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¿Qué aprendemos de los actos de desobediencia de los personajes de la Biblia?


¿Alguna vez has leído la Biblia y te has preguntado qué hizo que Moisés desobedeciera al Señor en Meriba? O ¿Qué hizo que Gedeón le pidiera a Dios tantas confirmaciones de que Él lo acompañaba? O ¿Qué hizo que David cometiera adulterio con Betsabé? O ¿Qué había detrás de la negación a Cristo por parte de Pedro? Mis preguntas podrían seguir y seguir mientras leo la Biblia, porque Dios no se esconde al exponer el pecado de Su pueblo sino que todas estas situaciones nos sirven como lecciones para glorificarlo. (Como referencia, puedes leer el relato de Moisés en Meriba en Números 20; Gedeón pidiendo señales en Jueces 6; el pecado de David con Betsabé en 2 Samuel 11; y la negación a Jesús por parte de Pedro en Mateo 26). 


Entonces, ¿qué podemos aprender de Moisés, Gedeón, David, Pedro y todas las demás personas de la Biblia que desobedecieron a Dios en algún momento de sus vidas? ¿Qué los motivó a desobedecer a Dios, no seguir Sus estatutos y decidir tomar el asunto en sus propias manos? La respuesta a esa pregunta nos ayudará a comprender por qué nosotros, como hijos de Dios, también le desobedecemos.


El profeta Jeremías nos muestra, de manera muy gráfica, qué estamos haciendo exactamente cuando elegimos desobedecer a Dios. Él afirma: «“Espántense, oh cielos, por esto, y tiemblen, queden en extremo desolados”, declara el Señor. “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me han abandonado a Mí, Fuente de aguas vivas, y han cavado para sí cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua”» (Jer 2:12-13). Ante el pecado de los israelitas, Dios explica que ellos lo abandonaron y, a su vez, cavaron para ellos cisternas rotas que no pueden contener agua. Lo mismo puede decirse de todos los que somos hijos de Dios. Cuando pecamos, estamos eligiendo cavar cisternas rotas en lugar de correr a la fuente de agua viva en busca de ayuda. ¿Qué nos haría abandonar a Dios, que nos da agua viva, y cambiarlo por cisternas rotas que no retienen agua?


La respuesta corta es «la idolatría». ¿Qué es la idolatría? Es adorar a algo o alguien más por encima de Dios. En el libro La Traición al Evangelio de Brad Bigney, se explica a los ídolos de esta manera: «Un ídolo es cualquier cosa o persona que captura nuestros corazones, mentes y afectos más que Dios». Cuando hacemos como dice Jeremías, cavar cisternas rotas para nosotros, es porque pensamos que otra cosa, o alguien más que Dios, nos traerá felicidad, gozo, contentamiento y todo aquello que creemos que necesitamos. Por supuesto, no pensamos que serán cisternas rotas, pero eso es lo que representan nuestros ídolos.


Usemos la negación de Pedro hacia Jesús como ejemplo. En caso de que no estés familiarizada con el relato, permíteme resumirlo aquí: Jesús había sido traicionado por Judas y ahora estaba bajo arresto. Sin embargo, antes de esto, Jesús les había dicho a todos Sus discípulos que todos lo iban a abandonar. Mira la respuesta enfática de Pedro: «Aunque todos se aparten por causa de Ti, yo nunca me apartaré» (Mt 26:33). Pedro está tan seguro de que es mucho más leal a Jesús que los otros discípulos, está tan seguro de sí mismo de que nada lo hará abandonar a Jesús, que proclama su lealtad a Él de todo corazón. Sin embargo, Jesús le responde a Pedro haciéndole saber que ciertamente lo negaría. Si continúas leyendo Mateo 26, llegará un momento en el que verás que Pedro tiene tres oportunidades para afirmar que es un seguidor de Jesús, pero en las tres oportunidades niega cualquier afiliación con Cristo. De hecho, el corazón de Pedro ya había abandonado a Cristo antes de expresarlo.


¿Qué hizo que Pedro pasara de una firme lealtad a Cristo a negar en tres oportunidades que conocía a Cristo? Pedro estaba cavando para sí mismo una cisterna rota y abandonó a Cristo que es la fuente de agua viva, porque quería y anhelaba algo más en ese momento que lo que anhelaba a Dios. Aunque las Escrituras no nos lo dicen explícitamente, parece que Pedro temía por su vida. Jesús había sido arrestado y, a la luz de las situaciones anteriores que había vivido, estaba claro que la gente lo quería muerto. Al asociarse con Jesús, Pedro estaba arriesgando su propia vida, y en esos tres momentos en que negó a Jesús, su vida era más preciosa que su lealtad a Él. Su cisterna rota, su ídolo, era su propia vida, su seguridad y la comodidad de no querer que le pasara nada malo si afirmaba ser seguidor de Cristo. Creía que mantenerse con vida y evitar cualquier daño físico era mejor que lo que recibiría de Dios al afirmar lo que había proclamado horas antes: que nunca abandonaría a Cristo. Claramente no obtuvo lo que quería, ya que después de hacer esto, su tristeza fue mayor.


En el caso de Moisés en Meriba, probablemente optó por desobedecer a Dios porque no estaba de acuerdo con Él; de hecho, pensó que sabía más. Debido a esto, no se le permitió entrar a la Tierra Prometida. Gedeón no confió en Dios y no creyó en Su Palabra, más bien buscaba señal física tras señal física para confirmar que Dios estaba con él. David pensó que cometer adulterio con Betsabé le traería más placer que obedecer los mandamientos de Dios acerca de no codiciar ni lujuriar; por esta razón, enfrentó mucha tristeza, incluida la muerte de su propio hijo.


Entonces, ya sea que cometamos pecados similares a los de Moisés, Gedeón, David o Pedro; o que nuestra desobediencia al Señor se vea un poco diferente; el corazón detrás de nuestra desobediencia sigue siendo el mismo: nuestros ídolos. Buscamos preservar nuestras vidas, nuestra reputación, nuestro dinero, nuestro hogar, nuestros deseos y muchas cosas más, hasta el punto de estar dispuestos de pecar contra Dios y pecar contra los demás, sólo por ese afán de preservación, y ese amor a nosotros mismos y a nuestros ídolos. Cuando buscamos ídolos no amamos a Dios, pero tampoco amamos a otras personas. Por ejemplo, Moisés fracasó en amar al pueblo al sentir ira contra ellos y David fracasó en amar a Betsabé y a su esposo al cometer adulterio con ella.


Sin embargo, hay esperanza para nuestra idolatría; y esa esperanza la encontramos en Cristo. 


Unos días después de la negación a Jesús por parte de Pedro, Jesús lo restauró (puedes leer la historia en Juan 21:15-19). Debido a la vida perfecta que llevó Jesús, a Su muerte y Su resurrección, nosotros también podemos ser restaurados y tener una relación correcta con Dios. Incluso cuando pecamos y perseguimos ídolos en lugar de seguir a Dios, al momento en que buscamos el perdón de nuestros pecados y nos arrepentimos de ellos, Dios es fiel para perdonarnos y limpiarnos. 1 Juan 1:9 dice: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad». En el Salmo 51 podemos ver el dolor y el arrepentimiento de David, lo que nos puede ayudar a poner en palabras lo que sentimos cuando Dios nos muestra los ídolos que hay en nuestro corazón.


Si estás impactada por el relato de estos hombres en la Biblia y no quieres seguir teniendo ídolos en tu corazón, pero no estás segura de cuáles pueden ser tus ídolos o cómo ir a la batalla contra ellos, creamos un curso completo para ayudarte, y al que puedes acceder de forma gratuita en nuestro sitio web en https://www.ellaflorece.org/challenge-page/academiaderelaciones. En este curso te encontrarás con las Escrituras y con otros recursos que pueden ayudarte a luchar contra la idolatría que hay en tu corazón. A medida que continúas la guerra contra tus ídolos para poder quitarlos de tu corazón con la ayuda del Señor, recuerda que Dios se preocupa por tu santificación y capacidad para glorificarlo mucho más de lo que tú lo haces. Cuando te alejas de esas cisternas rotas y te vuelves continuamente a Jesús, la fuente de agua viva, puedes tomar en serio lo que Pablo escribe sobre la santificación en Filipenses 1:6: «Estoy convencido precisamente de esto: que el que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús».


¡El Señor te bendiga y te guarde mientras buscas seguirlo!




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Diseños: Gabriela Rodríguez

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