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Coram Deo: viviendo una vida sabia que da gloria a Dios


Recuerdo que hace varios años cuando comenzaba a caminar en mi fe cristiana, escuché por primera vez que el cristiano «debía tener temor del Señor».


Para serte sincera, sentí una gran incomodidad al oír tal afirmación. A decir verdad, no sabía de dónde provenía (hoy sé que era mi pecado), sólo que era como una especie de indignación que retumbaba en mi interior diciéndome algo así como: ¿Cómo es posible que me digan que tengo que sentir temor de Dios? ¿Acaso Dios quiere que Sus hijos le tengan miedo? ¿Cómo podría acercarme confiada a Dios si le tengo temor?


Con el paso del tiempo, esa incomodidad fue mermando frente a esa expresión, pero te confieso que, por muchos años, el «temor del Señor» era uno de esos temas que no tenían sentido en mi mente, así que preferí no detenerme a pensar mucho en lo que significaba, y menos aún a hablar sobre ello.


Poco a poco el Espíritu Santo me llevó a entender que «tener temor» de Dios no se refería, en absoluto, a lo que yo pensaba. Así que comprendí que, más que un «deber» del cristiano, tener temor del Señor es algo que necesitamos con urgencia para poder vivir vidas sabias que realmente glorifiquen a Dios y proclamen Su existencia.


Hermanas, necesitamos entender que el «temor del Señor» no consiste en tener miedo de Dios, sino que se refiere a un sentimiento de respeto, reverencia, obediencia y adoración delante del Señor, el cual únicamente puede darse cuando, por un lado, tenemos convicción de nuestro pecado y entendemos que este nos aleja de Él, y por otro, cuando entendemos que por Su amor decidió ofrecer a su Unigénito como el sacrificio perfecto para que a través de Su sangre derramada en la cruz, fuera pagado el precio perfecto y suficiente para el perdón de pecados.


Todo esto a fin de que no existiera más esa lejanía y pudiéramos ser reconciliados con ese Dios santo, ser llamados Sus hijos y ser partícipes de todas las bendiciones celestiales que ello trae consigo.


De manera tal, que tener «temor del Señor» es saber que, ante la grandeza, majestuosidad y santidad de Su nombre, todo creyente es llamado a vivir de cara a Dios en todos los aspectos de su vida, teniéndole respeto, reverencia, adorándolo y obedeciéndole.


No obstante, con gran regularidad, vemos tanto en nuestra propia vida como en la de nuestros hermanos en la fe, que nos cuesta cumplir con ese llamado: batallamos con la idea de vivir una vida con sabiduría y que dé Gloria a Dios, al continuar siendo presos de pecados específicos, hábitos dañinos y/o estilos de vida desordenados que no reflejan Su nombre.


Y es ahí donde surgen interrogantes como: ¿pero, por qué ocurre esto? o ¿por qué nuestra vida, a menudo, luce como la de quien aún no conoce a Cristo?


Podríamos afirmar que lo anterior obedece a la naturaleza pecaminosa inherente a nuestra humanidad; sin embargo, también es cierto que gran parte de la respuesta a tales interrogantes se encuentra en nuestra falta de «temor al Señor».


Ciertamente, vivir vidas poco sabias no sólo se debe a esa inclinación natural hacia el mal, sino, además, al poco anhelo que tenemos en nuestro corazón de querer respetar, venerar y obedecer a Dios por el solo hecho de quién es Él.


En Proverbios, encontramos que «el temor del Señor es el principio de la sabiduría» (Pr 1:7, 9:10), lo cual significa que ese es el punto de partida para que vivamos una vida sabia, que dé Gloria a Dios y proclame Su existencia.


Si en nuestro corazón se encuentra presente un deseo real y genuino de querer honrar a Dios y Su Nombre, de entender lo que verdaderamente significa vivir Coram Deo (de cara a Dios), de querer adorarlo en cada parte de nuestra vida, entonces, «la sabiduría entrará en (nuestro) corazón, y el conocimiento será grato a (nuestra) alma; La discreción velará sobre (nosotros), el entendimiento (nos) protegerá, para (librarnos) de la senda del mal» (Pr 2:10-12).


Así que, mi querida hermana, para vivir una vida sabia que dé Gloria a Dios y proclame Su Nombre en esta tierra, no sólo necesitamos hacerle frente a nuestra naturaleza pecaminosa con el favor del Espíritu Santo, sino, de manera relevante, tener temor del Señor y conducirnos bajo el mismo, en todo tiempo de nuestra peregrinación de este lado de la eternidad (1 P 1:17)


Por ello, seamos conscientes de nuestra falta de temor al Señor y corramos a los pies de Cristo a pedir perdón, a sabiendas de que esto, en última instancia, representa una indolencia y apatía por la persona de Dios, y luego, para que reconozcamos la urgente necesidad que tenemos de aprender a temer al Señor, y oremos específicamente en ese sentido.


Sí, mi amada hermana, oremos como el salmista: «Enséñame, oh, Señor, Tu camino; andaré en Tu verdad; unifica mi corazón para que tema Tu nombre» (Sal 86:11).


Reconozcamos delante de Dios con un corazón sincero y humilde nuestra falta y la necesidad que tenemos de que Él nos enseñe a temer Su nombre, pues, sin duda alguna, será el punto de partida para vivir la vida que somos llamadas a tener en esta tierra.



Coram-Deo
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Diseños: Neisha Matos

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