"Felicidades. Estoy muy emocionada por ti."
Este fue el texto que le envié a una amiga no hace mucho tiempo, quien había conseguido mi trabajo ideal en mi lugar. Quería ser de apoyo, pero por dentro estaba lista para acurrucarme en la cama con mil pañuelos. ¿Por qué lo consiguió en mi lugar? ¿Por qué todos mis amigos reciben sus trabajos de sueño, y no yo? Básicamente, le estaba preguntando a Dios de diferentes maneras, ¿por qué no a mí?
¿Te identificas? Tal vez fue una promoción en el trabajo que nunca llegó. Un anillo de compromiso que nunca te pusieron en el dedo. La prueba de embarazo que nunca sale positiva. La oferta de tu casa de ensueño que no aceptaron. En todas las etapas y estaciones de la vida, enfrentamos sueños incumplidos y expectativas insatisfechas. Esto es lo que conocemos como la decepción. Es la esperanza de algo y en su lugar recibimos algo que no queríamos.
Ahora, tener esperanzas y sueños no es inherentemente malo. Vemos innumerables figuras bíblicas que tenían grandes esperanzas y sueños. Sara y Abraham esperaron un bebé por 25 años (Gén. 21). Jacob esperó y soñó con Raquel durante 14 años antes de casarse con ella (Gén. 29). José estuvo en la cárcel por dos años esperando que el copero lo recordara y lo sacara de la cárcel (Génesis 40-41). Ana oró y lloró deseando un bebé durante muchos años (1ª Sam. 1). La mujer que sangró por 12 años esperaba ser sanada (Mar. 5: 25-34). Pablo oró para que el Señor le quitara una carga (2ª Cor.12: 8). Esperaban, soñaban, y deseaban.
Ahora, el Señor nunca prometió darnos todo lo que quisiéramos ni todo lo que pidamos en oración, no importa cuán piadoso sea el deseo. Entonces, ¿qué debemos hacer cuando nuestros sueños se quedan sin cumplir? El Señor me ha estado llevando recientemente en un viaje a través de las decepciones y por Su poder y Su gracia; Él me ha permitido enfrentar, procesar y sanar buscando Su presencia, Su perdón mediante la rendición.
Buscando Su presencia
Inicialmente, cuando me enfrento a una esperanza insatisfecha, mi instinto (desafortunadamente) es encontrar consuelo en cualquier otro lugar diferente a la presencia del Señor. Tiendo a querer recurrir a las distracciones para desenfocar mi mente del dolor y la tristeza a través de los medios sociales, la televisión y los libros. O llamo a una amiga para alardear de las injusticias percibidas que estoy experimentando.
Pero la gracia del Señor, finalmente me lleva a Su presencia, porque no hay mejor lugar para lidiar con la decepción que el Señor. Después de todo, Él conoce todos los detalles; de hecho, Él es quien está soberanamente en control de todas las circunstancias de mi vida. Y mi desilusión no lo sorprende, ni es algo ajeno a Él. En realidad, Cristo mismo enfrentó decepciones y sufrió mucho, lo que le permite simpatizar con nosotras (Heb. 4:15). Mateo nos dice que Cristo anhelaba que Jerusalén viniera a Él y creyera, pero ellos no quisieron (23:37). Dios desea que todos los hombres sean salvos, pero no lo serán (1ª Tim. 2: 3-4); Y Él desea que seamos santificados, pero fracasamos (1ª Tes. 4: 3). Claramente, humanamente hablando, es como si Él también enfrentara deseos insatisfechos.
Cuando me enfrento con la decepción y huyo al Señor leyendo la Palabra y en oración; termino con más paz que cuando huía hacia otras personas u otras cosas. Lo que he descubierto es que cuando Él dice que Él es el Príncipe de Paz, Él lo dice en serio. Y cuando el salmista dice: «en tu presencia hay plenitud de gozo; a tu diestra, deleites para siempre» (Sal. 16:11), Él es fiel y verdadero para mostrarme que esto es real cuando lo busco con todo mi corazón.
Lo más asombroso de esto es que cuando lo buscamos fielmente en la Palabra y por medio de la oración, incluso en nuestro dolor y desilusión, Su misma presencia trae más alegría y plenitud que cualquier cosa que podamos desear. Su amor es mejor que cualquier esperanza, sueño, plan y expectativa que podamos tener. Efectivamente, al encontrar esta realidad como verdad, me sentí desafiada a explorar los deseos que tenía tan firmemente en mi corazón.
Buscando Su perdón
Hace poco leí una cita de Amy Carmichael, misionera en la India a principios de los años 1900, que incitó mi alma a explorar las profundidades de mis esperanzas. Ella escribió:
«Si codicio cualquier lugar en la tierra excepto el polvo al pie de la cruz, entonces no sé nada del amor del Calvario.»
Mientras leía la Palabra, meditaba en la cita y pasaba tiempo en oración, el Señor comenzó a revelarme que muchas de las esperanzas que no se habían cumplido, habían comenzado a ser ídolos en mi corazón. Yo había estado codiciando y colocando mi esperanza en estos deseos más que en Cristo. En mi anhelo, yo creía que, si tuviera el trabajo de mis sueños, entonces me sentiría contenta. E inevitablemente, cuando el Señor no me concedió mis deseos, me devasté y le lancé, pregunta tras pregunta. Me había olvidado del amor del Calvario.
Romanos 5:8 nos dice: «Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.» Había olvidado los insultos, los escupitajos y los comentarios burlones que se le lanzaron. Olvidé la sangre que Él derramó por mí en la cruz. Pasé por alto los tres días que Su cuerpo estuvo en una tumba y la gloriosa esperanza de la resurrección.
¡Qué difícil es hacer estas preguntas cuando estás sentada al pie de la Cruz! No fue posible sentirme decepcionada cuando me acordé de que ya había recibido el mayor regalo de todos: la salvación. Y ¡oh qué regalo tan costoso fue! y qué experiencia humillante es que el Señor me recuerde todo lo que hizo por mí.
Afortunadamente, el Señor es bueno y clemente para perdonarnos y limpiarnos de todos nuestros ídolos a través de Su obra en la Cruz (1ª Jn 1:19). Sólo necesitamos que Él examine nuestros corazones e ilumine nuestros ojos espirituales para reconocer cuándo un deseo se ha convertido en un ídolo. Y cuando Él hace esto, debemos ser rápidas en responder buscando el perdón que Él nos da gratuitamente.
La rendición
La mejor imagen que tengo de la rendición es la de una niña que sostiene firmemente a un pequeño oso de peluche, mientras Jesús extiende Su mano hacia ella, invitándola a entregarle su oso. Sin saber la niña, que detrás de Su espalda, Jesús sostiene un oso de peluche diez veces el tamaño que el que ella posee, listo para dárselo una vez que le entregue el suyo. Esta imagen me recuerda la bondad y la compasión de nuestro Padre que sólo da buenos regalos y no nos pide que renunciemos a algo para causarnos dolor. De hecho, Él nos pide que le entreguemos cosas a Él, sacrificando lo que queremos, porque Él quiere darnos algo mejor: ¡Él mismo!
No hay mejor ni más perfecto regalo que Su presencia. Algo que debemos recordar es que aun si Dios nos da lo que le rendimos a Él, todavía no va a ser perfecto. No tendremos un trabajo perfecto, un matrimonio perfecto, una amistad perfecta, un negocio perfecto, etc. Lo Único Perfecto que podemos experimentar ahora, en este lado del cielo, es Dios. No importa cuán bueno sea algo, inevitablemente nos decepcionará, sean circunstancias o personas. Pero Jesús, Él nunca decepciona; Él siempre está allí para nosotras, caminando con nosotras, ofreciéndonos todo de sí mismo. El Dios del universo, el Dios que sostiene todas las cosas, Él que sangró en la cruz, Él que conquistó la muerte, se ofrece a sí mismo para ser nuestro deleite y satisfacer cada deseo que pudiéramos tener en Él (Sal. 37: 4).