Hace varios años mantuve una relación larga con un chico con el que creía que iba a ser mi esposo; sin embargo, conforme pasaba el tiempo comenzaron a surgir dudas acerca de si él era la persona indicada para formar un matrimonio.
Esa inquietud fue tornándose más grande en mi mente y corazón, al punto que me robó la paz y me preguntaba una y otra vez, y en mi tiempo a solas con el Señor, si realmente era conveniente que diéramos el siguiente paso. No recuerdo bien qué sucedió, pero en algún momento de mi historia vino a mí una fuerte convicción de que si tenía dudas entonces no era él, pues realmente tan sólo el hecho de que me hiciera esa pregunta (reiteradamente) me estaba informando que ese no era el camino que debía seguir.
Finalmente, después de haber derramado mi corazón delante de Dios de manera consistente, y a pesar de todos los cuestionamientos que surgían en mi mente, tales como: ¿Qué pasa si ya no encuentro a alguien con quien casarme? ¿Qué le diremos al pastor y a nuestros líderes después de tanto tiempo de relación? ¿Qué pensarán nuestros padres? yo pude tomar la decisión de terminar con ese noviazgo.
No te miento, fue difícil dar ese paso, pero estoy segura de que fue la mejor decisión que pude haber tomado. Hasta el día de hoy no me arrepiento de haber escogido ese camino.
Aunque esa decisión trajo paz a mi vida, y a partir de ese momento, comencé a experimentar un crecimiento espiritual como nunca lo había vivido, jamás imaginé el camino que iba a andar: uno en el que iba a ser confrontada con mi soledad, y una tensión permanente entre el anhelo firme de casarme y mi plenitud en Cristo.
Han pasado casi 5 años desde esa decisión, y a lo largo de este tiempo he transitado por diferentes etapas: he creído que la soltería es una espera, una etapa en la que Dios me está preparando para en «el momento oportuno» conocer a mi esposo; he «buscado» en la Biblia «promesas» acerca de un esposo, promesas a las cuales aferrarme y «esperar» su cumplimiento; he creído aquellas voces que se escuchan en la iglesia que dicen que si tienes el anhelo en tu corazón de casarte, es porque Dios así te lo puso y es un indicativo de que sí me casaré. Todas ellas, déjame adelantarte, lastimosamente estaban erradas.
Tal vez para ti 5 años no es mucho, pero para mí lo han sido, porque durante este tiempo me ha tocado ver cómo mis amigas incrédulas se han casado con un «buen hombre», mis amigas cristianas están saliendo con chicos de la iglesia, e incluso, algunas han tenido bebés, y ante todas esas circunstancias, en muchos momentos, he experimentado una sensación entre desolación y desánimo, preguntándome: ¿Acaso Dios se ha olvidado de mí?, ¿soy muy exigente?, ¿tal vez no estoy haciendo la parte que me corresponde?, o tal vez, ¿hay algo «malo» dentro de mí que no me ha permitido alcanzar el «premio» del matrimonio?
Además, también he tenido un sentimiento de culpa porque tal vez no soy una «buena cristiana» al no experimentar en forma práctica en mi vida esa plenitud y suficiencia en Cristo que la Palabra nos revela y que en la iglesia se nos recuerda constantemente.
Lamentablemente, y contrario a lo que debería ocurrir, la iglesia, en muchas ocasiones, no logra ser un ambiente transparente en donde podemos compartir ese tipo de cuestionamientos, porque nos sentimos juzgadas o tal vez porque no encontramos con quien abrir el corazón para que nos pueda acompañar en medio de ese tipo de sentimientos y/o dudas, así que, al final del día y, en el mejor de los casos, decimos que todo marcha bien esbozando una sonrisa aunque por dentro sentimos que en medio de nuestra soltería hay momentos en que, estamos tristes y necesitamos consuelo.
Querida hermana, no sé si alguna vez te has sentido de esa manera, pero si es así, hoy quiero compartirte que no estás sola en tu sentir, que es normal experimentar esos momentos en la vida debido a nuestra condición humana, pero aun en medio de esas circunstancias, por la Gracia de Dios, tenemos una esperanza viva que nos ayuda, sostiene y anima a continuar viviendo con gozo a pesar de no tener lo que anhelamos: Nuestra esperanza es Cristo.
Con el paso de los años, Dios me ha mostrado que no está mal tener el anhelo de casarme, ni que signifique que Él no sea suficiente para mi vida.
He visto esto como una oportunidad para acercarme más a Él de una manera sincera, genuina y confiada de que tengo un Padre que me ama, a quien puedo decirle abiertamente cómo me siento, y contarle que hay días en que me resulta difícil estar soltera y no tener un compañero al lado con quien caminar.
Puedo derramar mi corazón ante Su presencia y entregarle, una y otra vez, ese anhelo, pidiéndole que me ayude a vivir gozosa con lo que me provee el día de hoy, a no pensar demasiado en el futuro, a que mi corazón sea avivado a través de Su Espíritu Santo y me permita caminar viéndolo a Él y no mis circunstancias ni mucho menos compararlas con las de los demás.
Por sobre todas las cosas, le pido que me ayude a creer que mi historia no se ha escapado de Sus manos, y que, por el contrario, está siendo escrita por Él, el Único que no se equivoca y cuyos caminos son perfectos.
Quien escribe esto no es alguien que ha «superado» esta batalla, sino una mujer que está aprendiendo (un día a la vez) que necesitamos ser más honestas con lo que sentimos; que necesitamos levantar la mano cuando requerimos ayuda; que es bueno crear una comunidad segura en la que podemos abrir el corazón, y ser acompañadas y apuntadas al Señor; y, que la tristeza, desánimo y soledad que se puede sentir al estar soltera, es real y humana, pero también, que todo ello es un medio de Gracia para que, en los días difíciles, podamos correr a Él a derramar nuestro corazón y ser consoladas en Sus brazos; y en los días buenos, le pidamos que aumente nuestra fe; que nos permita ser mujeres esforzadas en seguir conociéndolo, y experimentar la plenitud, gozo y abundancia que, gracias a Su evangelio, podemos tener en medio de nuestras circunstancias.
Así que mi deseo y oración es que, a través de esta historia ordinaria, puedas encontrar ánimo para no sentirte sola ni incomprendida. Somos muchas chicas experimentando esa tensión entre el anhelo genuino por casarnos, y la confianza de saber que tenemos a un Dios cuya Palabra dice que no retiene nada bueno para Sus hijos, y que si bien es cierta la tristeza que puede llegar a existir en medio de la incertidumbre de saber si será la voluntad de Dios proveer un compañero, también lo es que, por encima de ello, debe prevalecer la confianza total de que Dios gobierna nuestro presente y futuro, y eso es una buena noticia porque lo que Él tenga para nosotras, sin duda alguna, será lo mejor que nos podrá acontecer.
Diseños: Daniela Canaviri
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