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Foto del escritorKarla Martínez

La historia de vida de Juan Calvino


Juan Calvino nació el 10 de junio de 1509, en Noyón, Francia. Hijo de Jeanne Lefranc y Gérard Cauvin, quienes gestaron una familia bajo la religión católica y con un nivel cultural reconocido, pues su padre se desempeñaba como jurista y administrador del obispo.


Debido a la notoria influencia que su padre ejercía en la vida de Calvino, en principio, éste comenzó a estudiar una carrera eclesiástica, en Collège de la Marche y en Collège de Montaigne. Sin embargo, tiempo después, al tener discrepancias con las ideas que estaba recibiendo en su formación académica, su padre decidió que Calvino estudiara la carrera de leyes. Por esta razón, en 1523, fue enviado a la Universidad de Orleans, en la que se distinguió por un notable intelecto y capacidad de análisis.


En ese contexto, Juan Calvino tuvo oportunidad de moldear su pensamiento bajo el humanismo renacentista, que lo llevaría, años después, a ser un fiel analista de las Escrituras y uno de los más reconocidos seguidores de la Reforma Protestante.


Durante los años de su formación académica, Calvino comenzó a inclinarse por el Movimiento de la Reforma, debido a la aparente influencia que la doctrina de Martín Lutero iba permeando en su vida. Finalmente, en 1532, Calvino concluyó sus estudios en leyes, obteniendo el respectivo título.


Aproximadamente para el año 1533, Calvino se vio involucrado en una polémica debido a que Nicolás Cop, su amigo y quien había sido nombrado recientemente como rector de la Universidad de París, proclamó un discurso basado en las tesis luteranas que atacaba fuertemente a los teólogos escolásticos de ese momento. La autoría de dicho discurso se le atribuyó a Calvino. Esta situación lo llevó a tener que huir de París y, después de un tiempo, a asentarse en Basilea, Suiza. Estando allí, se dedicó a escribir su obra más reconocida, Instituciones de la religión cristiana, cuyo contenido, en principio, fue escrito de manera breve. Durante las dos décadas siguientes, esta obra fue aumentando de manera considerable (cinco veces), hasta llegar a representar una verdadera teología sistemática que presentaba las enseñanzas centrales de la Reforma Protestante.


Luego, Calvino arribó a Ginebra, Suiza, en donde conoció al reformador Guillaume Farel e iniciaron una cercana amistad que más adelante produciría frutos en la Iglesia Reformada. Farel consideraba a Calvino como un joven predicador con gran talento, así que no dudó en persuadirlo de que se estableciera en aquella ciudad y lo ayudara a construir una nueva Iglesia Protestante. Aunque se dice que, en principio, Juan Calvino dudó acerca de su respuesta a dicha invitación, finalmente aceptó la exhortación del reformista ginebrino.


Sin imaginarlo, Ginebra fue la ciudad en donde Juan Calvino tendría sus años más fructíferos. Allí, con excepción de un destierro temporal del cual fue partícipe junto con su amigo Farel dada la radicalidad de sus reformas, fue donde Calvino desarrolló su talento como erudito de la Reforma, continuó escribiendo sus obras, proclamó sus notables discursos y lideró una profunda transformación de la iglesia local. Todo esto, a pesar de las complicaciones que presentaba en su estado de salud.


Debido a ello, Ginebra se convertiría en el núcleo del protestantismo europeo, a partir del cual se difundió al resto de Europa y a América del Norte. Las enseñanzas de Calvino constituyen, indudablemente, una de las doctrinas más sólidas para la Iglesia Reformada.


A causa de ciertas complicaciones en su salud, el 27 de mayo de 1564, Juan Calvino falleció.


La teología de Calvino presenta diversas ideas notables, como la soberanía de Dios, la necesidad de una fe inteligente en el creyente y una aplicación práctica del cristianismo en la vida de la iglesia, entre otras. Sin embargo, no podemos dejar de poner la mirada en uno de los pensamientos que este reformista francés dejó como legado en la Iglesia Cristiana: «el corazón del hombre como el origen de la idolatría».


En efecto, en su obra maestra Instituciones de la religión cristiana, Juan Calvino abordó el problema con el cual el hombre lidia desde la caída: un desvío constante del corazón humano en la adoración. De esta manera, dicho reformista manifestó: «en verdad, igual que el agua suele bullir y manar de un manantial grande y abundante, así ha salido una infinidad de dios del entendimiento de los hombres, según que cada cual se toma la licencia de imaginarse vanamente en Dios una cosa u otra».


En gran parte del libro primero de dicho tratado, Calvino profundiza acerca de cuál es el origen de la idolatría, concluyendo que esa inclinación proviene del propio corazón del ser humano. Afirma que «el ingenio del hombre no es otra cosa que un perpetuo taller para fabricar ídolos», así como que ese pecado no versaba sólo en una cuestión material, sino que emanaba de un errado entendimiento humano. La principal dificultad que tiene el hombre es la de creer en la presencia de Dios, es decir, la incredulidad. De ahí que, constantemente, tenga la necesidad de buscar una representación física que adorar.


Querida lectora, es increíble meditar en que, aunque han pasado cientos de años desde la vida de este reformista, la afirmación sobre nuestro «corazón como fábrica perpetúa de ídolos», sigue siendo una realidad irrefutable.


Hoy podemos afirmar con seguridad que la idolatría no sólo luce en la adoración de imágenes o representaciones físicas, como quizá hubiéramos pensado, sino que, todo aquello que desplaza el protagonismo que Dios debe tener en nuestro núcleo de adoración, es realmente un ídolo en nuestro corazón.


Sin lugar a duda, esta enseñanza de Calvino nos invita a meditar en el desvío natural que existe en nuestro ser al buscar, constante e inconscientemente, sustituir el lugar que sólo le corresponde a Dios. A partir de ello, necesitamos reconocer la necesidad que tenemos de ser examinadas por el Señor, en nuestra mente y corazón, para ser confrontadas y guiadas a vivir una vida de adoración que traiga gloria a Aquél que lo sostiene todo.




Diseños: Rhaien Vivar

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