Durante mucho tiempo en mi vida cristiana había escuchado sobre ese pasaje de la Biblia en el que Jesús dice que Él es el pan de vida, era un mensaje que no comprendía a profundidad, aunque de igual manera ministraba mi vida y hacía que me preguntara ¿Cómo será no tener hambre, ni sed nunca más? Espiritualmente Dios hace esto cuando derramamos nuestros corazones a Él, pero, me preguntó, ¿qué hay en mi corazón hoy?, ¿estoy llena de Dios o de muchas otras cosas que buscan compartir o incluso competir con Su lugar?
En Juan 6, Jesús da a conocer esta verdad, Él muestra que es Él quien trae vida a lo que estaba destinado a morir. Me gustaría contarles que hubo una ocasión en la que asistí al funeral del papá de una amiga mía y fue ahí donde este pasaje se cobró otro sentido para mí. Aquel día, los pastores reunidos ahí compartieron mensajes de esperanza, de salvación y arrepentimiento; y uno particularmente comenzó a decir algo que me sorprendió, mencionó que: el prefijo “pan” tiene una raíz en el latín y quiere decir <todo>, cuando Jesús dice que “Él es el pan de vida” es porque Él es todo lo que necesitamos.
El mensaje continuó, pero aquellas palabras resonaban en mi mente una y otra vez; y me hicieron comprender aquello que tantas veces había escuchado.
La palabra de Dios nos dice:
Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”. —Ciertamente les aseguro que no fue Moisés el que les dio a ustedes el pan del cielo —afirmó Jesús—. El que da el verdadero pan del cielo es mi Padre. El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo. —Señor —le pidieron—, danos siempre ese pan.—Yo soy el pan de vida —declaró Jesús—. El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed. Pero, como ya les dije, a pesar de que ustedes me han visto, no creen. Todos los que el Padre me da, vendrán a mí; y al que a mí viene, no lo rechazo. Porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la del que me envió. Y esta es la voluntad del que me envió: que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el día final. Porque la voluntad de mi Padre es que todo el que reconozca al Hijo y crea en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final. (Juan 6:31-40 NVI)
Dios nos alimenta y llena nuestras almas.
En estas palabras expresadas por Jesús hay verdades reveladas para nuestras vidas, la primera hace referencia al pasado y cómo el Padre envió maná del cielo a los israelitas, quienes se encontraban en el desierto, esto nos permite comprender que Dios nunca nos abandona. Durante los procesos y momentos difíciles en los que creemos que no hay salida, Él envía respuestas a nuestras vidas y, si lo buscamos realmente, Dios nos alimenta y llena nuestras almas.
Esta verdad del Antiguo Testamento se enlaza de manera perfecta con la voluntad del Padre que es excelso y cuyo nombre es exaltado sobre la tierra, cuando Jesús dice "el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo". Dios mismo envió maná del cielo a su pueblo ¡qué maravilla saber que este es un precedente de lo que el Padre haría por todos nosotros! Dios envió a Su hijo, quien descendió del cielo y es concebido por obra del Espíritu Santo para traer vida y redención al mundo.
Esta es una verdad gloriosa que muchas veces hemos podido leer y escuchar, pero que deberíamos recordar todos los días.
...había sido enviado para saciar, para llenar, para dar vida a lo que estaba muerto.
Al escuchar lo que Jesús les dice, los que le acompañaban pensaban solamente en lo que podían ver, en ese maná que fue precedente a Jesús. Y dijeron: “Señor, danos siempre este pan”. Y en ese momento no pudieron comprender que estaban hablando con Aquel que precisamente había sido enviado para saciar, para llenar, para dar vida a lo que estaba muerto. Luego de esto, Jesús declara una de las verdades más increíbles para nuestra vida como cristianas, ésta es: “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”.
Aquí Jesús se declara a sí mismo, como la "totalidad", como el todo en todo, como el único que puede satisfacer lo que el mundo no puede saciar, como Aquel que llena los vacíos, los agujeros, los sinsentidos y las almas necesitadas de él en totalidad.
Cuando reconocemos esta verdad sobre quién es Dios, Él satisface nuestros corazones y, al llamarse “el pan de vida”, se convierte en todo lo que necesitamos para nuestro sustento. Aquellas cosas que antes buscábamos para encontrar satisfacción y propósito, ya no son suficientes, porque habita en nuestros corazones Aquel que lo llena todo, quien fue inmolado en la Cruz para salvación y redención de nuestros pecados.
Jesús tiene siempre los brazos abiertos.
Jesús es el pan de vida, quien prueba de Él puede comprender que estaba muerta, que estaba separada por el pecado. Pero comprende también que es Jesús el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios (Hebreos 12:2 RVR1960). Y es ese autor y consumador de la fe quien tiene siempre los brazos abiertos para recibir a aquellas que quieran y necesitan experimentar la totalidad de Dios, la llenura perfecta que Él ha preparado para nosotras, para recordarnos que estamos completas en Él (Colosenses) y ancladas a un plan de redención que no nos pertenece, pero que Dios ha diseñado para cada una de nosotras. Todas aquellas que queremos experimentar la totalidad y plenitud, debemos mirar el amor de Dios reflejado en la Cruz y gozarnos al saber que el Señor preparó a un conjunto de personas del cual somos parte, que le buscaríamos para comprender Su amor, para experimentar Su plenitud, para servirle y amarle por sobre todas las cosas.
Me pregunto entonces, siendo cristiana, ¿cómo puedo experimentar que Dios sea todo lo que necesito? ¿Cómo le entrego ese primer lugar? La manera en cómo podemos experimentar la llenura y satisfacción de Dios en nuestros corazones, se encuentra también en nuestra cita bíblica. Cuando Jesús menciona que ha bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la voluntad del que le envío, nos apunta a una verdad poderosa: que Él mismo, siendo Dios hecho hombre, experimentó: la rendición al Padre. Experimentar la totalidad de Dios para nuestras vidas empieza reconociendo que Su voluntad es necesaria y deseable en nuestras vidas, que debemos negarnos a nosotras mismas y morir a nuestros planes y deseos que sean distintos a los que Dios tenga preparados para nosotras.
Nunca más tendremos hambre, nunca más tendremos sed porque Él nos satisface.
Al fijar nuestros ojos en Jesús y Su sacrificio en la Cruz, al rendir a Él todo lo que somos, Él empieza a obrar en nuestras vidas y transformar nuestros corazones. Nos conduce a ser mujeres que encuentran todo cuanto necesitan en la verdad de Cristo, quien ha traído vida a lo que estaba muerto en nosotras y que hoy, por gracia, pueden dar lugar a que la gloria de Dios sea manifestada en sus vidas. Entonces así, podemos tener esa certeza y convicción de que Dios es nuestro pan diario y si nos acercamos a Él, nos recibirá con los brazos abiertos y nos recordará que somos sus hijas amadas, en las que Él tiene complacencia, Él se goza en quien salvó.
Nunca más tendremos hambre, nunca más tendremos sed porque Él nos satisface, Su plenitud nos llena. Y a diferencia del maná en el desierto con los israelitas, esa llenura no es temporal o como las cosas de este mundo, pasajeras, sino, todo lo contrario, Él nos satisface para la eternidad, para estar unidas a Él y con Él por siempre.
Te invito a orar y que le pidas al Señor que incline tu corazón a Jesús para que Él se convierta en la totalidad y llenura en cada área de tu vida y que, en todo tiempo, puedas glorificar Su nombre.
Conoce a la autora
Mi nombre es María Daniela, pero muchos me conocen como Dani. Vivo en Caracas, Venezuela y he encontrado mi propósito en Cristo Jesús. Me apasiona compartir con otras mujeres el mensaje del evangelio y las verdades que se encuentran en la Palabra de Dios. Soy educadora, y disfruto mucho la lectura. Formo parte del Ministerio de Liberación de mi iglesia y sirvo como escritora para Ella Florece.
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