
Hace algunos meses compartimos un tiempo de comunión muy precioso con mi iglesia local. Vivimos un retiro en un lugar plagado de olivos que me permitió sentir el aire fresco y la fragancia del cuidado de nuestro Señor, así como disfrutar de la compañía de los hermanos.
El retiro se llamó «A Su lado», y el pastor invitado nos permitió comprender y apreciar la compañía de nuestro Señor, a nuestro lado, a cada momento, en cada instante y en cada situación de nuestras vidas. De hecho, una de las frases que quedó resonando en mi corazón desde ese momento fue: «Dios, en Su infinita misericordia, ha decidido salir del jardín para que estemos por siempre a Su lado» (Moisés Peinado).
En el principio, en el Génesis, Dios estaba con Sus hijos de manera constante y total. Caminaba a Su lado, los buscaba y deseaba pasar tiempo con Adán y Eva, quienes también disfrutaban de Su presencia todo el tiempo (Gn 3:8). No había nada que los separara.
Hasta que llegó el peor momento, el que ya todos, tristemente, conocemos: la caída.
La caída del hombre
A partir de este momento en el que tanto Adán como Eva se dejan engañar por la mentira de la serpiente, por la seducción del fruto, por la tentación de conocer más o incluso parecerse a Dios, todo comienza a cambiar.
En primer lugar, Adán y Eva descubren verdades que antes no conocían (Gn 3:7). Se dan cuenta que están desnudos, lo cual les genera vergüenza, miedo, inseguridad. Quedan completamente desprotegidos.
En segundo lugar, desde el momento que deciden escuchar a la serpiente, ambos comienzan a albergar sentimientos de duda, desconfianza y orgullo. De pronto sus corazones dejan entrar la idea de poder ser capaces de pensar como Dios y actuar como Él, o mejor (Gn 3:6).
En tercer lugar, este matrimonio comienza a esconderse, a no querer disfrutar de la presencia de Dios. Descubren que están rotos por dentro, que han hecho algo que no debían hacer y eso los hace mirarse deshechos e indignos. Lo cual trae aparejado problemas de relaciones entre ellos, ya que comienzan a echarse culpas mutuamente (Gn 3:12-13).
Todo esto nos deja ver que dentro de sus corazones comienza, por así decirlo, una batalla por los deseos. Antes solo pensaban y anhelaban agradar a Dios, pero ahora todo su ser se ve inundado de un deseo profundo de ir en contra de la voluntad de Dios. No sólo iban a comenzar a batallar con su interés de amar y vivir para Dios sino con la incapacidad de poder hacerlo por ellos mismos.
La salida del Edén
Este momento, a mi parecer, es crucial. Dios decide sacar a Adán y a Eva del jardín. Ellos ya sabían que morirían si tomaban aquel fruto. Habían dañado el corazón de Dios. Habían hecho aquello que expresamente se les había pedido no hacer; habían dudado del cuidado del Señor, de Su sabiduría y Su poder.
Dios los sacó del Edén, pero no dejó que ellos salieran sin cubrir su vergüenza. Dios tuvo compasión de ellos y los vistió con ropas de pieles de animales. Esto, según entendemos, fue el primer sacrificio hecho para cubrir el pecado del ser humano.
Sin embargo, la consecuencia fue que no podrían volver jamás al jardín: Dios puso custodios en la entrada (Gn 3:24).
¿Cómo conecta esto con nosotras?
Si te fijas bien, estos pecados iniciales son los que gobiernan nuestros corazones hoy. Orgullo, pleitos, egoísmo, vanagloria, vergüenza, miedo, ira, rencor, etc. En su carta a los romanos, Pablo menciona algunos de esos pecados. «Por pensar que era una tontería reconocer a Dios, él los abandonó a sus tontos razonamientos y dejó que hicieran cosas que jamás deberían hacerse. Se llenaron de toda clase de perversiones, pecados, avaricia, odio, envidia, homicidios, peleas, engaños, conductas maliciosas y chismes. Son traidores, insolentes, arrogantes, fanfarrones y gente que odia a Dios. Inventan nuevas formas de pecar y desobedecen a sus padres. No quieren entrar en razón, no cumplen lo que prometen, son crueles y no tienen compasión. Saben bien que la justicia de Dios exige que los que hacen esas cosas merecen morir; pero ellos igual las hacen. Peor aún, incitan a otros a que también las hagan» (Ro 1:28-32 NTV).
Y sí. Allí estamos tú y yo. No podemos escapar de ninguno de esos pecados. Incluso hoy, si ya crees en Cristo, probablemente sigas cargando con algunos de esos pecados en determinados momentos de tu vida. Porque, por más que hayamos sido lavados por la sangre de Cristo, aún somos pecadores y no podemos regresar al jardín por nuestra propia cuenta. Estamos condenados a vivir separados de Dios eternamente por causa de nuestra debilidad.
Pero Dios…
«Dios viene a nosotros en medio de nuestros temores. Se acerca a nosotros cuando estamos separados de Él. Va a encontrarnos en medio de nuestras dudas. Nos persigue cuando vagamos. Cuando pecamos, viene a nosotros con convicción y perdón. Nos capacita cuando estamos débiles. Nos restaura cuando somos infieles. Cuando le negamos, Él no nos niega. Viene a nosotros en el momento de la salvación y viene a nosotros una y otra vez en nuestro viaje desde el “ya” hasta el “todavía no”. Se siente con nosotros asegurándonos de Su amor, poniendo en nosotros amor por Él y enviándonos al trabajo que nos ha asignado. Él no espera a que nosotros vayamos hacia Él; Él viene a nosotros. Ese es el camino de la gracia» (Paul Tripp - Nuevas misericordias cada mañana).
Dios decidió salir del jardín para buscar lo que se había perdido. Dios sabía que esto pasaría. Dios sabía que el hombre pecaría y miraría para otro lado. Aún así, ya tenía planeada la manera de permitirnos volver a ese jardín. No por nuestros propios méritos porque sería imposible. Era necesario que Él saliera a buscarnos.
Recuerda estas verdades cada vez que pienses que estás muy lejos de Él. Puede ser que te alejes de la comunión íntima con tu Señor, lo hacemos a menudo. Pero recuerda que Él salió del Edén por medio de Su Hijo Jesucristo. El Dios encarnado, el Salvador que fue prometido en Génesis 3:15, vino a este mundo a vivir la vida que no podíamos llevar a cabo, y a morir la muerte que nosotros merecíamos por nuestros pecados. Su Hijo Cristo vino para pagar el rescate por muchos (Mr 10:45). Él salió a nuestro encuentro y lo sigue haciendo cada día porque prometió amarnos hasta el fin. Es por eso que ahora esperamos Su segunda venida con gran gozo, cuando todo será restaurado y Su reino será consumado. Anhelamos ese momento cuando estemos por siempre a Su lado y todo será aún mejor que en Edén. Ya no habrá llanto, ni dolor, ni tentación. Solo adoración y eterno gozo.
¡Disfrutemos la bendición que ya hemos recibido de caminar con Cristo y con Su iglesia!
Volvamos a caminar con Él, a Su lado, porque el Grande, Eterno y Único Dios ha salido a buscarnos.
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Diseños: Frida García
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