Serie confesiones: «Confieso que he luchado (y lucho) con la impureza»
- Sofía Rodríguez
- 15 mar
- 2 Min. de lectura

¿Alguna vez escuchaste a una mujer decir eso? Por lo general, incluso dentro del ámbito cristiano, suele decirse que los hombres lidian con la lujuria y la impureza sexual, mientras que las mujeres no suelen hacerlo. Creo que puede ser cierto de alguna manera, en cuanto a la forma en la que comienza a llevarse a cabo la tentación. Pero lo cierto es que tanto hombre como mujer pecan en sus corazones con estos deseos.
Conocí al Señor cuando tenía dieciséis años. Sin embargo, a pesar de mi corta edad, ya había experimentado muchas situaciones en el mundo. Salidas, alcohol, drogas y, por supuesto, relaciones con varios hombres sin restricción. En ese momento, no importaba si lo conocía o no, no medía ningún tipo de consenso. Solo le daba rienda suelta a mis sentimientos, deseos sexuales y pensamientos ilícitos de la carne. Para mí, la práctica de la libertad se basaba en eso, poder acercarse físicamente a las personas que yo quisiera sin importar nada más que eso.
Luego, el Señor me rescató y perdonó cada uno de mis pecados. Aún así, sigo siendo débil y, cuando olvido mi necesidad de permanecer arraigada al Señor, a Su Palabra y la oración para caminar en santidad, soy tentada por mi vieja naturaleza a poner mi satisfacción en esos deseos impuros de atracción física y sexual, incluso emocional.
Sí, soy una mujer casada y lidio a diario con esos deseos profundos, esos pensamientos y miradas que pecan contra Dios y, de alguna manera, contra mi propio esposo. Pero también es algo que Dios utiliza para llevarme a diario a los pies de Cristo en arrepentimiento y fe. Me recuerda constantemente que el único santo es Él y por Su obediencia en la cruz puedo tener una relación directa con el Padre y ser cada vez más y más santificada, para Su gloria.
Si tú también batallas a diario con estos pecados, te invito a correr al único que es capaz de librarte de la esclavitud de los mismos, renovar tu mente cada día y darte verdadera libertad para adorar «Al que nos ama y nos libertó de nuestros pecados con Su sangre» (Ap 1:5).
Diseño: Frida García
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