Serie confesiones: «Confieso que desconocía que muchas prácticas y deseos podrían considerarse como transgresiones a Dios »
- Carlimar Arias
- 29 mar
- 2 Min. de lectura

«Confieso que, hace unos años atrás, desconocía que muchas prácticas y deseos en mi corazón podrían considerarse como transgresiones a un Dios Santo».
El Señor quita la venda de nuestros ojos para que podamos ver nuestro pecado y la necesidad de un poderoso Salvador; es Él quien coloca en nuestros corazones el arrepentimiento y fe para creer; es Él quien renueva nuestros pensamientos, deseos y pasiones, conformandonos al carácter de Cristo; y sólo Él nos ayuda a perseverar para no desmayar en las dificultades de un mundo caído concediéndonos día a día Su gracia que nos capacita para luchar contra la debilidad de nuestra carne.
Sólo Él es capaz de cambiar nuestra mente y mostrarnos que muchos de nuestros deseos, en realidad, son dioses falsos erguidos en nuestros corazones que son incapaces de satisfacernos. Esos anhelos, de forma práctica, pudiesen ser una casa, un automóvil, una carrera universitaria, un estatus social, o un esposo y una familia. Todos ellos son aparentemente inofensivos, pero pueden estar ocupando el lugar de Dios en nuestras vidas: vivimos por y para servirles a ellos.
En mi caso, el Señor, como un Padre bueno que quiere lo mejor para nosotras, fue mostrándome que en mi corazón habían ídolos tratando de usurpar el lugar que solo Él es digno de ocupar: el deseo ferviente de tener un esposo piadoso y una familia estaban estorbando mi adoración a Dios.
Ser consciente de ello fue muy doloroso para mi, pues me sentía muy débil, y en mis fuerzas sabía que no podía continuar y pelear sola contra mi carne.
Pero, el Señor no nos deja allí; Él es bueno y nos capacita con Su gracia, en dependencia del Espíritu y nos recuerda que solo Dios satisface el alma, pues Quien formó cada parte de tu cuerpo y conoce cada uno de tus cabellos, ha establecido lo que es bueno para el hombre: ¡vivir para Su gloria! (1 Co 10:31).
Necesitamos volver nuestros corazones al Único que puede proporcionarnos plena satisfacción y gozo. Ningún bien material, reconocimiento terrenal o ninguna persona podrá llenar el vacío consecuente de una vida separada de Dios. Sólo en Cristo estamos completas (Col 2:10).
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