Para las esposas de pastores y líderes espirituales
- Azul Ramírez
- hace 4 días
- 5 Min. de lectura

Soy esposa de un pastor de jóvenes y hemos sido muy bendecidos al poder servir a la iglesia, siendo transformados y estimulados a crecer más a la imagen de Cristo. Al mismo tiempo, abriendo mi corazón confieso que, como matrimonio y de manera personal, hemos batallado con algunos aspectos que llegan a impactar en la familia, debido a nuestro pecado y el de otras personas.
Me animé a escribir este artículo a fin de motivar a aquellas mujeres y familias que se encuentran en desánimo, o abrumadas por el ministerio de sus esposos, deseando que pongan su mirada en Cristo, nuestro gran sumo sacerdote. Él es Quien entiende nuestras debilidades, frustraciones y heridas, y nos conduce en Su amor.
Por esa razón, deseo compartir algunos temas que, considero, debemos recordar en el ministerio pastoral.
El primer ministerio del pastor es su familia
Muchas veces, como pastores, es complejo recordar cuál es su primer ministerio. Esta situación puede ser alentada por la visión que la misma iglesia tenga de él, pues, consciente o inconscientemente, a menudo se busca que sea una persona disponible en todo tiempo o se suele pensar que el pastor es una figura indispensable para la iglesia, cuando debemos recordar que Cristo sigue siendo la cabeza de la iglesia.
La Palabra de Dios nos muestra que el primer ministerio del pastor o anciano es su familia:. «Un obispo debe ser, pues, irreprochable, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, de conducta decorosa, hospitalario, apto para enseñar, no dado a la bebida, no pendenciero, sino amable, no contencioso, no avaricioso. Que gobierne bien su casa, teniendo a sus hijos sujetos con toda dignidad; (pues si un hombre no sabe cómo gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de Dios?)» (1 Ti 3:2-5).
Entonces, podemos ver que, siendo guiados por las Escrituras, debemos examinar el carácter del pastor a la luz del cuidado de su familia en primera instancia y, en consecuencia, podrá ser apto para el cuidado de la iglesia, y no de manera contraria, como suele considerarse.
Los pastores deben tener presente que «Dios puede llamar a otra persona para que tome tu lugar en el ministerio, pero tu familia no puede llamar a otra persona. Es bueno recordar que no somos indispensables en el ministerio, pero sí lo somos en nuestra familia» (Pastor: tu familia es primero, Juan Moncayo, Coalición por el Evangelio).
Cuidar los momentos y días de descanso
«En el séptimo día ya Dios había completado la obra que había estado haciendo, y reposó en el día séptimo de toda la obra que había hecho. Dios bendijo el séptimo día y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que Él había creado y hecho» (Gn 2:2-3).
Como seres humanos batallamos con seguir el diseño de Dios de un día de descanso, ya sea porque nos vamos al extremo de estar activos constantemente o porque queremos descansar por placer.
En mi experiencia, he notado que, en el ministerio pastoral, es complicado observar un día de descanso, sobre todo porque el día que podemos hacerlo forma parte del reunirnos como iglesia y, por esa razón, se vuelve un día más activo para los pastores. Y, en el resto de los días de la semana, coincide con otras actividades de la familia, como el trabajo de la esposa o la escuela de los hijos.
De forma personal, éste ha sido un tema complejo para nosotros. Mi trabajo es demandante y el de mi esposo como pastor también, pero a la luz de la Palabra hemos entendido que tener un tiempo de descanso y vacaciones como persona y familia es parte del plan de Dios y es bueno porque Él así lo creo. En ese sentido, te animo a fijar límites, días y momentos de descanso que concilien con las actividades de tu familia.
Recuerda que algo vital para cultivar nuestra dependencia de Dios es reconocer que debemos y necesitamos descansar física y espiritualmente.
Orar para que el ministerio sea una bendición compartida en familia
«Por nada estén afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer sus peticiones delante de Dios» (Fil 4:6).
Es una gran bendición que tu esposo sea llamado por Dios para el ministerio pastoral o liderazgo como anciano. No olvidemos que no es por nuestros méritos sino por la gracia de Dios que somos hechos parte de Su pueblo con funciones específicas en el mismo. En ese sentido, te animo a recordar la gracia de Dios al mirar a tu esposo para este trabajo, así como al que te ha llamado a ti.
Esto no deja a un lado las complicaciones que pueda haber; por ello, es necesario orar constantemente para que el ministerio de tu esposo no se vuelva una carga para ti o tus hijos, sino una bendición que compartan como familia, entregando a Dios todas sus peticiones e inquietudes.
Como testimonio, puedo expresar que ha sido hermoso servir como pareja, pues he estado involucrada de forma activa en la iglesia y en las tareas que le son encargadas a mi esposo, y he experimentado gran regocijo en servir, en aprender a dar antes que recibir y en ser transformada más a la imagen de Cristo, en humildad y amor.
Con esto, no quiero decir que la esposa del pastor esté obligada a estar involucrada como si fuera la «pastora» o una extensión del trabajo de su esposo, sino que te animo a que puedas ver en ti y en tus hijos la bendición de que tu esposo sea llamado al ministerio pastoral, en lugar de que se vea como una piedra de tropiezo para tus deseos y anhelos profundos, tus planes o expectativas, etc.
Entregar a Dios las heridas que han recibido a causa del ministerio
«Sobre todo, sean fervientes en su amor los unos por los otros, pues el amor cubre multitud de pecados» (1 P 4:8).
Tanto el pastor, como su esposa e hijos, pueden ser heridos por la iglesia y también llegar a herirla; lamentablemente no estamos exentos de esto por el pecado. En mi caso, y como familia, ha sido difícil y doloroso experimentar lágrimas y desaliento, pero quiero invitarte a que esos sentimientos y estados de ánimo no te dominen, ni echen raíces de amargura.
Recuerda que no estamos solos en este caminar, Cristo es nuestro gran Sumo Sacerdote, Quien entiende completamente las heridas que hemos soportado y las que, quizá, hayamos ocasionado, y aún así nos ha librado de las mismas en la Cruz, otorgándonos salvación y perdón e invitándonos a una vida nueva donde Su amor es el que cubre la multitud de pecados.
Siempre mirar a Cristo
Recuerda que el Evangelio nos habla de Cristo, Su vida y Su obra, por lo tanto, nuestro corazón debe estar centrado en Él y no olvidar que sólo en Él podemos encontrar nuestro verdadero propósito y esperanza de vida y ministerio.
Al final, tu descanso no debe estar en tu esposo y su carácter, en la iglesia y su madurez, o en ti y tus hijos y la atención que puedas recibir, sino en Cristo, nuestro Pastor, Quien está con nosotros todo el tiempo y ya nada nos falta, y cuyo amor y misericordia nos siguen todos los días.
Que nuestra vida y ministerio sean para Su gloria y que podamos vivir recordando que en Su casa moraremos para siempre, a pesar de nuestras debilidades y dificultades.
Te invito a alentar a tu esposo, como ayuda idónea que eres, exhortándolo a la luz de la Biblia y estimulándolo en su ministerio.

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