Matrimonio y fe
- Adriana Islas
- 22 abr
- 5 Min. de lectura

Dentro del cristianismo existen diversidad de personas y, por supuesto, muchas conforman diferentes matrimonios. Entre ellos, existen quienes están casados con alguien que no practica su misma fe.
Algo que sabemos muy bien es que el matrimonio es la unión entre dos personas con opiniones, gustos, caracteres, formas y maneras diferentes de ser, pero, claramente, están dispuestas a decidir cada día amarse. Esto conlleva grandes desafíos para las personas implicadas, por eso, muchas veces se habla de «mejor no casarse».
Ahora bien, mucho más allá de los motivos y razones, hay quienes, creyendo en Cristo, comparten su vida con alguien que no cree en Él, lo cual lo hace aún más difícil.
Y aquí es donde me gustaría que nos detengamos hoy. Este tipo de matrimonios, tienden a ser mal vistos, menospreciados y juzgados por otros cristianos. Pero ¿sabes algo?, no es así para nuestro Señor. Nosotros podemos hacer juicios ligeros, guiarnos por percepciones y dejamos de lado todo el apoyo y ayuda que podemos brindarles a nuestros hermanos.
¿Qué nos dice la Palabra acerca de esto?
El diseño original de Dios para el matrimonio ha sido el que un hombre y una mujer se unan en matrimonio siendo una misma carne (Gn 2:24). A lo largo de Su Palabra, vemos que Dios le pide a Su pueblo que no se una en yugo desigual con otros pueblos, con quienes no pensaran como ellos ni con quienes tuvieran otros dioses diferentes. El apóstol Pablo, en 2 Corintios 6:14, también menciona la importancia de no unirse «en yugo desigual con los incrédulos; porque [...] ¿qué comunión tienen la luz con las tinieblas?». Como cristianos, somos hijos de la luz, por lo tanto, Dios nos llama a unirnos con aquellos que también vivan en la luz. Ahora bien, como hemos visto, hay ocasiones en las que esto no se da así, ya sea porque uno conoció la verdad del Evangelio luego de haber contraído matrimonio, o porque se hayan unido aún sabiendo la verdad de las Escrituras pero negándose a obedecerlas. Sin embargo, sea cual sea el motivo, la gracia de Dios es abundante y nos rescata de esas situaciones en las que nosotros mismos nos sumergimos.
Sin embargo, nuestro Dios nos conoce a la perfección, y dejó verdades y palabras de ánimo y consuelo para nosotros en las Escrituras. Ya han pasado más de 2000 años que se escribieron estos versículos para mujeres y hombres con esposos inconversos, es decir, que no comparten la misma fe, pero Su palabra siempre confronta nuestros corazones.
¿No te impresiona eso? Nuestro Creador no dejó ningún cabo suelto, pensó en ti y en mí.
En esta ocasión, vamos a leer 1 Corintios 7:12-16 que dice: «Pero a los demás digo yo, no el Señor, que si un hermano tiene una mujer que no es creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone. Y la mujer cuyo marido no es creyente, y él consiente en vivir con ella, no abandone a su marido. Porque el marido que no es creyente es santificado por medio de su mujer; y la mujer que no es creyente es santificada por medio de su marido creyente. De otra manera sus hijos serían inmundos, pero ahora son santos. Sin embargo, si el que no es creyente se separa, que se separe. En tales casos el hermano o la hermana no están obligados, sino que Dios nos ha llamado para vivir en paz. Pues ¿cómo sabes tú, mujer, si salvarás a tu marido? ¿O cómo sabes tú, marido, si salvarás a tu mujer?»
Como puedes leer, no es Su voluntad que estos esposos se separen, sino que el creyente (ya sea el hombre o la mujer) muestre al Señor en todo momento, pues por su actuar podría llevar a su cónyuge hacia Cristo.
¿Sencillo? No, si lo hacemos en nuestras fuerzas y entendimiento.
¿Posible? Por supuesto, con la ayuda de Dios.
En el versículo 14 notamos con claridad que, debido a esta unión matrimonial, el cónyuge creyente le brinda un efecto santificador a su esposo e hijos. Es decir, ella no le otorga salvación, sino una especial atención, por así decirlo. No olvides que la salvación es del Señor (Hch 4:12) y es personal. «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna» (Jn 3:16).
Comprendo que tengas momentos de debilidad donde te sientas sola, tu fe se nuble debido a las circunstancias o dudes de que sea posible la conversión de tu pareja, no te abrumes y pongas cargas que no te corresponden, cada quien es responsable de sus acciones y decisiones.
Sin duda, estos esposos tendrán muchas circunstancias y todas las acciones del creyente serán vistas y revisadas con lupa, pues sus acciones hablarán más fuerte que las palabras. Cuando leemos esto decimos ¡uf, que complicado!, pero, en verdad, en todas las relaciones pasa esto. Aún así, hoy quiero compartirte esperanza para que no desistas en tu matrimonio y puedas continuar mostrando a Cristo a cada momento.
¿Qué puedes hacer tú?
Recuerda todo lo que has pasado, lo que nuestro Señor ha hecho por ti, cómo te rescató y cómo te ha ido transformando. Poco a poco y ha llevado tiempo, ¿verdad? Lo mismo pasa con tu cónyuge, necesitas comprender que hay muchas cosas que no entiende, que se le hacen complejas de creer o vivir por su propia incredulidad. Sin embargo, no debes imponerle nada y mucho menos obligarlo, pues «la fe que tú tienes, tenla conforme a tu propia convicción delante de Dios» (Ro 14:22).
Pide la llenura del Espíritu Santo para que brindes amor, paz, bondad, que seas paciente, mansa, tengas gozo y paciencia (Ga 5:22-23). No es que seas perfecta, sino que el Espíritu puede obrar en ti de maneras que no imaginamos, y esa es la confianza que tenemos. Por lo tanto, en medio de la dificultad, atesora esta Palabra: «Asimismo ustedes, mujeres, estén sujetas a sus maridos, de modo que si algunos de ellos son desobedientes a la palabra, puedan ser ganados sin palabra alguna por la conducta de sus mujeres al observar ellos su conducta casta y respetuosa» (1 P 3:1-2). ¡En Cristo hay esperanza y ellos pueden verlo a Él en tu vida! Recuerda que eres una embajadora del reino de los cielos en tu hogar, compartir el evangelio a tu esposo en todo momento es tu privilegio. No lo tengas en poco, valóralo y ama hacerlo, que tu piedad sea contagiosa, tu fe genuina y tu corazón puro.
Clama por tu esposo cada día, ruégale al Señor que lo alcance, que le dé un corazón sensible y dispuesto para escuchar Su voz. Ten presente que, antes de que cambie o que sea como tú anhelas, él necesita a Dios.
Cobra ánimo
Para terminar, quisiera animarte con unas palabras: si tú eres la esposa creyente, recuerda que nuestro grandioso Padre siempre está cuidando de nosotros y permanece atento a nuestra súplica y clamor. No se trata de cómo veamos, sintamos o consideremos la situación, sino de cómo el Señor responde y actúa a cada momento, para Su gloria. Si tienes un hermano o hermana en tu congregación en un matrimonio mixto, ¡ora por ellos! Necesitan de tus oraciones, consejos y amor.
¡Siempre estamos a una decisión!
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