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Foto del escritorMelisa Gallegos

La oración: más que una disciplina, un privilegio


La oración es una disciplina espiritual que, al momento en el que Cristo sale a nuestro encuentro, comienza como una llama encendida en nuestros corazones. Esto sucede porque hemos recibido la gracia Salvadora que nos permite, por la fe, creer y confiar en los méritos obtenidos por Cristo para el perdón de nuestros pecados en la cruz del calvario. Sin embargo, a medida que el tiempo pasa y caminamos nuestra vida de fe, esa pasión va menguando por la lucha que como creyentes tenemos contra la carne, el mundo y el enemigo de nuestra alma. Es en esos tiempos en que la oración puede verse como un camino cuesta arriba para muchas de nosotras.


Por eso es que hoy quisiera compartirte aquellas certezas acerca de Dios que me han permitido ver la oración, no sólo como una disciplina más, sino como un privilegio: 


  • La oración sólo es posible en Cristo por medio del Espíritu Santo

La certeza de la salvación invade nuestra vida porque el Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijas de Dios (Ro 8:16).  El sacrificio de Jesús es el que hace posible nuestra adopción y, al mismo tiempo, que Dios escuche nuestro clamor. 


A su vez, la persona del Espíritu Santo hace que nuestras oraciones lleguen al trono de Dios y nos recuerda la verdad cuando no sabemos cómo o qué orar. 


«De la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. No sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles» (Ro 8:26).  «Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en Mi nombre, Él les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que les he dicho» (Jn 14:26). 


A medida que nos alimentamos de la Palabra de Dios, meditamos en ella y la memorizamos, el Espíritu Santo pone las palabras del Señor en nuestro corazón para que contemos con el socorro oportuno al enfrentar dificultades al momento de orar. 


  • La batalla por la oración es una batalla también por el corazón

Hay días en los que nuestro corazón parece suspirar. ¿Te has sentido así? El corazón anhela algo pero no sabe bien qué es aquello que ansía. 


Nuestro corazón gime por los anhelos insatisfechos. La Palabra de Dios nos enseña que incluso este anhelo puede ser transformado silenciosamente en oración. Te preguntarás ¿Cómo puede ser posible esto?: «Señor, delante de ti están todos mis deseos, Y mi suspiro no te es oculto» (Sal 38:9RVR1960). 


En esas etapas de nuestra vida como creyentes en que creemos que ya nada nuevo podemos decirle a Dios, es cuando debemos perseverar en la oración pidiéndole al Señor que aumente nuestra fe, teniendo la confianza de que aún nuestros suspiros y nuestros gemidos son escuchados por nuestro Padre Celestial.


J.C Ryle dice: «La oración y el pecado nunca vivirán juntos en el mismo corazón. La oración consumirá el pecado, o el pecado ahogará la oración». 


  • La oración implica derramar nuestro corazón

Este es el centro de toda nuestra oración. Cuando aprendemos a ganar la batalla del corazón podemos presentarnos delante de nuestro Altísimo Dios, digno de toda adoración y gratitud, para simplemente entregar nuestro corazón a Su verdadero dueño. 


John Bunyan (1628-1688) dice en su libro «Oración»: «La oración es un derramamiento sincero, consciente y afectuoso del corazón o del alma a Dios, por medio de Cristo, en el poder y la asistencia del Espíritu Santo, por las cosas que Dios ha prometido, o conforme a la Palabra, por el bien de la iglesia, con sumisión, en fe, a la voluntad de Dios».   


La Palabra de Dios nos dice, en el Salmo 62:8, «Confíen en Él en todo tiempo, Oh pueblo; derramen su corazón delante de Él; Dios es nuestro refugio». 


Aquí, la palabra «derramar» se refiere a una oración en dependencia, es decir, con todo nuestro ser. Incluso puede referirse, según la concordancia Strong, a un «gastarse la vida en esto y a un derramamiento que nace desde las entrañas». 


  • La oración debe realizarse con temor reverente a Dios

«Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6:6). 


No debemos utilizar la oración como una muestra de cuán religiosos o espirituales somos. Dios desprecia el corazón orgulloso, pero da gracia al humilde. Por eso, en la oración debemos asegurarnos de tener reverencia hacia nuestro Dios. Las muchas palabras no son indicadores de nuestra condición espiritual. Además, ese conocimiento le pertenece únicamente al Señor, por lo que la familiaridad que compartimos con Cristo y la comunión con Su persona es personalísima. 


El temor de Dios nos guarda de usar esta disciplina como un medio para ser vistos o escalar en posiciones dentro de nuestras congregaciones. 


En la oración requerimos la asistencia de la gracia de Dios por medio de Su Espíritu, y ésta viene a través de un corazón humilde que reconoce la necesidad que tiene de Su Señor.


«Pero Él da mayor gracia. Por eso dice: «Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes» (Stgo 4:6). 


  • La oración es más que una disciplina: es un privilegio que poseemos al ser hijas de Dios

Ser conscientes de que un camino nos ha sido abierto por medio del Hijo para acercarnos a la presencia del Dios Trino llenará nuestros corazones de gratitud.


El motor que moverá nuestros corazones a la oración no simplemente será cumplir con una mera obligación, sino que será el amor, Su amor, el que moverá nuestra voluntad a derramar el alma ante Aquel que es digno de toda confianza en medio de cualquier circunstancia. 


«En mi angustia invoqué al Señor, y clamé a mi Dios; desde Su templo oyó mi voz, y mi clamor delante de Él llegó a Sus oídos» (Sal 18:6).


Un antigüo himno decía: «Salvador, Salvador oye mi humilde llanto, mientras hay otros que te llaman no te olvides de mí».


¡Qué gran privilegio tenemos como Sus hijas! Su oído está atento, aún cuando existen millones y millones de personas en este mundo, el Dios del universo está pendiente de tu clamor. 



Diseños Eunice Arcia


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