Desde que tengo uso de razón, siempre he soñado con casarme. Cuando era pequeña imaginaba que a los 20 años tendría una historia de amor como la de las películas: Un día, de la nada, «mi chico ideal» aparecería, nos miraríamos, sería amor a primera vista, y viviríamos felices por siempre. Cuando llegué a la adolescencia, las cosas no cambiaron mucho. Seguía teniendo el mismo anhelo de casarme, pero, esta vez, entendía que para llegar a ese momento debía pasar por varios procesos, los cuales no estaba tan segura de cumplir en ese momento.
La juventud fue, sin duda, muy diferente. Si bien mi anhelo de pequeña no había cesado, mi perspectiva sí había cambiado. Llegué a la edad donde sólo pensaba: Noviazgo = Matrimonio. Así que, casarme se había vuelto mucho más complicado de lo que imaginaba de pequeña. Ya no se trataba sólo de una mirada y una sonrisa, ahora implicaba más esfuerzo, dedicación, convivencia, amistad, confianza, y mucho respeto.
Por un lado, haber crecido con ese deseo de casarme me permitió soñar con que, algún día, sería muy feliz con una persona que me amaría, me respetaría y juntos adoraríamos a Dios. Sin embargo, por otro lado, pude darme cuenta que todo no sería color de rosas como lo pensaba de pequeña, y tampoco sería en la edad que yo había soñado. Ahora todo dependía de una sola cosa: la perfecta y soberana voluntad de Dios.
No es por mí es por él
Entender que casarme ya no dependía únicamente de mis esfuerzos no fue una tarea. Pasé por momentos de tristeza, preocupación, y mucha ansiedad. Incluso, llegó un tiempo en el que pensaba que me quedaría sola toda la vida y, sinceramente, tuve miedo. ¿Cómo yo, que había soñado toda mi vida con casarme, había llegado a los 22 años y no estaba ni cerca de que eso sucediera? Esa era la pregunta que me hacía infinidades de veces –todavía no entendía que no había vivido ni un cuarto de mi vida–. Me enfadé con Dios e intenté reprocharle algo de lo que me arrepentiré eternamente.
Por fin, un día llegó el hombre que creía ser el indicado; me enamoré, empecé a creer con más fervor en el sueño del matrimonio y, como toda mujer, comencé a planear, en mi mente, toda mi vida junto a él. Sin embargo, como era de esperarse, las cosas no salieron como yo las planifiqué; no sólo perdí al que sería mi «chico ideal», sino que también perdí su amistad.
Ese día entendí que jamás volvería a intentar hacer mi voluntad por encima de la de Dios, que esperaría el tiempo que fuese necesario para casarme (si es que verdaderamente esa fuera la voluntad de Dios).
El propósito
De acuerdo con A. Grullón; «como cristianas, ya sea solteras o casadas, todas tenemos un propósito principal en nuestras vidas: Glorificar a Dios. Lo que varía entre unas y otras es la forma de hacerlo. Como solteras, el primer punto de partida para glorificar a Dios es vivir nuestra soltería con la actitud correcta» (Integridad & Sabiduría, Artículo - Viviendo la soltería con propósito).
Somos las responsables de decidir cómo vivir nuestra soltería: amargadas y frustradas, o felices y en paz. De alguna manera, nos hemos convertido en nuestra propia enemiga a la hora de mortificarnos a nosotras mismas solo porque llegamos a cierta edad y continuamos estando solteras. Es como si olvidáramos todo lo demás, como si pensáramos que casarse es lo único a lo que Dios nos ha llamado; dejando de lado el hecho de que Dios siempre ha tenido el control de todo, creó todo de antemano para que no nos preocupáramos por nada y que el día que tuviésemos que vivir nuestra «historia de amor» lo hiciéramos con la certeza de que es Su propósito y no el nuestro.
Desde el inicio, Dios estableció un plan para nosotras: «Porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas» (Ef 2:10). El plan que Dios creó para nuestra vida no fue en vano, y nunca lo será. Si algo hemos aprendido del Padre, es que todo lo que Él hace es milimétricamente perfecto. Él estableció ciertas obras para que nosotras viviéramos en ellas, y eso incluye la etapa de soltería. Dios pudo haber determinado que antes de casarte era necesario cumplir con ciertas obras para prepararte, o también pudo destinar que el mejor plan para ti era que estuvieses soltera para que, de esa manera, le sirvieras mucho mejor a Él.
En la Biblia nos encontramos con las palabras de Pablo, quien, aunque no sabemos exactamente si estuvo casado, o no, sí podemos estar seguras de que él tenía en mayor estima la soltería que el matrimonio: «Pero esto lo digo por vía de concesión, no como una orden. Sin embargo, yo desearía que todos los hombres fueran como yo. No obstante, cada cual ha recibido de Dios su propio don, unos de una manera y otros de otra. A los solteros y a las viudas digo que es bueno para ellos si se quedan como yo» (1 Co 7:6-8).
Durante toda la historia de Pablo, él fue, sin duda alguna, un gran siervo de Dios. Los últimos años de su vida pasó tiempo dedicado a la consagración, santidad, y obediencia a Dios. Sólo había una pasión en el corazón de Pablo y era la de alabar y glorificar al Padre; no existía algo más especial para él.
En fin, no todas fuimos llamadas a la soltería, como tampoco todas fuimos llamadas al matrimonio. Sin embargo, desde que somos pequeñas, somos preparadas por Dios para vivir, ya sea una soltería que glorifique Su nombre y sea genuina e íntegra o una vida en matrimonio, con o sin hijos, pero íntegra y para Su gloria.
Cualquiera que sea tu caso, ten la seguridad que serás plácidamente feliz; pues no hay mayor honra que vivir -casada o soltera- buscando, en todo momento, glorificar a Dios.
Dios nos ama y todo lo Él hace es perfecto, incluyendo nuestro propósito. Podemos estar seguras que todas las cosas ayudan a bien para aquellos que aman a Dios (Ro 8:28).
La preparación
Ciertamente, nadie nace sabiendo. Si deseas ser un gran doctor debes estudiar muchos años y leer muchos libros para aprender sobre la anatomía completa de tu cuerpo. Incluso, cambiar un bombillo en tu propia casa debe ser algo aprendido, pues debes saber que, antes de cambiarlo, la luz debe estar apagada para evitar que te dé corriente. Todo es una tarea de aprendizaje, así como lo es prepararte para el matrimonio y la soltería.
La soltería es, en primer lugar, un tiempo que puede ser utilizado por Dios para preparar a la mujer en la santidad, ¿Y qué tan necesaria es esta preparación? Lo suficiente como para ser considerada un mandato bíblico. Si se les manda a las ancianas que enseñen a las jóvenes, por deducción se les manda a las jóvenes que aprendan de las ancianas. Si hay alguien que enseña, debe haber alguien que aprenda» (Tit 2:3-5).
Por otro lado, también encontramos en la Biblia un considerable número de mujeres que reconocían la importancia del matrimonio y su preparación; se agradaban en ver cómo la gloria de Dios era exaltada a través de sus vidas y la de sus esposos. Por eso razón, me gustaría resaltar algunas mujeres que indudablemente tenían en gran estima el matrimonio:
Rebeca: fue una mujer valiente y preparada para que, el día que tuviese que desposar a alguien, actuara con sensatez e inteligencia (Ge 24).
Esther: fue una mujer muy sabia que comprendía que a través de su matrimonio podía ayudar a muchas personas, pudiendo ver también que, de esa manera, se convertiría en un gran instrumento para cumplir la voluntad de Dios (todo el libro de Esther).
Sara: fue una mujer de gran carácter, segura a dar la vida por su esposo, por protegerlo y obedecerlo. Vemos en ella una gran ayuda idónea para Abraham (Ge 12).
Priscila: fue una esposa muy hospitalaria, siempre estuvo dispuesta a ayudar a su esposo y apoyarlo en todo lo que requería su ministerio (Hch 18).
Así como estas mujeres, también encontramos muchas otras que siempre estuvieron dispuestas a dar lo necesario por convertirse en grandes esposas, tal como lo hizo Rut (libro de Rut).
Ahora bien, a pesar de que nuestra crianza fue totalmente distinta a la de ellas, con respecto al matrimonio podemos tomar su vida como el ejemplo acerca del tipo de esposas que deberíamos anhelar ser.
No obstante, si bien la gran mayoría de nosotras puede que nos preparemos de alguna manera para el matrimonio, es cierto que, como dije anteriormente, no siempre el casarse es para todas. Por eso debemos vivir nuestra soltería, el tiempo que nos toque de ella, con una buena actitud, alegres y gozosas, plenas y obedientes siempre a cumplir todos y cada uno de los mandatos de Dios.
Mantén tus ojos fijos en el cielo
Las relaciones sí importan, y de eso no hay ninguna duda, pero ninguna es tan importante como nuestra relación con Dios. Cuando nos quejamos por nuestro estado civil sólo demostramos que no estamos complacidas con nuestra relación con el Señor, por eso buscamos «sentirnos completas» en otras personas.
¡Mantén tus ojos fijos en el cielo! En Aquel que vive y reinará por siempre (He 12:2). Aunque el matrimonio es uno de los eventos más importantes en la vida de la mujer, recuerda que no va a durar para siempre (Mr 12:25).
Tener hijos y esposo es un sueño para muchas, pero servir a Dios debe ser el deleite más anhelado de nuestra vida. Cuando llegue el día en que sólo deseas vivir para complacer a Dios, ese día sabrás que, ya sea que te quedes soltera toda tu vida o vivas en matrimonio hasta la muerte, todo lo harás por darle la gloria y honra eterna a Dios. Que como Pablo podamos decir: «Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios» (1 Co 10:31).
Conclusión
Querida lectora, sé lo difícil que es llegar a cierta edad y ver cómo otras mujeres pueden tener una historia de amor soñada, y tú no. Sé lo triste que podemos llegar a sentirnos. Por eso, hoy escribo acerca de esto, porque no es el fin del mundo. Ya sea que tengas 20, 30 o 40 años y no tengas a nadie, no te preocupes, si Dios te ha permitido llegar hasta esta edad soltera, disfrútalo. Nos hemos perdido tanto en este mundo, que hemos olvidado nuestro verdadero propósito aquí en la tierra, el cual, estoy segura, no es únicamente casarte.
Diseño: Eunice Arcia
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