Creo que no puedo evitar sentirme muy identificada con esta pregunta: ¿Cómo saber si un sueño o anhelo se ha convertido en un ídolo en mi vida? En el blog de hoy, trataré de responderla a la luz de las Escrituras.
No todos los sueños son malos, ni todos se convierten en ídolos. Hay anhelos que han sido puestos en nosotras que provienen de Dios, y otros que son metas saludables. El problema es nuestro corazón.
Un sueño se convierte en un ídolo cuando nuestra satisfacción (inmediata o futura) depende del cumplimiento de este. Cuando esto sucede, nos dedicamos a pensar incansablemente en el cómo o cuándo de esa meta, en vez de ser intencionales en renovar nuestra mente como nos indica el apóstol Pablo en Romanos 12:2. Nuestras oraciones se vuelven sueño-céntricas y pierden su propósito principal, de establecer una comunión con el Padre.
Una manera práctica de saberlo (además del cese de nuestras disciplinas espirituales bien ejercidas), es preguntándonos: «¿Qué pasaría si mi anhelo no se cumple?». Si sientes una gran insatisfacción o frustración y tu identidad empieza a tambalear, entonces, querida hermana, ya no es una meta, es un ídolo.
Sin embargo, también hay que reconocer que somos simultáneamente justos y pecadores, como decía Martín Lutero. Por ende, existe la gran posibilidad de que en algún momento no nos demos cuenta de cómo un sueño se ha vuelto un peligro.
No obstante, en el Salmo 139:23-24, el salmista nos deja una oración bastante honesta que puede ayudarnos hoy día para lidiar, incluso, con nosotras mismas:
«Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis inquietudes. Y ve si hay en mí camino malo,y guíame en el camino eterno» (LBLA).
Aunque en un contexto un poco diferente, Pablo también le hace una recomendación similar a Timoteo: «Ten cuidado de ti mismo [...]» (1 Ti 4:16).
Sé que puede ser desolador darse cuenta de la realidad de nuestro corazón y de sus verdaderas intenciones cuando sometemos nuestros sueños a prueba. Pero, como siempre, ese momento puede transformarse en una oportunidad para dejarnos transformar por el Espíritu Santo y rendirnos por completo a Aquel en quien habita toda la plenitud.
No nos sintamos condenadas por caer en este pecado, el Señor ya hizo el sacrificio para el perdón de todos ellos. Tratemos de ir a Jesús y poner nuestros ojos en Él, el único que puede darnos la verdadera satisfacción en un mundo caído como éste.
Por último, te recuerdo este versículo que me ha animado mucho este tiempo, y espero que para ti también lo sea:
«Por tanto, puesto que tenemos en derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios» (He 12:1-2 LBLA).
Diseños: Daniela Canaviri
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