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¡Qué afortunadas somos!



Solo ponte a pensar un momento en lo maravilloso de este tiempo… Espera, ¿qué? Seguro me dirás ¿qué de maravilloso tiene un tiempo como este, uno en medio de una pandemia? Puedo asignarle muchos adjetivos a este tiempo, pero jamás se me hubiese ocurrido “maravilloso”. Seguramente eso me responderías y no te culpo. Sin embargo, querida amiga, quiero recordarte lo bendecidas que hoy somos, sí, precisamente hoy. Digo ello porque todo este tiempo, en esta serie que hoy estamos, por la gracia de Dios, culminando sobre la Sola Scriptura. Sobre la vuelta a la Biblia, hemos podido meditar y reconocer cuánta es la importancia, cuánta la vigencia, cuán vital y actual es la presencia de las Escrituras en nuestras vidas; ayer, hoy, mañana y te aseguro que todos y cada uno de tus días aquí, en este lado de la gloria.

Y es que hoy más que nunca vivimos en una época de acceso sin precedentes a la Palabra de Dios. El mundo en el que vivimos está lleno de idiomas, conocidos, sin conocer y otros muy bien asentados, esos que solemos decir “idiomas mundiales”. Los lingüistas estiman que hay más de 6500 idiomas en el mundo. ¡Qué impresionante! Pero lo maravilloso de toda esta variedad lingüística, se encuentra en el hecho de que, en una cantidad enorme de esos idiomas, ya se tradujeron muchísimas biblias. Y lo que me llena de un gozo mayor es que actualmente, la obra continúa. Se sigue trabajando con mucho esfuerzo y devoción al Señor porque las Escrituras que nosotras hoy tenemos el privilegio de leer, estén traducidas en muchos otros idiomas más, de manera que alcancen hasta lo último de la tierra.

Aun con todo ello y como seguramente ya conoces, hay muchos, realmente muchos pueblos no alcanzados, zonas realmente muy alejadas, sin presencia cristiana alguna. Hay tantos pueblos que tristemente no tienen la Palabra de Dios en su propia lengua originaria. Y pensar en ello me lleva a considerar ¡Cuán bendecida soy!

Tengo una biblia en mi propio idioma, de hecho, tenemos muchas traducciones al español latino. Y quiero vivir cada día de vida consiente de eso. Consiente de que necesito conocer mi Biblia, de que necesito amar mi Biblia, necesito comprender los tesoros que en ella hay, pues me apuntan al Tesoro más grande de mi vida. Quiero ser consiente que debo dar a conocer el contenido de esa Biblia con precisión, amor, diligencia, sobriedad y cuidado, porque a eso Dios me ha demandado al acercarme a ella, personalmente, al evangelizar, al aconsejar, al compartir, al enseñar.

No quiero olvidar que el hecho de que hoy tenga una Biblia costó mucha sangre, lágrimas de dolor, la negación a uno mismo, torturas, azotes públicos, persecuciones, quemas y la lista podría continuar sin fin, porque el camino fue muy agitado y doloroso, aunque siempre soberanamente dirigido por Aquel que controla y gobierna todo cuanto sucede en el mundo creado por Sus manos. Y es en esa misma gracia soberana que hoy podemos ver el resultado de todo eso que parecía tan malo y oscuro. Hoy tenemos como resultado la luz resplandeciente de las Escrituras, hoy tenemos la Palabra tan cerca a nosotras, como el tesoro de gran valor para ti y para mí, cristianas viviendo en el año 2020, sí, en pandemia.

¡Qué afortunadas somos!

Gracias a los sacrificios de hombres piadosos, quienes no escatimaron ni su propia vida al compararla con el precioso servicio a Aquel que les dio verdadera vida; hoy podemos tener un acercamiento a las Escrituras que hace unos años hubiese sido impensable.

Gracias a Dios por John Wycliffe, William Tyndale, Martin Lutero, Casiodoro de Reina, Cipriano de Valera y muchos otros hombres y mujeres cuyos nombres no llegaremos a conocer aquí en tierra, pero sí allá en la eternidad, gracias a mucha de su labor y vida, hoy tenemos acceso a la Palabra de Dios.

No quiero olvidar cuán afortunada soy de tener a mi amada Biblia, de leerla en la comodidad y silencio de mi casa y no en la hostilidad y el escondite. Hoy, al acercarme a las Escrituras, quiero recordarlo. Oro a Dios que me ayude a recodarlo y me haga cada día consiente del privilegio que me ha otorgado al poder leerla, amarla y obedecerla.

¡Qué afortunadas somos al saber que correr a la Palabra es correr directamente a Cristo!

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