La mujer y la sumisión bíblica
- Yeimy de Robainas
- hace 2 horas
- 3 Min. de lectura

Esta semana he comenzado a meditar junto a las mujeres de mi iglesia local, el tema de la «sumisión bíblica», estudiando el libro «Atrévete a ser una mujer conforme al plan de Dios», escrito por Nancy DeMoss Wolgemuth con la participación de varias autoras. Dicho sea de paso, este recurso está siendo de mucha bendición a nuestras vidas; en la medida que vamos profundizando en los diferentes temas que abarca, sobre el diseño perfecto de Dios y la feminidad bíblica.
Este libro incluye, entre otros, el tema de la sumisión, un tema bastante amplio y lleno de controversias. La controversia de este tema, es generada por diferentes razones, algunas de las cuales te quiero compartir a continuación. Además, me gustaría presentarte un resumen de varios elementos que pueden llevarte a una reflexión más profunda.
En primer lugar, debemos tener en cuenta que la palabra «sumisión» originalmente significa: «ponerse voluntariamente por debajo de la autoridad de alguien más». Esto quiere decir, que la sumisión no es una idea machista de los hombres para gobernar a las mujeres o de las diferentes autoridades para tomar el poder y dominio sobre otra persona. Sumisión no significa que la persona está esclavizada y obligada a la fuerza a someterse, sino que como lo dice su significado, lo hace «voluntariamente» y de forma libre.
En el contexto bíblico esto debe hacerse con gozo y en obediencia, respondiendo al llamado de Dios en Su Palabra. La sumisión no es una invención de los hombres sino de nuestro Dios Creador. Él diseñó todas las cosas de una manera hermosa y perfecta para que funcionen de manera ordenada y adecuada. Con este propósito, el Señor ordena la sumisión: para que haya un orden y un funcionamiento armonioso entre todas sus criaturas, y no un caos; donde cada uno haga lo que quiere sin rendir cuentas a nadie.
Como dijo mi hermana Luisa durante el tiempo de estudio: «Para que haya paz y unidad tiene que haber sumisión. Para que las relaciones en un hogar funcionen tiene que haber una mujer sumisa.»
Sin embargo, aunque se habla mucho de la sumisión de la mujer con respecto a su esposo, en el matrimonio, debo señalar que la sumisión bíblica va mucho más allá que eso. Todo creyente, sea hombre o mujer, casado o soltero y en cualquier etapa de su vida, debe vivir en sumisión a Dios y a otros.
Nuestra sumisión debe ser en primer lugar al Señor y a la autoridad de Su Santa Palabra (Stg 4:7). Además de esto, el Señor también ordena que debemos someternos a nuestros gobernantes (1 P 2:13-14), a nuestros jefes laborales (1 P 2:18; Ef 6:5-6), a nuestros hermanos en el cuerpo de Cristo (1 P 5:5; Ef 5:21) y a nuestros líderes espirituales de la iglesia (He 13:17). En el matrimonio, las casadas deben someterse a su esposo (Ef 5:22-24), pero también el esposo debe someterse al Señor al cumplir el mandamiento de amar a su esposa como Cristo amó a Su iglesia (Ef 5:25-26; 28-29). Los hijos deben obedecer la autoridad de sus padres (Ef 6:1-3) y a su vez, los padres deben criarlos sometiéndose ellos mismos en primer lugar a Dios, en la disciplina y amonestación del Señor (Ef 6:4).
Muchos, al escuchar la palabra «sumisión» se retuercen, rechinan los dientes, y sienten una gran incomodidad. Esta es una idea que puede provocar ansiedad y malestar, especialmente en muchas mujeres. Por lo que he estudiado sobre este tema, puedo decir que, la razón detrás de estas reacciones ante la sumisión, se encuentra casi siempre ligada a ideas distorsionadas y a mentiras en cuanto a este llamado. Algunas de estas mentiras provienen del mundo, del feminismo o incluso dentro de la propia iglesia, cuando la sumisión no se ha entendido, ni vivido bíblicamente.
Además, el pecado que mora en nuestros corazones engañosos, nos hace incapaces de someternos a alguien. Deseamos ser independientes, hacer nuestra voluntad y que nadie nos diga qué hacer. Queremos tener la última palabra porque pensamos que nuestras opiniones son las mejores, y que si las cosas no se hacen a nuestra manera no saldrán bien. Esto revela la rebeldía y el orgullo en nuestro corazón; una semilla que fue plantada desde la creación en el jardín del Edén, cuando nuestra primera madre, Eva, decidió no sujetarse ni a Dios ni a su esposo.
Por esa razón, amadas hermanas, necesitamos que sea el Espíritu Santo iluminandonos y llevándonos a toda verdad (Jn 16:13). Oro que por el poder de Su amor (2 Co 12:9) podamos ver que la sumisión no es una carga para nosotras, cuando contemplamos a Aquel que se sometió voluntariamente hasta lo más profundo por nosotras.

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Diseño: Eunice Arcia
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