Por Mónica Carvajal
El domingo pasado, cuando nos disponíamos a asistir a la escuela dominical de la iglesia, mi hija y yo, nos quedamos encerradas en el ascensor del edificio donde vivimos.
Como madre la primera reacción fue de preocupación. Me preguntaba: ¿Y ahora qué hago? ¿Llamo a mi esposo, llamo a la compañía, o trato de transmitirle confianza y seguridad a mi hija?
Llamar era lo más fácil. Un teléfono en mano y los números correctos me ayudarían a ponerme en contacto con quien podría ayudarnos.
Transmitirle paz a mi hija, sin embargo, era más difícil.
Si no tuviera la certeza de que cada segundo de nuestras vidas está en las manos de un amoroso y soberano Dios, me hubiera embargado un sentimiento de ansiedad y angustia.
Es verano, uno de los días más calurosos del año hasta el momento. Un ascensor pequeño y sin ventilación. Una niña de cuatro años, y una puerta que permanecería cerrada hasta que la persona con las herramientas correctas pudiera ayudarnos. Mentiría si te digo que mi primera reacción fue orar. Necesitaba una solución y la necesitaba pronto. Así que lo primero que hice fue llamar a mi esposo y contarle la situación. ¿Podría él hacer algo para ayudarnos? Tal vez no, pero por lo menos estaría pendiente, oraría y nos animaría desde el otro lado de la puerta. Luego, llamé al número de emergencias y me dijeron que enviarían a un técnico dentro de poco.
Al finalizar la llamada, empezamos a orar, “Señor, por favor envía a la persona correcta para ayudarnos, danos tu paz y permítenos superar este momento sin problemas”. Cuando oramos, una paz inundo el pequeño ascensor. Nuestros corazones estaban más tranquilos.
Hasta que la vecina pidió el ascensor y me contó que el verano pasado le había ocurrido lo mismo cuando estaba con sus nietos. Me dijo, “Llama a emergencias de la ciudad y en 5 minutos estarás fuera.” Llamé, y unos minutos más tarde el técnico y los bomberos llegaron al edificio. El técnico abrió la puerta con una llave. Los bomberos esperaron mientras confirmaban que mi hija y yo nos encontrábamos bien. Se sorprendieron al ver a una niña de 4 años, sentada, pintando, mientras esperaba poder salir del claustrofóbico ascensor.
Esa noche, mientras dormía a mi hija pensaba en la llamada más importante que pudimos hacer. Llamamos al trono de la gracia, entramos delante de la presencia de Dios para que nos ayudara, y, en Su misericordia, amor y cuidado, calmó nuestros corazones y envió a alguien que tenía la herramienta necesaria para rescatarnos. Un técnico con la llave correcta para abrir la puerta, y, sobre todo, alguien que sabía dónde y cómo usarla.
No sé si alguna vez te ha pasado algo así o si eres claustrofóbica, pero quiero que sepas que es mi oración que Dios use nuestra reciente experiencia para hablar a tu corazón hoy. Así que quiero preguntarte, ¿eres libre?, o, ¿te encuentras atrapada en algún lugar donde al parecer no hay salida? ¿Estás fuera del ascensor como mi esposo, y no tienes ninguna manera de ayudar a quienes están encerrados a tu alrededor? ¿Te sientes culpable? ¿Te sientes impotente e incapaz?
Quiero que sepas que no importa si te encuentras encerrada en algún pecado que consideras imperdonable. O si te vez perdida intentando encontrarle sentido a lo que sucede en tu vida. Tal vez has llorado a solas en tu habitación debido a una pérdida irrecuperable o porque sientes que la realidad del sufrimiento, la muerte y el dolor a tu alrededor, es sumamente difícil de asimilar. Tal vez sufres porque no tienes los medios para ayudar a quienes amas, y te sientes atrapada en un cuarto sin salida, cargando todo el peso del mundo sobre tus hombros, oprimida y llena de angustia y ansiedad.
Puede que tal vez conozcas a Jesucristo como tu Salvador y Señor, pero en estos momentos de dificultad necesites predicarte el Evangelio de la gracia una vez más y recordar todos los beneficios que tienes a tu disposición para salir victoriosa en medio de tu prueba.
Puede que, por el contrario, nunca te hayas detenido a conocer acerca de la persona de Jesucristo y todo lo que Él puede hacer por ti.
Así que hoy quiero compartir contigo una verdad que puede liberarte de todo ese peso y esas cargas. Quiero presentarte al único que tiene la respuesta para cada una de tus necesidades. En (Mateo 11:28-30) Jesús te invita a venir a Él y a dejar todas tus cargas y ansiedad sobre Él. Quiere darte su amor, su cuidado y su gracia.
De la misma manera en la que nosotras no podíamos salir de ese ascensor sin la ayuda de un técnico, tú querida amiga, necesitas la ayuda de Dios para hacer frente a la vida. Los desafíos son muchos y el sufrimiento también, pero Dios es mayor y más poderoso para rescatarte y darte una nueva vida en Él.
Para hablar de tu presente, necesito hablarte del pasado
En Génesis 3 leemos acerca del momento en el cual el hombre desobedeció, y debido a su transgresión quedó atrapado en un reino de tinieblas y oscuridad (Colosenses 1:13), se volvió esclavo del pecado (Romanos 6:16), sin ninguna posibilidad de salir de allí por sus propios medios.
Dios en Su misericordia hizo una promesa. En (Génesis 3:15) Dios dijo que algún día Él enviaría a un rescatador para liberarnos del pecado, y llevarnos hasta Él.
Hace 2000 años, Dios cumplió su promesa. El clamor de todo aquel que pide ser libertado de ese estado de esclavitud es escuchado todavía en nuestros días (Hechos 3:19, Romanos 10:9).
Jesucristo no usó una llave para sacarnos de un ascensor, Él dio Su vida para rescatarnos de un reino de muerte y sufrimiento (Romanos 5:8). De un lugar en donde el pecado y las consecuencias de la desobediencia son los protagonistas (Génesis 3:16-19), en donde nuestro ser va perdiendo vida y donde la luz y la comida espiritual escasean.
Su sangre derramada en una cruz (Efesios 1:7; 1 Juan 1:7; 1 Pedro 3:18), hoy continúa siendo la que da vida a todo aquel que cree y confía en Jesucristo como su Salvador y Señor (Juan 3:16, Juan 14:6).
Quien respondió la llamada fue Dios Padre, y en Su amor, envió a su Hijo aun sabiendo el costo que tendría que pagar, “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna (Juan 3:16).”
Solamente Jesucristo tiene la llave
Mira lo que Jesús dijo acerca de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por Mí (Juan 14:6).”
Mas adelante Lucas, inspirado por el Espíritu Santo escribió, “En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos (Hechos 4:12).” Solo Jesucristo tiene la llave para sacarnos de la esclavitud, liberarnos del pecado, salvarnos y darnos vida eterna.
Como puedes ver, no interesa cuantos bomberos vengan a nuestra ayuda, no interesa con qué fuerza o deseo anhelemos salir de allí por nuestros propios medios. Solo Jesús por medio de Su sangre y de Su sacrificio puede darnos la entrada ante la presencia de Dios para disfrutar de Su perdón y de Su gracia, “para que todo aquel que cree, tenga en Él vida eterna (Juan 3:15).”
El apóstol Pablo nos recuerda que nuestra salvación es un regalo de Dios, es gratis y es por fe, “Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios (Efesios 2:8).”
Querida amiga, ese día, mi hija y yo, tuvimos la oportunidad de compartir acerca del Dios que salva con los bomberos y con el técnico. Hablándoles de la confianza, la tranquilidad y la paz que teníamos, les mencionábamos que podíamos tener esta actitud porque sabíamos que Dios había escuchado nuestras oraciones mientras estábamos allí encerradas, no por nuestros méritos, sino por medio de la obra de Jesucristo (Juan 15:7). Luego agradecimos su deseo de ayudarnos y regresamos a casa a cantar y a alabar a Dios por Su bondad.
Una invitación para ti
Antes de terminar, quiero invitarte a obedecer la voz de Dios. Si has terminado de leer este artículo, y aun no has confiado en Jesucristo como tu Señor y Salvador, quiero animarte a que lo hagas. El tiempo se acaba. Hoy es el día de salvación (Hebreos 3:15), por favor no endurezcas tu corazón y llama por medio de la oración al Padre. Pídele que el sacrificio de Cristo sea tomado como tuyo y arrepiéntete de tu pecado, clama por Su misericordia y Su gracia y recibe el privilegio de disfrutar de un reino de luz, de paz, de amor, de perdón y de reconciliación. Un reino eterno donde Dios gobierna para siempre con justicia, y donde Jesucristo ha preparado una mansión (Juan 14:2) para todos aquellos que le confiesan como Señor y Salvador de sus vidas.
Mira lo que Jesucristo ha prometido: “Entonces Yo rogaré al Padre, y Él les dará otro Consolador para que esté con ustedes para siempre (Juan 14:16).” “Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en Mi nombre, Él les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que les he dicho (Juan 14:26).”
El Espíritu Santo producirá en ti su fruto, el cual “es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio (Gálatas 5:22).”
Oro por ti, para que Dios te conceda la fe para poder ser libre para Él hoy.
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