Hace unos días, una de las jóvenes de la iglesia, a quien aprecio mucho y con quien comparto frecuentemente, me confesó algo que me dejo bastante triste y no necesariamente por algo que ella hubiese hecho, sino por cómo se sintió respecto a algunas palabras que le dijeron algunas hermanas. Ella, muy sabia, no me precisó quiénes se lo dijeron, no era necesario, únicamente me contó el contenido de aquello que dolió su corazón.
Mi querida y muy joven amiga ha estado cultivando un corazón apasionado por la lectura de la Biblia, tiene tantos deseos de crecer en el conocimiento del Señor al que ama, anhela bendecir a los que le rodeamos. Sin embargo, ella me confesó que, a veces, cuando muy emocionada compartía aquello que, por gracia, iba aprendiendo, había quienes simplemente reducían ello a un “que bueno, bien por ti” o frases aun más agrias como “sería bueno aplicarlo”.
...que nuestros corazones sean confrontados con la palabra del Señor y animados por ella.
Hermanas, ¿se imaginan como se siente alguien a quien le decimos esto? La lastimamos. Ella me dijo algo que me entristeció muchísimo “ellos no saben lo mucho que me estoy esforzando en casa por cambiar y mejorar” y concluyó así: “si todos juntos debemos conocer al Señor, ¿no deberíamos animarnos como hermanos?”
Es precisamente esa pregunta la que me animo a escribir esto, con el único deseo de que nuestros corazones sean confrontados con la palabra del Señor y animados por ella.
Existen algunos pecados silenciosos, los que difícilmente reconocemos como nuestros, pero que son una realidad: los celos y la envidia.
Querida amiga, con mucho amor y con tristeza te quiero recordar algunas cosas. Esos momentos en los que tenemos esa clase de respuesta que mencioné que recibió esa joven, o en aquellas situaciones en las que quizás no digamos nada, pero en nuestra mente albergamos pensamientos de envidia, de celos, de disconformidad hacia la hermana por las cosas que ella aprende, por las cosas que ella tiene, por aquello que ahora vive, por las responsabilidades ministeriales que obtiene y que tú deseas, por el nuevo trabajo que ahora tiene, por los reconocimientos que recibe, por todo lo bueno que a ella le puede estar pasando; si, ante todo eso, lo primero que sentimos es ¿Por qué ella y no yo? Algo anda mal en nosotras, estamos pecando. Y debemos aprender a ser humildes en reconocerlo, debemos pedirle al Señor que nos ayude a ser sensibles a la condición de nuestro corazón. A veces no nos damos cuenta, muchas otras sí, pero no lo reconocemos, lo cierto es que albergamos celos hacia nuestras hermanas y una forma de manifestarlo pueden ser en comentarios agrios como esos, otras puedan ser en el hecho de que yo no animo a esa mujer, yo no le expreso a esa persona de cuánta bendición está siendo para la iglesia, para MI vida.
Amiga, los celos ministeriales y entre hermanas en la iglesia son una triste realidad, constantemente, confieso, tengo que recordarle a mi corazón las dádivas de Dios y la gracia que Él ha manifestado en mi vida y en la de mis hermanas.
ÉL QUIEN TE ESTÁ CAMBIANDO, ÉL TRANSFORMA TU CARÁCTER Y TODO EN TI.
Y, si, por otro lado, tú has estado en la situación en la que mi amiga ha estado y yo también, en la que te has sentido desanimada, sola y poco amada por tus hermanas precisamente por esos comentarios, miradas, actitudes, etc. Déjame decirte que lo lamento muchísimo y que te abrazo fuerte desde aquí. Pero te pido que, por favor, recuerdes ver a tus hermanas con la perspectiva correcta, con un corazón humilde y que perdona.
Pídele a Dios que te ayude, y, si alguien te dijo algo así como “seria bueno poner en practica lo que lees” ten paciencia, recuerda que muchas veces nosotros le fallamos a nuestras hermanas y ellas nos fallan a nosotras, pero Aquel que no falla está viendo tu esfuerzo.
DIOS VE, DIOS SABE, ÉL TE OBSERVA. Recuerda que es ÉL QUIEN TE ESTÁ CAMBIANDO, ÉL TRANSFORMA TU CARÁCTER Y TODO EN TI. La buena obra en tu vida ha sido empezada por Él y es Él quien está perfeccionándola hasta el día de Cristo (Filipenses 1:6).
A veces deseamos tanto que nuestras hermanas nos aprueben y nos olvidamos lo que realmente importa, lo que es real. Nuestra aprobación únicamente se encuentra en Cristo, solo en Cristo.
Hermana, continúa firme, persevera, que nada terrenal, que nadie desanime tu deseo de conocer a Cristo. Recuérdale a tu alma que todo lo que haces debe darle la gloria a Dios (Colosenses 3:23). Si tu deseo es conocerlo, estás haciendo aquello que precisamente Dios te demanda. ¿A dónde más puedes ir, sino a Cristo? No te apartes de la Biblia, medítala, estúdiala, memorízala, equípate, ama al Autor de tu Biblia.
Amiga, recuerda también las palabras del apóstol Pablo: “Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de ustedes que no piense de sí mismo más de lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno. Pues, así como en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo en Cristo e individualmente miembros los unos de los otros. Pero teniendo diferentes dones, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos” Romanos 12: 3-6 (NBLA).
Todo es por gracia, amadas hermanas, gracia.
Somos un cuerpo, donde Cristo es la cabeza, somos parte de una misma familia. Nos necesitamos los unos a los otros. La vida cristiana se vive en comunidad, en la familia de la fe. Sigamos perseverando y madurando, creciendo en el conocimiento de Dios para Su gloria y la bendición de Su iglesia. Anímenos a nuestras hermanas, amémoslas, alegrémonos y recibamos con gracia y bondad a aquellas mujeres que nos cuenten aquello que aprenden, como Dios las bendice, qué Dios les enseña. Esa hermana que hoy comparte contigo es tu familia en Cristo, ella bendice el Cuerpo y tú también. Dios nos usa de diferentes formas para Su gloria.
Y solo para terminar, recordémosle a nuestra alma lo siguiente: ¿que tienen que no hayan recibido de parte de Dios? Todo es por gracia, amadas hermanas, gracia.
Algún día nos reuniéremos con toda nuestra familia en la fe, en Cristo y nos veremos siendo el cuerpo que perfectamente equilibrado, no da lugar a envidia, ni celos, todos estaremos juntos en santa y dulce comunión.
Todos recibiendo a nuestro mayor tesoro, a Cristo.
Conoce a Elizabeth Cjumo, la escritora del blog:
Hija por Gracia. Joven apasionada por atesorar a Cristo en el día a día. Amante de la lectura y de conocer a su Salvador a través de la Biblia.
Sirve como misionera local en un anexo de la IACYM, discipulando a mujeres jóvenes. Ama animar a las más jóvenes a abrazar la verdad de Dios, a florecer en la fe y ser adornadas por el Evangelio.
Anhela vivir, en todo tiempo, Soli Deo Gloria, para la alabanza de Dios y el bien de los demás.
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