pasadas, aun a pesar de lo que vivimos hoy.


Acerca del lamento y la alabanza, el pastor Mark Vroegop escribió: 


«Los lamentos nos guían a través de nuestras penas para que podamos confiar en Dios y alabarlo. (...) Es un puente entre una vida dura y la confianza en la soberanía de Dios. El lamento es una liturgia divinamente dada para procesar nuestro dolor y poder regocijarnos.

El lamento es una oración de dolor que lleva a la confianza. No es solo la forma en que los cristianos se lamentan; es la forma en que los cristianos alaban a Dios a través de sus penas. El lamento es un camino hacia la alabanza cuando la vida se pone difícil».


Me encanta que, en Lamentaciones 3, la estructura particular de los lamentos, y ese giro hacia la adoración y la confianza, se encuentra bellamente expresado. Después de considerar su queja y dolor en el versículo 21, Jeremías comienza diciendo: 


«Esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré. Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré. Bueno es Jehová a los que en él esperan, al alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová» (Lm 3:21-26).


Y después continúa:


«Porque el Señor no desecha para siempre; Antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias; Porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres. Desmenuzar bajo los pies a todos los encarcelados de la tierra, torcer el derecho del hombre delante de la presencia del Altísimo, trastornar al hombre en su causa, el Señor no lo aprueba. ¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno? ¿Por qué se lamenta el hombre viviente? Laméntese el hombre en su pecado. Escudriñemos nuestros caminos, y busquemos, y volvámonos a Jehová; Levantemos nuestros corazones y manos a Dios en los cielos» (Lm 3:31-41).


En medio de la desolación por la destrucción de su pueblo, y aun con su corazón herido, Jeremías estaba recapacitando y aconsejando a su alma con las verdades que conocía. Él trajo a su mente las promesas de la misericordia y fidelidad del Señor. Él se alentó y retó a sí mismo a confiar y esperar en la salvación de Dios, a recordar que el Señor es soberano en todo lo que permite. Pero también señaló la necesidad de lamentarnos por nuestro propio pecado, escudriñar y reconocer nuestras faltas ante Dios y volver nuestros corazones a Él.


 

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Escrito por: Yeimy de Robainas

Diseños: Constanza Figueroa G

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