Serie confesiones: «Confieso que tuve una infancia muy dura pero Cristo me rescató»
- Sofía Rodríguez
- 22 mar
- 2 Min. de lectura

Oro al Señor que me guíe para poder contar cómo Él orquestó todo esto en mi vida con el fin de llevarme a la salvación en Cristo y reflejar Su gloria.
Durante mi infancia, y gran parte de mi adolescencia, tuve que experimentar el fracaso matrimonial de mis padres y la guerra que se desataba entre ellos cada día. Dentro del caos familiar de mi hogar, había violencia física, verbal y emocional. Por momentos, también había llanto, dolor, enojo, manipulación. Y, aunque el Señor permitió muchas cosas buenas dentro de este contexto, para mí era muy difícil crecer y relacionarme con mis padres de manera sana. Con el tiempo, llegué a pensar que sus vidas eran lo peor que me había pasado, ya que siempre terminaba en medio de sus discusiones, malos momentos; tratando de «salvar» la vida de mis hermanos menores, sin lograr nada bueno al respecto. Mi corazón se volvió tan duro como una roca y lleno de amargura. Según mis razonamientos, todo lo malo en mi vida tenía que ver con lo que yo vivía puertas adentro en mi hogar.
A pesar de que el sufrimiento era real, cuando el Señor me rescató me ayudó a comprender que esta situación nunca había estado ajena a Su plan de redención para mi vida. Él me hizo consciente de que yo era parte de Su historia, a pesar de las consecuencias del pecado que mi familia y yo experimentamos cada día. Me permitió ver que mis padres no eran los únicos pecadores y que mi mala manera de reaccionar no era sólo producto de lo que yo veía en ellos, sino también de mi propio pecado. Esto me llevó al arrepentimiento, la fe, la paz con Cristo y la verdadera libertad.
En conclusión, Él me rescató de mí misma, de mi condición de pecadora camino a la perdición, me dio libertad de la culpa y la condenación del pecado y restauró mi mente y corazón de las experiencias y recuerdos del pasado; convirtiendo la amargura en gozo, el rencor en perdón, la desesperación en esperanza eterna. Me rescató de aquella situación de gran aflicción para darme el gozo eterno de estar en Su familia (Romanos 8:15).
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