Quiero ser honesta. He batallado con la celebración de la Navidad. Sí, yo era de ese grupo de personas para quienes la llegada de esta fecha es sinónimo de melancolía, tristeza o desánimo. Déjame contarte mi contexto.
Crecí en una familia que no era cristiana (conocí a Cristo a mis 27 años). El festejo de la Navidad significaba lo que ordinariamente significa para el mundo: una celebración anual en donde la familia se reúne, abraza, cena delicioso, abren los regalos, externan los mejores deseos, y sonríen mucho.
El problema radicaba en que mis padres están divorciados, mi familia es muy pequeña y, a decir verdad, no es muy animada en las celebraciones. Por esta razón, en casa no solía haber reuniones grandes ni divertidas que, por lo general, existen dentro de las familias durante esta época. Me tocó crecer escuchando o viendo historias ajenas de gente que hablaba de lo «maravilloso» que había sido su celebración navideña. Esto producía en mí un extraño sentimiento de nostalgia, anhelando que algún día esta fecha me trajera más gozo y menos tristeza.
Puede que esto resulte totalmente ajeno a tu realidad, o tal vez para ti la Navidad tampoco resulte la fecha más feliz del año, aunque para el mundo entero parezca que sí. Cualquiera que sea la situación en que te encuentres, a través de estas líneas me gustaría animarte a recorrer juntas la razón por la cual la Navidad representa una oportunidad perfecta para animar el corazón y sentirnos gozosas y dichosas.
Un rompecabezas
Me gustan los rompecabezas, no soy la mejor armándolos, pero disfruto hacerlo. No sé si te ha tocado ver que hay personas que enmarcan sus rompecabezas una vez que los han completado. Yo los he visto en distintas ocasiones como una forma de decoración en casas u oficinas. Cuando veo un rompecabezas finalizado me gusta admirar la imagen que en él se reproduce, y pienso en lo importante que resulta cada pieza, pues si tan sólo faltara una, la imagen total no sería la misma.
Seguro que te estarás preguntando por qué estamos hablando de rompecabezas en una revista que apunta a la celebración de la Navidad. No hemos perdido el rumbo, te lo aseguro. Continuemos.
Un relato
Si eres cristiana, con seguridad has escuchado frecuentemente la siguiente historia, y si no lo eres, te la presento:
Luego que el pecado entrara al mundo, no existían muy buenas noticias para la humanidad, pues ello ocasionó que el hombre perdiera su relación íntima con Dios, siendo separado por completo de Él al punto de hacerse su enemigo. Esto, a su vez, trajo como consecuencia que en la vida del hombre entrara oscuridad, sufrimiento, banalidad, pérdida de propósito, y en general, sometimiento al pecado, sin posibilidad de decidir lo contrario.
Sin embargo, Dios, quien es infinito en misericordia, no se quedó con las manos cruzadas. Él ya tenía un plan desde antes de la fundación del mundo. Sí, Dios sabía que el hombre caería y se separaría de Él, por lo que determinó que, en algún momento de la historia, enviaría a Su hijo al mundo como un niño que adoptaría la forma de un hombre, pero distinto del resto, porque en Él no habría pecado. Este hombre viviría una vida perfecta, sin mancha, agradable a los ojos de Su Padre, para luego morir en una cruz derramando Su sangre como el precio justo, suficiente y perfecto de los pecados pasados, presentes y futuros. También resucitaría al tercer día mostrando el cumplimiento de Su Palabra, la materialización de que la obra había culminado. De esta manera, el pago de la deuda sería satisfecho.
Jesús fue quien venció a la muerte y al pecado. Su resurrección evidencia que existía esperanza y certeza de una nueva vida, distinta a la que nuestra vista conocía.
La buena noticia fue dada a la humanidad: «Todo aquel que reconociera su condición pecadora, y creyera en Jesús, el Hijo de Dios, sería restablecido en su relación con Dios Padre; adoptado en Su familia como hijo; perdonado; llamado justo; destinatario de toda bendición espiritual; tendría la promesa de ser acompañado permanentemente en lo que durará la carrera de esta vida terrenal; y la esperanza fiel de gozar de una vida eterna a Su lado, en la que todo sería recreado con un cielo y una tierra nueva» (Jn 3:15; Jn 11:26; Ro 8:29-35; Ef 1:3-10; 1P 1:3; Ap 21:1-4).
Ese relato que acabas de leer es el Evangelio, el fundamento de nuestra fe. El Evangelio nos muestra la historia de redención de la humanidad.
Ahora bien, si pudiéramos equiparar esa historia a una imagen que se refleja en un rompecabezas, podríamos distinguir, con claridad, «piezas fundamentales»: la entrada del pecado en la humanidad, la separación del hombre con Dios, el nacimiento de Jesús, Su vida, Su muerte en la cruz, la resurrección de Cristo y la creación de cielos y tierra nueva.
Y, si fuéramos aún más curiosas, podríamos advertir que la «buena noticia» para la humanidad, comienza con la «pieza» del nacimiento de Jesús. «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y vimos Su Gloria» (Jn 1:14). Fue a partir de entonces, que la promesa de redención para el pueblo de Dios comenzó a materializarse, el Hijo de Dios, nuestro Salvador, nació, se hizo hombre y la imagen de la salvación comenzó a cobrar sentido.
El nacimiento de Jesús corresponde a una «pieza indispensable» en la imagen del Evangelio. Al igual que Su vida, muerte y resurrección, Su llegada a este mundo juega un papel fundamental, sin ella no podríamos completar la imagen completa. ¿Lo has pensado?
Un sentido
Entonces, la Navidad cobra un sentido totalmente distinto al que este mundo nos muestra, pues, con independencia de si el 24 de diciembre corresponde o no al nacimiento de Jesús, es un hecho histórico que Cristo nació y vino a este mundo adoptando la forma de un bebé. Ese acontecimiento es realmente lo que importa tener presente. Porque más allá del origen que la celebración de Navidad pudo tener en un momento de la historia, lo cierto es que se ha convertido en la oportunidad perfecta para recordar y celebrar que nuestro Salvador llegó a este mundo para comenzar la obra que nos daría la posibilidad de ser reconciliadas con Dios, y poder llamarlo Padre por toda una eternidad.
Cuando entendemos y reflexionamos esto, podemos llegar al punto de dejar de enfocarnos en nuestro contexto, y atesorar la Navidad como una fecha que nos invita a celebrar que, en el «rompecabezas» del Evangelio, se colocó una pieza que marcaba el inicio de las buenas nuevas para la humanidad.
Una esperanza
Sí, mi querida amiga, la Navidad es esperanza para todo aquel que ha decidido creer en Cristo. Nos recuerda que lo que Él hizo por nosotras no es una idea abstracta que se nos ha compartido, sino una realidad que sucedió hace más de dos mil años, cuyo comienzo se dio con el nacimiento de un bebé que se hizo hombre para entregar Su vida por nosotras en una cruz. Algo digno de celebrar y recordar con un corazón agradecido.
Por eso, con independencia de si tú eres del grupo de personas para quienes la Navidad representa una gran celebración familiar, o si más bien luchas con la llegada de esta fecha (cualquiera que sea el motivo), te invito a que este año hagamos un «alto» para recordar que esta época puede ser una buena oportunidad para celebrar que Cristo llegó a este mundo. Tenemos el abrazo de un Padre, el amor infinito y permanente de un Dios Todopoderoso, la fortaleza para enfrentar los días difíciles, la esperanza en medio de la incertidumbre, y la paz y plenitud que nada ni nadie nos puede ofrecer.
Y, si acaso esa esperanza aún no ha llegado a tu vida, te recuerdo que es accesible para todo aquel que cree en Jesús.
Diseños: Melissa Mariño
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