Por Mónica Carvajal
Hay personas que amas y por las que seguramente has estado orando para que conozcan a Cristo, desde que Él te ha hecho libre. Yo también lo he vivido, he estado en tu lugar y créeme, aún lo estoy.
Es por eso que, hoy quiero compartir contigo acerca de cuatro personas que, movidos por la fe, ayudaron a un paralítico. Quiero invitarte a que los imites y a que te dejes maravillar y sorprender por la obra que Dios puede hacer en la vida de quienes amas.
La casa llena
Puedes leer el relato en el evangelio de Lucas 5:17-26.
Jesús y Sus discípulos están de regreso en Capernaum. Muchas personas habían llegado para escuchar Su enseñanza y predicación de la Palabra. Era tanta la fama que Jesús había ganado, que el lugar estaba lleno, no había espacio para nadie más.
Me imagino la cantidad de personas que habrán llegado simplemente por curiosidad, otros tal vez sedientos y hambrientos espiritualmente hablando. Sin embargo, había un pequeño grupo de cinco hombres que llegaron con una necesidad particular. Cuatro de ellos habían llegado por sus propios medios, agotados por la pesada carga que tenían sobre sus hombros, ya que el quinto hombre llegó cargado por ellos en una camilla.
Estos cuatro hombres eran probablemente amigos de aquél que no podía caminar, un paralítico que estaba cansado de su condición. Una persona que no tenía ninguna posibilidad de hacer una vida normal y que se encontraba postrado en una camilla. Humanamente hablando, llegar hasta Jesús por sus propios medios era imposible. Necesitaba ayuda y Dios se la envió en forma de personas fieles que harían hasta lo imposible para llevarlo hasta Aquel que podía con toda certeza darle lo que necesitaba.
Hombres de fe
Estos eran hombres de fe. Hombres que decidieron ayudar a una persona necesitada y que intentarían hasta lo imposible para que pudiera ver a Jesús. No se dejaron intimidar por la multitud. Los límites físicos de la casa no serían impedimento para que ellos pudieran cumplir con su misión.
Sin dudarlo, estos hombres decidieron subir hasta el techo, desmontarlo y bajar cuidadosamente la camilla para poner a su amigo frente a Jesús (vs19). Cuando Jesús los vio, no se fijó si estaban cansados, sino que Él miró su corazón, su fe. Jesús fue hasta donde estaba el paralítico y le dijo: “hombre, tus pecados te son perdonados” (vs20).
Me emociona leer estas palabras, porque aunque los amigos conocían el sufrimiento físico del paralítico y querían ayudarle, ellos no conocían la realidad de su condición. Este hombre no estaba enfermo solo en su cuerpo, estaba muerto espiritualmente por el pecado y necesitaba una cura mucho más urgente y necesaria: necesitaba un Salvador.
Algo extraordinario ocurrió no sólo en ese momento en el que Jesús habló directamente al hombre que se encontraba en la camilla, sin poder moverse, sino desde antes, en la vida de cuatro personas que decidieron hacer hasta lo imposible para levantar a quien conocían y a quien seguramente amaban.
Dios había movido el corazón de estos hombres para ayudar a su amigo. No sabían el favor tan grande que estaban haciendo al presentarlo delante de Jesús. Quizás nunca se imaginaron que su fe y todos sus esfuerzos para llevarlo hasta esa casa donde se encontraba Jesús, provocaría un cambio tan radical en la condición de este hombre.
La respuesta de la fe
Este milagro del paralítico deja claro que Jesús tiene poder sobre la enfermedad y tiene poder para perdonar pecados. Jesús es Dios, Su poder no tiene límite. Él conoce el corazón de todos los hombres y conoce la necesidad que hay de perdón, de salvación, de reconciliación con Dios. Por eso, hace más de 2000 años Dios se hizo hombre en la persona de Jesús y vino a la tierra, no solo para llevar a cabo milagros tan maravillosos y sorprendentes como sanidades físicas, sino para demostrar que sólo Él puede perdonar nuestros pecados. Jesús vivió una vida perfecta, murió y resucitó, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna”, Juan 3:16 NBLA.
El paralítico de nuestra historia responde glorificando a Dios, tomando su lecho y yéndose a su hogar. Su salvación quedó registrada en las páginas de la Biblia para recordarnos el poder de Cristo y la necesidad de poner nuestra fe en Él.
¿Tienes tú esa fe?
Así como esos cuatro hombres no se dejaron intimidar ni detener por las barreras físicas para llevar a su amigo hasta Jesús, quiero recordarte que no hay barrera espiritual que impida que entres delante del trono de la gracia.
La puerta del cielo está abierta para quienes oran con fe, para quienes reconocen a Cristo como su Señor y Salvador, para quienes tienen al Espíritu Santo morando en ellos, por la fe que han puesto en la obra de Cristo a su favor.
Hoy quiero invitarte a no dejar que los pecados, las actitudes, la rebeldía, el comportamiento, las acciones dolorosas y las palabras de rechazo al Evangelio, que las personas que amas hayan cometido o expresado, impidan que los lleves a Cristo.
No te canses de orar por ese familiar, por ese amigo, por ese compañero de trabajo, por ese vecino, por esa persona a la que le has compartido el Evangelio. No te canses de presentarles a Aquel que tiene el poder para darles fe y cambiar sus corazones. Recuerda que son paralíticos espirituales y que tú tienes la bendición de poder interceder por ellos.
Puede parecer una misión imposible, como si la tierra en la que estás sembrando estuviera marchita, muerta, árida o desértica, pero piensa ¿cómo estaba tu corazón antes de llegar a Cristo? ¿Puedes pensar en por lo menos una persona que sabes oró por tu salvación? ¿Te has gozado por la salvación de alguien por quien has orado en el pasado? Dios puede hacer milagros como esos todos los días y en los corazones más duros.
Ánimo, “no nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos” Gálatas 6:9 NBLA.
Te invito a compartir algún testimonio de cómo Dios ha usado tus oraciones en el pasado y cómo te ha movido a orar por la salvación de alguien por medio de este escrito.
Dios te bendiga
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