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Construyendo relaciones sanas para la gloria del Señor


Querida hermana, ¿anhelas tener relaciones que generen fruto para la gloria de Dios? Existen diferentes tipos de relaciones, cada una con sus alegrías y desafíos, y también quiero señalarte a Jesús mientras buscas amar a los demás, porque eso es lo que implican los dos grandes mandamientos: amar a Dios y amar a nuestro prójimo. 


Ahora, como sabrás, las relaciones no son fáciles porque, como humanos, no somos fáciles. Podríamos decir que son nuestros amigos, nuestros cónyuges, nuestros jefes o los líderes de nuestra iglesia los que dificultan las relaciones. Podemos ser realmente buenas para señalar con el dedo a otras personas por el dolor y los desafíos que conlleva cualquier tipo de relación. Pero, ¿te has puesto a pensar que tal vez tú tampoco seas fácil de tratar? ¡porque tú también juegas un papel en los desafíos de las relaciones! Lo sé, es difícil de admitir. Pero, a menos que seas perfecta, déjame decírtelo, no es fácil tratar contigo. Tú pecas. Yo peco. Todos nosotros pecamos. Y el pecado no es fácil de tratar.


Cuando se trata de tener relaciones fructíferas, la única parte sobre la que tienes control es tu parte de la relación. No puedes controlar a otras personas, sin importar cuánto quieras hacerlo. No somos responsables del comportamiento y las elecciones de otras personas. Por eso Pablo es claro cuando dice: «Si es posible, en cuanto de ustedes dependa, estén en paz con todos los hombres» (Ro 12:18). Él deja en claro que, si es posible, hagas todo lo que puedas para estar en paz con los demás porque sabe que en lo único que podemos trabajar es en nuestra parte de la relación. A veces no se puede tener paz, pero que no sea por falta de voluntad o de intento. Así que, por favor, quiero que sepas que no estoy diciendo que tú seas la única razón por la cual tus relaciones con los demás son difíciles. ¡Las relaciones son difíciles porque todas las partes involucradas son pecadoras!


Ahora, ¿qué es lo que hace nuestro pecado que dificulta las relaciones con los demás? Bueno, en realidad, el pecado aquí radica en nuestro constante deseo de estar centrados en nosotros mismos en lugar de estar centrados en Dios y en los demás, como nos instruye Filipenses 2. Cuando las cosas no salen como queremos, no salen como planeamos y las personas no actúan como esperamos, nuestros corazones pecaminosos se revelan. Entonces, podemos reaccionar con ira o celos. Podemos ser groseras, poco amables, gritar, ignorar, ser bruscas o poco cariñosas. A veces sentimos que podemos controlar nuestro comportamiento, pero puede haber momentos en los que sientas que eres tan egocéntrica que tus relaciones con los demás se sufren.


Nuestro pecado también se manifiesta en otras formas dañinas que afectan nuestras relaciones. Puede que no sean solo cosas que le estás haciendo directamente a la persona, sino que pueden ser formas indirectas en las que tus relaciones se ven afectadas. Tal vez es un pecado secreto que está distorsionando tu visión de los demás y por eso comienzas a tratar a las personas de manera diferente. Tal vez tengas una relación poco saludable con la comida, el dinero o tus pasatiempos, y eso te está causando problemas con tu familia, amigos y otros seres queridos. O tal vez, tienes un profundo anhelo y deseo de relacionarte con otros, pero está consumiendo tu mente y privándote de la oportunidad de ver a quienes te rodean como algo más que una forma de obtener lo que quieres.


Después de mis propias luchas con el pecado y, finalmente, cansarme de cómo sentía que estaba consumiendo mi vida y arruinando mis relaciones, busqué consejería bíblica para saber cuál era la raíz de mi pecado. Había hecho todas las otras estrategias superficiales, como tratar de lidiar con mi ira, mis otras emociones pecaminosas y cambiar los malos hábitos con hábitos piadosos pero, tal vez después de unas pocas semanas de victoria, me encontraba nuevamente en el punto de partida. ¡Estaba cansada de eso! 


Después de asistir a consejería bíblica por un tiempo, aprendí estrategias que me ayudaron a identificar cuál era la raíz de mi comportamiento pecaminoso y aprendí a trabajar con el Señor para cambiar mi corazón, lo que a su vez cambió mi comportamiento. Mi esposo, incluso, adoptó las mismas estrategias en su propia vida y, junto con la ayuda del Señor, creamos estrategias y herramientas adicionales que nos han ayudado en nuestro viaje para identificar la raíz de nuestro pecado.


Es mi oración que puedas aprender a relacionarte con los demás, así como Jesús lo hizo. Recuerda, Él es nuestro modelo perfecto a seguir.


¡Ánimo, Dios contigo!




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Diseños: Constanza Figueroa

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