Lo más probable es que al menos una vez te has sentido muy fuertemente convencida de algo, tan convencida que sabes que debes compartir las razones a los demás con la esperanza de que ellos se convenzan también. Esto fue lo que pasó con Gladys Aylward, una mujer pequeña de estatura pero grande en valentía y corazón que habitó la tierra con los ojos fijos en el cielo, desde el 24 de febrero de 1902 hasta el 3 de enero de 1970.
Amada hermana, siéntate cómoda y busca un café para que juntas demos un viaje en el tiempo a conocer la vida de una mujer que le dijo Sí a Dios y luego aprendió a confiar y depender de Él mientras abrazaba con gozo Su llamado para su vida.
Gladys Aylward tiene un testimonio muy particular pues terminó en una iglesia «por accidente» pero le avergonzaba salir de allí en medio del culto, así que se quedó a esperar que terminara. Esa misma noche escuchó el evangelio y creyó en Jesús.
Sabemos que en Dios no existen los imprevistos, pues usaría esa entrada inesperada a la iglesia para bendecir cientos de vidas unos años más tarde. Luego de su conversión, Gladys, empezó a sentir un gran peso en su corazón por las almas, especialmente por la nación China. Sin embargo, al ser una joven pobre, sin educación y que se dedicaba a trabajar como criada, pensó que ella no era la persona ideal para realizar esta labor, así que intentó persuadir a otras mujeres u hombres (que estaban a su alrededor y que parecían más calificados que ella) de la necesidad de ir a este país a predicar el evangelio. Fue tanta la vehemencia con la que hablaba del tema, que un día su hermano, seguramente agotado de escuchar el mismo discurso una y otra vez, le dijo: —Si estás tan convencida de que alguien debe ir a China, ¿por qué no vas tú misma?— ¡Wow! Esto fue un balde de agua fría que impulsó a Gladys a prepararse para hacer esta labor.
Intentó inscribirse en una ONG que financiaba a misioneros para ir a China, pero fue rechazada por su edad y por su poco desempeño académico, sin embargo, eso no la desmotivó. Inició a trabajar en la casa de un funcionario que tenía su biblioteca llena de libros sobre la cultura y la nación China, así que cada noche se llevaba uno para estudiarlo y lo traía al día siguiente para tomar prestado uno nuevo. Luego, se enteraría que había una misionera británica allá que necesitaba alguien que la apoyara en su ministerio, Gladys, firme en su convicción de que el Señor la había llamado a servirle allí, destinó sus ahorros a comprar el pasaje para partir, aún con advertencias de una guerra. De esta forma, toma un tren con rumbo a China a sus 28 años.
Al llegar a China, se unió a la misionera, Jeannie Lawson, con quien servía en una posada. Un día la señora Lawson falleció inesperadamente luego de una caída. La soledad tocó las puertas de Gladys, al encontrarse sin respaldo económico en un país desconocido dónde no hablaba bien el idioma y ni siquiera podía salir sola, pues las mujeres debían siempre estar acompañadas. Fueron años luchando con la soledad, pensando que la mayoría de sus problemas podían resolverse con un esposo. Así que oró a Dios por un esposo, sin embargo, este nunca llegó.
En su lugar, Gladys recibió la visita del mandarín (gobernador) de la aldea para pedirle que ocupara la labor de «inspectora de pies». Lo que debía hacer era visitar las aldeas cercanas y enseñar a las mujeres y niñas que ya no se vendarían los pies (pues en la antigua China desde que las niñas aprendían a caminar les vendaban los pies para que no crecieran, ya que pies grandes eran considerados antiestéticos), para ella la respuesta era claramente un rotundo no. Su propósito al viajar a China era exclusivamente predicar el evangelio, no haría nada distinto, ¡mucho menos trabajar para el gobierno! Sin embargo, al pararse desafiante frente al mandarín rechazando su demanda, recordó las palabras de su hermano antes de
salir de Londres y decidió entregarse al Señor en obediencia, sabiendo que Él estaba en control de sus circunstancias, aunque fueran muy diferentes de lo que ella hubiera deseado o imaginado. El mandarín le concedió el hablar de Jesús a cada aldea que visitara, lo que permitió que Gladys contara historias bíblicas mientras hacía su trabajo, y, pudo presenciar la conversión de muchos chinos al cristianismo, incluyendo a su buen amigo el mandarín.
Un día, Gladys, compró una bebé en el mercado conmovida con esta práctica muy común en la antigua China. De ahí en adelante se fueron refugiando uno a uno varios niños necesitados bajo la sombrilla de su cuidado, hasta alcanzar el centenar.
En 1938, se desató la guerra y Gladys tuvo que escapar por las montañas con todos los niños hasta encontrar una aldea segura que los recibiera. Al llegar, se desmayó pues estaba agitada y enferma luego de una larga travesía con cientos de niños y sin la ayuda de ningún adulto. Sanó y regresó a su país a visitar a sus padres donde fue entrevistada por varios medios de comunicación. Sin embargo, empezó a extrañar China por lo que intentó regresar, pero no pudo ingresar al país. Decidió radicarse en Taiwán, donde vivió el resto de su vida y se dedicó a servir cientos de niños más en un albergue que fundó allí.
Hermanas, ser mujeres que le sirven al Señor puede verse de distintas formas, y la historia de Gladys Aylward es un vivo ejemplo de eso. Gladys no era una mujer fuerte, no tenía facilidades ni conocimiento sobre viajar a China, ni siquiera tenía los recursos económicos para hacerlo. Sin embargo, Dios puso un deseo ardiente en su corazón y ella no dejó apagar esa llama. Sabía que no era la mejor persona para hacerlo, sabía que no era la más capaz ni la más fuerte, incluso, una vez dijo: «Yo no fui la primera opción de Dios para hacer lo que he hecho en China... no sé quién era... me imagino que era un hombre... un hombre muy educado. No sé qué pasó. Quizás murió. Quizás no estuvo dispuesto... entonces Dios miró hacia abajo... y vio a Gladys Aylward... y dijo: “Bueno, ella está dispuesta” » a pesar de las dificultades en el camino, Gladys entendió que la obra no la haría ella, sino Dios a través de ella. Así que abrió su corazón y se dejó guiar por el Señor.
¿Qué tan dispuesta estás a decir Sí a la voluntad del Señor para tu vida?
Fuentes:
Purves, C. (Director). (2010). Gladys Aylward: The Small Woman with a great
God.[Documentary] Herald Entertainment, Inc.
Gladys Aylward: The Small Woman With A Great God (2010) (Spanish) | Full M...
Diseños: Rhaien Vivar
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