¿Cómo sé que verdaderamente estoy arrepentida?
- Ana Zenón
- 18 mar
- 4 Min. de lectura

Ésta era la pregunta que rondaba en mi cabeza al darme cuenta de que había desobedecido a Dios y había estado pecando constantemente contra Él. Yo decía estar arrepentida, pero, cuando se me presentaba la oportunidad, volvía a pecar y me preguntaba: «¿Por qué lo hice si dije que ya no lo volvería a hacer?». Y fue en ese momento cuando me di cuenta que mi arrepentimiento no era real sino sumamente superficial, por lo que tuve que ir a la Escritura y dejar que ella me diera Su respuesta a la pregunta de ¿cómo sé que estoy verdaderamente arrepentida?
En el Salmo 55, David lleva a cabo 5 acciones que pueden ser la respuesta a esta pregunta:
Reconoce su pecado (vv 1, 3): «Borra mis rebeliones»; «Reconozco mis rebeliones».
Una persona verdaderamente arrepentida reconoce su pecado. Reconocer tiene que ver con entender que hemos pecado. David había pecado contra Dios comentiendo adulterio y asesinato (2 S 11:4; 2 S 11:15). Él sabía y era consciente de lo que había hecho.
David, en este Salmo, usa la palabra «rebelión», la cual implica la idea de cruzar una barrera. Por ejemplo, cuando tú dices: «¡tengo un hijo rebelde!», estás hablando de un niño que cruza los límites establecidos y que son buenos para él.
Ahora bien, el corazón verdaderamente arrepentido no excusa su pecado, sino que reconoce que ha hecho lo malo, que se ha rebelado y ha cruzado la barrera, los límites, como en el caso de David. Cuando tú y yo estamos verdaderamente arrepentidas decimos: «He pecado, lo que estoy haciendo, o cómo estoy viviendo, ofende a Dios». No culpamos a otros por nuestro pecado o andamos señalando a los demás diciendo que ellos también pecan. Más bien nos miramos a nosotras mismas y a nuestra maldad.
Confiesa su maldad (v 4): «Contra ti, contra ti solo he pecado».
Había pasado más o menos un año de aquella situación donde David cometió adulterio y asesinato. Pero Dios decide enviar a Natán, su profeta, al palacio del rey David para hacerle saber que Dios sabía todo lo que David había hecho, sería disciplinado por su pecado y su hijo tendría que morir. Entonces, David reconoce su pecado delante de Natán (2 S 12:13), y también lo confiesa delante de Dios (Sal 55).
Como vemos, la confesión tiene que ir de la mano con la renuncia. Yo debo confesar mi pecado y a la vez renunciar a ese pecado, ya no seguir cometiéndolo más. Si la renuncia no se hace efectiva, probablemente signifique que no me he arrepentido verdaderamente.
Siente una tristeza piadosa (v 5): «He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre».
Un verdadero Hijo de Dios no tiene tranquilidad cuando sabe que ha pecado. David lo tenía presente: «mi pecado está siempre delante de mí». Su pecado le había causado tristeza (2 S 12:16-17) y, cuando el profeta Natán lo confronta, el rey David reconoce, confiesa y siente tristeza por tal hecho.
«Entonces David rogó a Dios por el niño; y ayunó David, y entró y pasó la noche acostado en tierra. Y se levantaron los ancianos de su casa, y fueron a él para hacerlo levantar de la tierra; mas él no quiso, ni comió con ellos» (2 S 12:16-17). David sintió tristeza por su pecado y por la condición en que fue concebido porque él sabía que era pecador.
Pide perdón (v 7): «Purifícame con hisopo, y seré limpio».
David era consciente de que había pecado, pero también sabía que Dios podía perdonarlo y también limpiarlo. Él dijo: «purifícame con hisopo, y seré limpio».
El hisopo hace referencia a una planta de flores blancas y pequeñas de tallos verdosos y de aroma fragante que era usada como sustancia para limpieza de leprosos, incluso para la ceremonia de purificación de hombres. Fue un símbolo de pureza para limpiar el corazón del pueblo de Israel y crear el nuevo pacto.

«Si nuestros pecados son en número como los cabellos de nuestra cabeza, las piedades de Dios son como las estrellas del cielo» (Symson, citado en Spurgeon, comentario bíblico de EnduringWorld sobre el salmo 51). Si nosotros pedimos perdón en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Dios nos escuchará porque ahora Él es el mediador del nuevo pacto.
Hace un compromiso (vv 13,15):
Hay una diferencia entre pecar y vivir en pecado. Los cristianos aún pecamos, pero ya
no vivimos en el pecado. Esto quiere decir, por ejemplo, que vamos caminando y de repente nos caemos en un charco con lodo. De manera accidental caímos, pero buscamos salir rápidamente porque es un charco con lodo, mal olor y suciedad, no nos quedamos ahí. De igual manera, cuando pecamos, es como si cayéramos en el charco, y todos lo hacemos, pero quedarnos ahí significaría que estamos viviendo en pecado. Por eso es que el verdadero creyente no se queda ahí, sino que sale o busca ayuda para hacerlo; reconoce que solo no puede, pero mira a Cristo y, por medio de Su poder obrando en aquel que cree, se compromete a trabajar en su propia santificación.
David hace un compromiso de no vivir en el pecado, no por temor a las consecuencias de su pecado, sino por amor a su Dios que lo ha perdonado. Y se compromete a vivir una vida que agrade a Dios al punto que otros también conocerán a Dios a través de él (vv 12, 15).
Conclusión
Así como cuando pecó David, un inocente, en este caso su hijo, murió por causa de él. De igual manera, un inocente ha muerto por nuestro pecado y nos ha dado la oportunidad de perdón si nosotros nos arrepentimos verdaderamente. Su nombre es Jesucristo y, hoy, Él puede y quiere perdonarnos.
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