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Sólo Dios escribirá los planes definitivos de mi vida


Me encantan las agendas y los planificadores mensuales, y si son coloridos y bonitos, aún más. De hecho, debo confesarte que una de las cosas por las cuales me gusta tanto el Año Nuevo es, precisamente, el poder abrir el planificador que me acompañará a lo largo del año, y comenzar a plasmar en él todos aquellos proyectos que me gustaría realizar.


Para mí la idea de un año nuevo trae esperanza al corazón: el comienzo de un nuevo tiempo marcado por el calendario. Literalmente me imagino como si un cronómetro fuera reseteado, volviera a ponerse en 00:00.00, y estuviéramos a punto de dar click en el botón «iniciar».


Desde finales de año y durante los primeros días de enero, siempre hay un montón de ideas rondando en mi mente acerca de todo lo que me gustaría emprender en el año que comienza: cosas de las cuales no me ocupé el año anterior y que quisiera ser más intencional en realizar en este que comienza, así como nuevos proyectos que han llegado a mi mente. Sin duda, para mí el comienzo del año viene con una dosis de expectación, energía y mucho ánimo para iniciar una nueva carrera que durará doce meses.


Sin embargo, esas emociones van disminuyendo en mi corazón conforme avanzan los meses, para ser reemplazadas por otras que no lucen, en lo absoluto, como las anteriores. De pronto comienzo a notar en mí una especie de desilusión, cansancio o frustración, particularmente cuando «mis planes» no están resultando de la manera en que lo pensé, ni se están cumpliendo en los tiempos que escribí en mi lindo y bien escogido planificador.


Es usual que, después de los dos primeros meses del año, y con mayor intensidad, a partir de su segunda mitad, las emociones que experimenté al inicio del año vayan menguando. La adrenalina de un comienzo cede y hace su aparición el afán de querer alcanzar las metas establecidas, o bien, la apatía de dejar a un lado aquello que no será tan fácil de lograr. Cualquiera que sea el caso, he notado que me llego a sentir cansada de esforzarme o de no haber hecho lo suficiente.


Pero ¿sabes? He llegado a comprender que con frecuencia, y muchas veces sin darme cuenta, caigo en el error de comprar la mentira que el mundo, constantemente, vende acerca de que el Año Nuevo se trata de mí: de mi capacidad, de mi suficiencia y de mi esfuerzo, olvidando que, más allá de lo que yo puedo hacer, sólo Dios es quien, en Su infinita soberanía, escribirá los planes definitivos de mi vida. Esa es una preciosa y alentadora verdad en la que puedo descansar confiadamente, y que necesito recordar muy a menudo.


Cuando pienso en esto, es inevitable compartir que llama mi atención cómo el Señor nos invita a vivir la vida cristiana llena de tensiones. Por un lado, a través de Su Palabra, el Señor nos llama a ser mujeres esforzadas, valientes, diligentes, sabias, haciendo la parte que nos corresponde en cada área de nuestra vida. Al mismo tiempo, nos recuerda que sólo Él es el principio y el final, el Alfa y el Omega, la voz a quien Su creación se somete, y el Único que conoce todos los días de vida que nos ha dado.


Esto me lleva a concluir que el planear proyectos, tener sueños o metas al inicio de un nuevo año, no está mal, por el contrario, es algo bueno y sano que todas deberíamos hacer, pues como creyentes somos llamadas a vivir vidas organizadas y equilibradas para la Gloria del Señor. Sin embargo, creo firmemente que necesito tener cuidado de que esa planificación no se convierta en un afán dentro de mi corazón, ni tampoco se vuelve una oportunidad para olvidar mi falta de suficiencia y mi constante necesidad de mi Señor y Salvador.


Mi querida amiga, no sé si hasta aquí puedas sentirte en algún punto identificada con mi sentir frente al Año Nuevo. Si es así quiero animarte, a través de estas líneas, para que este Año Nuevo 2024 podamos hacer las cosas diferentes, e iniciemos la carrera en el punto de partida correcto.


Antes de comenzar a llenar agendas o hacer listas de deseos, cambiemos la dirección, y vayamos confiadamente con nuestro Padre a derramar todo aquello que nos gustaría hacer en este nuevo año, pero pidiéndole que abra nuestras manos para lo que Él tenga preparado para nosotras.


Oremos para que Dios nos dé sabiduría para tomar las decisiones que tengamos por delante, pero confianza en saber que, aun cuando las cosas no resulten como esperamos o no hayamos tomado la elección «correcta», Su gracia y Su misericordia nos acompañarán en todo momento.


Pidamos al Señor que quite toda pereza, desorganización o apatía y nos ayude a ser mujeres intencionales, esforzadas y valientes en hacer la parte que nos corresponda, para alcanzar esos proyectos o sueños que tenemos por delante. Pidámosle también que, conforme vayan transcurriendo los meses, nos recuerde que al final del día esta carrera no depende de nuestro esfuerzo, sino sólo de Aquél que dirige nuestras vidas, en función de Su buena y perfecta voluntad.


Clamemos porque nuestro Dios nos enseñe a vivir ligeras con la preciosa y reconfortante Verdad del Evangelio, durante cada uno de los días del nuevo calendario.


¡Felices fiestas, amiga lectora!



Diseños: Constanza Figueroa

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