Sirviendo a padres mayores como solteras
- Ana Zenón
- hace 15 minutos
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En el momento que escribo esto, estoy terminando una semana llena de idas y vueltas al hospital llevando a mi mamá y a mis abuelos al médico. Mi mamá tiene 52 años y mis abuelos 82 y, como naturalmente es, sus cuerpos han cambiado y se han vuelto más débiles, ya no son los mismos que años atrás. Ahora necesitan la atención, el cuidado y la paciencia que antes quizá no necesitaban.
Así que en este escrito abriré mi corazón con ustedes acerca de lo que hago en esta temporada de mi vida que me ha tocado servir a mis padres y abuelos que ya son mayores. Me gustaría decir que cada uno de estos puntos que aquí coloco son ya dominados por mí, sin embargo, me retracto, porque aun no lo he logrado. Aún el Señor está moldeando mi carácter y haciendo que me niegue a mi misma por amor a Él y a los míos, que principalmente son Suyos.
Entender que debemos servir a nuestros padres en el nombre del Señor
El apóstol Pablo escribió a los colosenses las siguientes palabras: «Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él» (Col 3:17).
Pablo nos hace un llamado a hacer todo en el nombre del Señor Jesús ¿Qué quiere decir esto? Esto quiere decir que debo hacer todas las cosas tal como Jesucristo las haría. Esta idea es asombrosa porque, cuando la aplicamos a nuestra vida, trae grandes implicaciones, mayormente, a aquellas personas que en esta temporada de nuestra vida nos ha tocado servir a nuestros padres o abuelos mayores. Esto es, que debemos cuidar a nuestros padres tal como Jesucristo los cuidaría.
Dios me llama a cocinar los alimentos para mis abuelos tal como Cristo lo haría, debo darle sus medicamentos cada mañana como Él lo haría, debo llevarlos a cada consulta como Él lo haría, debo preparar su ducha caliente tal como mi Señor lo haría.
Pero hoy me avergüenzo porque no siempre lo he hecho así. Hay momentos en los que mi cuerpo cansado ya no quiere hacer un esfuerzo más y deja las cosas inconclusas, las hace a medias o simplemente no las hace.
Sin embargo, la pregunta que una y otra vez debe estar en nuestra mente es ¿cómo lo haría Cristo? Porque así como Cristo lo haría, así nosotras debemos hacerlo.
Cultivar intencionalmente la paciencia
Cuando los padres entran a una edad avanzada, los hijos ahora también entramos a la escuela de la paciencia. Ese hombre fuerte, varonil y autónomo que antes era, hoy se ha convertido en un hombre cuyo cuerpo ha perdido fuerza y cada día se hace más dependiente de los demás. Aunque él no lo desee así, y nosotros quisiéramos que no pase, las Escrituras nos dicen que así es como pasará (Sal 90:10).
Por eso es que, en esta etapa, como hijos jóvenes, tenemos que cultivar intencionalmente la paciencia. La paciencia es un fruto del Espíritu Santo, por lo tanto, es una característica de un verdadero cristiano. Aún no somos total y completamente pacientes, pero el Señor está formando la paciencia en nosotros y servir a nuestros padres es una forma de hacernos pacientes. Dios usará los momentos más simples, como caminar junto a ellos en pequeños pasos hasta llegar a su habitación, o como esperar semanas o meses a que sus medicamentos hagan efecto para mejorar su salud.
Dios quiere transformar tu corazón para que sea como es el Suyo. Quiere que esa misma paciencia que extendió hacia nosotros, nosotros la extendamos hacia nuestros padres que ahora tanto la necesitan.
Sincérate con el Señor y pide fuerza
Quisiera decirte que servir a nuestros padres mayores es fácil, pero no es así. No puedo negarte que ha habido momentos en los que me he sentido muy feliz y he experimentado una sensación de satisfacción por la oportunidad de servirles, de ayudarles, de acompañarles, de alimentarles. Pero también han llegado los días en los que no ha sido así.
Justo el mes pasado había planeado un viaje, me había preparado e ilusionado con viajar. Pero no pudo hacerse realidad porque mi mamá enfermó y mis abuelos también. Fue ahí donde tomé la decisión de cancelar ese viaje y quedarme con ellos. Ahora me necesitaban a mí, necesitaban que yo los cuidara como ellos, por muchos años, me cuidaron a mí.
Es ahí donde tuve que sincerarme con el Señor y pedir que él renovara mis fuerzas. Dios sabe lo difícil o lo fácil que ha sido para mí y también para ti, Dios conoce nuestros corazones. A Él no le toma por sorpresa nuestro sentir, a Él nada le podemos ocultar. Más bien, debemos confesar lo malo que está sucediendo en nosotros y pedir que lo cambie. Debemos traer nuestra debilidad y pedir que nos fortalezca. Así que te invito a orar hoy así:
«Señor, Tú que conoces todo de mí, que nada puedo negarte. Hoy te agradezco por la vida de mis padres porque aún los tengo conmigo. Señor, ayúdame a cuidarlos tal como Tú lo harías, que sea consciente que, a través de servirles a ellos te sirvo a Ti. Renueva mis fuerzas, dame paciencia, dame gozo para cuidar de ellos hasta que Tú decidas que ellos, o yo, estemos contigo. En el nombre de Jesús. Amén».
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Diseño Vianela Valerio
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