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¿Cómo reconocer un matrimonio en peligro?

Foto del escritor: Yeimy de RobainasYeimy de Robainas

¿Conoces algo sobre educación vial? La verdad es que no soy para nada experta en este tema. Mi esposo ha estado estudiando las diferentes señales de tránsito y su función para poder sacar su licencia de conducción y, en ocasiones, me ha comentado de algunas. 


Según he escuchado, hay señales de varios tipos y con diferentes propósitos. Las señales de advertencia de peligro, también conocidas como señales preventivas, se colocan en lugares donde existe un riesgo. Éstas establecen obligaciones, prohibiciones o advertencias a respetar para mantener la seguridad. Son indicaciones visuales que deben reconocerse rápidamente de un solo vistazo. Todas las señales de tráfico tienen una forma y set de colores característicos que permiten que sepamos qué clase de señal estamos viendo. Además, indican acciones que se deben realizar para evitar posibles accidentes.


Al meditar en el contexto del matrimonio, pensaba en ese tipo de señales. El matrimonio es un llamado hermoso y un regalo de Dios. Sin embargo, el hecho de vivir en mundo caído, ha traído consigo que el pecado afecte esta relación. Aun dentro de la iglesia, los matrimonios entre creyentes enfrentan retos: de nuestro propio corazón engañoso, del mundo hostil a nuestra fe y del enemigo de nuestras almas, Satanás.


Tal y como sucede en la vía pública, donde son colocadas las señales para advertir de peligros a los conductores, así también, cuando transitamos por las complejas autopistas, avenidas y calles del matrimonio, es posible identificar ciertas señales de peligro. Cuando en la relación con nuestro cónyuge comenzamos a ver estas señales, debemos estar alertas ante riesgos presentes. Si estas advertencias no son tomadas en serio, corremos el peligro de sufrir consecuencias y daños que pueden ser severos, e incluso mortales, para la vida de nuestra relación.


5 señales de peligro


En este blog quisiera compartirte 5 señales de peligro que evidencian que tu matrimonio está en riesgo y, por lo tanto, debes estar atenta y tomar las acciones necesarias:


  1. Falta de perdón 


Alguien, cuyo nombre no recuerdo, escribió que: «Un buen matrimonio es la unión de dos grandes perdonadores». Esto tiene todo el sentido cuando recordamos que el matrimonio es, también, la unión de dos grandes pecadores en un mundo caído. Por sí solo suena como la receta perfecta para el desastre porque, es de esperar, que habrán conflictos e interacciones difíciles entre dos personas que pecan cada día y que, además, viven en medio de circunstancias de presión, dolor y el pecado de otros. En algún momento, los cónyuges que se casaron con brillo radiante en sus ojos y llenos de ilusiones, irán perdiendo la intensidad inicial de sus emociones a todo color. Necesitarán entonces reafirmar sus convicciones y decisiones de su voluntad, por encima de sus sentimientos.


Sí fuera por las ofensas y heridas que podemos recibir en el matrimonio, éste no duraría mucho tiempo. Sin embargo, el Señor, en Su gracia ha provisto un medio que permite la reconciliación entre los cónyuges cada vez que se fallen mutuamente. El medio destinado para eso es el perdón. Lamentablemente, muchos matrimonios no usan esta vía provista por Dios, pero la falta de perdón en la relación matrimonial poco a poco irá infectando a esposo y esposa de los venenos mortales del resentimiento, la amargura y el enojo.


Los problemas no resueltos, el rencor y los deseos de venganza acumulados harán que la pareja suba a una rueda giratoria. Ésta iniciará un ciclo de ataques, malas actitudes, falta de amor, impaciencia, así como culpa y vergüenza; que irán desgastando la relación hasta morir. Definitivamente, la falta de perdón es una señal altamente peligrosa que amenaza contra la vida conyugal. Es por eso que debe ser atendida con rapidez, tan pronto veamos su evidencia.


En su lugar, el otorgar perdón genuino, restaura el daño causado entre la pareja, y los acerca nuevamente. El perdón libera a la persona que lo ofrece de la prisión del egoísmo y del orgullo, de creerse juez por encima del otro. Por otra parte, el perdón llena de misericordia y gracia a quien lo recibe. Misericordia, porque no le das a la persona lo que en realidad merece. Gracia, porque le das más de lo que se merece. Es una oportunidad para cancelar esa deuda y seguir mostrando amor y paciencia al ofensor. Es tratarle con mansedumbre y no tomar en cuenta su historial de pecados. 


Ahora bien, el perdón es una decisión voluntaria, no un sentimiento ni tampoco algo que se da de forma natural. Está más allá de nuestra capacidad. Necesitamos al Señor para que nos capacite para poder perdonar a nuestro cónyuge, como Él también nos perdonó a nosotras en Cristo Jesús (Ef 4:32; Col 3:13). De hecho, el perdón es una oportunidad de ser más como Jesús, quien nos perdonó la mayor deuda de todos los tiempos. Sólo mirándole a Él, a la cruz, y creyendo en Su persona y obra, recibimos un corazón transformado con la capacidad de perdonar a otros. Si Cristo nos ha perdonado, ¡cuánto más debemos nosotros perdonar deudas mucho menores! (Mt 18: 23-35).


Recuerda que el matrimonio es un pacto que hacemos hasta que la muerte nos separa. Por lo tanto, si queremos cuidar y proteger la vida útil del matrimonio, entonces tendremos que estar dispuestas a ser obedientes y perdonar. No se trata si recibiremos o no ofensas. En realidad, ofenderemos y seremos ofendidas en varias ocasiones. El punto es si vamos a perdonarlas y a cubrir multitud de faltas con el amor de Jesús (1 P 4:8). El perdón no da cabida al divorcio que es tan popular en estos tiempos, sino que aboga por una relación para siempre en esta vida y sin cuentas pendientes, modelando a otros el Evangelio del perdón y la gracia de Jesús.


*Pregúntate: ¿Estoy perdonando con frecuencia a mi esposo o llevo un registro siempre presente de sus faltas no perdonadas? ¿Guardo resentimiento y amargura hacia él en mi corazón? ¿Cómo es el aroma de nuestra relación? ¿Qué ha traído mi falta de perdón al matrimonio? (Tensión en el hogar, peleas continuas, quejas, murmuraciones, angustia, temor en los hijos).


  1.  Dificultades o ausencia de comunicación y conexión emocional


Otra señal muy peligrosa en los caminos del matrimonio, tiene que ver con las dificultades o ausencia de comunicación y conexión emocional. Esto sucede cuando una pareja, comienza a alejarse progresivamente el uno del otro y sus corazones se van enfriando y distanciando. La pareja cambia en sus formas de comunicarse y relacionarse, y se desconectan emocionalmente. No pasan tiempo compartiendo sus conversaciones como antes; no hay un esfuerzo intencional por cultivar ese hablar el uno con el otro, no sólo de temas informativos y de actividades diarias, sino de temas del corazón y de su intimidad emocional, preocupaciones, cargas, deseos y gustos. De esta manera van perdiendo el interés el uno en el otro, lo que atenta contra la vida de la relación porque estos aspectos son esenciales, para convivir en armonía y conocimiento mutuo.


Una comunicación adecuada y una vida de intimidad emocional en buena forma, traerán consigo un acercamiento y una confianza profunda entre ambos, además de influir considerablemente en la intimidad física y sexual. Esto prospera el deseo de compartir nuestra vida y amar al otro. Te centras en sus necesidades e intereses, no en los tuyos. Buscas seguir comprendiendo a tu cónyuge. Escuchas con atención. Hablas con compasión y bondad. Sabes cómo agradarle y preferirlo. Eres humilde y vulnerable, abriendo tu corazón sin reservas, siendo honesta y transparente con tus luchas reales, tus alegrías y tristezas.


Serán capaces de conectar el uno con el otro, mostrar empatía y desarrollar una profunda unidad y armonía en sus anhelos y propósitos, de acuerdo a la voluntad de Dios.


* Pregúntate: ¿Cómo es mi comunicación con mi esposo? Si pudiera cambiar algo en mi comunicación con él, ¿qué sería? ¿Cómo está nuestra conexión emocional? ¿De qué maneras estamos conectándonos cada día? ¿En qué áreas identifico que hemos bajado la guardia?



  1.  Elevadas exigencias y críticas hacia tu cónyuge.


La siguiente señal puede identificarse cuando notas que nunca estás conforme o contenta con quién es tu cónyuge o con lo que él hace. A la vez, sueles exigirle con frecuencia y estableces para él estándares elevados, casi al nivel de la perfección. Como, obviamente, tu esposo no va a cumplir siempre tus expectativas, esto hace que lo critiques por sus fracasos y le expreses tu descontento. Haces juicios incluso de sus motivos y acciones lo que, poco a poco, presiona la relación, trae tensión, malestar e incomodidad; fija altas medidas imposibles de alcanzar, sobrecargando y agobiando a tu compañero.


Sin embargo, nuestro llamado es a ser agradecidas por el don del matrimonio y por el esposo que el Señor nos ha regalado. Éste es el hombre que Dios sabía que íbamos a necesitar para crecer juntos en santidad y amor. Sí, aun con todos sus defectos y fallas, al igual que nosotras imperfectas pecadoras. Pero Dios nos manda ser pacientes, misericordiosas y compasivas con los defectos de los demás y a aplicar su regla de oro: «todo cuanto quieran que los hombres les hagan, así también hagan ustedes con ellos» (Mt 7:12). 


Debemos centrarnos en lo que Dios quiere cambiar de nosotras mismas en primer lugar, y no en ser el Espíritu Santo de nuestros esposos. Necesitamos rendirnos a Dios, y Él obrará de un modo perfecto y eterno en el alma de nuestro cónyuge. Con exigencias y críticas no vamos a lograr nunca el efecto o el cambio deseado en él. Más bien, tratemos de animarles y afirmarles en su caminar en Cristo, a pesar de sus debilidades y tropiezos (Ef 4:29).


* Pregúntate: ¿De qué formas estoy tratando a mi esposo? ¿Le exijo con frecuencia en relación a su comportamiento u obligaciones? ¿Cómo le hablo a mi cónyuge? ¿Es la crítica una constante en mi relación matrimonial? 



  1. Miedo y autoprotección.


Esta señal de peligro, en muchos sentidos, está relacionada a las anteriores. Las fricciones y tensiones frecuentes en la relación matrimonial, pueden llevar a que los cónyuges desarrollen temor. Comienzan a esconderse el uno del otro por el miedo a ser conocidos tal y como son. Levantan barreras entre ambos y se alejan. Esto, a su vez, refuerza el hecho de que la comunicación y la conexión emocional también se ven afectadas.


Este miedo al hombre les conduce a la autoprotección, conductas evasivas o de huída, en algunos casos, y defensivas, otras veces. Desarrollan un temor que les pone lazo y los mantiene atados y ensimismados en ellos mismos (Pr 29:25). Ese temor de lo que el otro piense no está centrado en amar al cónyuge. Es una preocupación asfixiante y esclavizante a la opinión del otro por temor a su rechazo y su deseo de aprobación. Lo que demuestra un anhelo mayor de agradarte y amarte a ti misma, llevándonos a la idolatría, a ser orgullosas y no humildes.


El amor sólido en una relación matrimonial consiste en amar a Dios y a nuestro esposo en primer lugar (Mr 12:28-31). De esta manera, no estaremos centradas en protegernos y servirnos a nosotras mismas, sino en servir y amar a nuestro esposo en el temor del Señor.


En una relación matrimonial sana, los cónyuges deben buscar ser transparentes y abiertos el uno con el otro, sin nada que esconder. Dios les guarda y les cuida. Pueden confiar en su cónyuge porque confían en Dios en primer lugar. Tienen libertad del temor para amar al otro, no a sí mismos. Recuerda dos grandes verdades: Dios no nos ha dado un Espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio (2 Ti 1:7); Su amor echa fuera todo temor (1 Jn. 4:18). 


* Pregúntate: ¿Me he visto en algún momento huyendo de mi esposo? ¿Hay veces en que escondo cosas de él? ¿Qué impulsa en mí estas actitudes? ¿Puedo decir que temo a mi esposo o a Dios? ¿Me relaciono con mi esposo sobre la base del temor o del amor? ¿Busco agradar a Dios y a mi cónyuge primero, o a mí misma?



  1. Buscar nuestra identidad y satisfacción en nuestro cónyuge y no en Dios


Esta señal, nos muestra que estamos buscando nuestro valor e identidad, nuestra importancia y el significado de nuestras vidas, en nuestra pareja y matrimonio. Pero esta señal advierte mucho peligro. Nuestro esposo, un humano pecador, caído y falible, también como nosotras, es un lugar muy débil para poner nuestra esperanza. Nuestro cónyuge nos va a fallar. Es un hecho. Así también, nosotras les fallaremos a él. Si nuestra identidad y valor están puestos en él, seremos sacudidas cada vez que nos defraude. Lo  vamos a idolatrar, y le daremos el lugar de Dios que no le corresponde. Nuestro gozo será inestable y efímero porque estará movido por el ánimo cambiante de un ser humano, del cual la Biblia dice que no es confiable (Jer 17:5-10).


Cuando colocamos nuestra identidad sobre nuestros esposos, los cargamos con un peso que es demasiado grande para sus espaldas y no podrán soportar. Ellos no fueron creados para satisfacer estas necesidades en nuestras almas. Sólo Dios, nuestro Creador, lo puede hacer.


El matrimonio es sólo una parte de las tantas de nuestras vidas. No es nuestra vida. No es nuestro Dios. Es un don dado por Dios, que le pertenece a Él, y en el que no siempre estaremos. Nuestro valor e identidad sólo se encuentran en Cristo Jesús. En Él encontramos una Roca fuerte y permanente en todo tiempo. Él nos puede sostener ante los altibajos de un matrimonio imperfecto o frustrante. Él es Fiel y nunca cambia.


* Pregúntate: ¿He puesto mi esperanza en mi esposo en lugar de poner mi mirada en Cristo? ¿He basado alguna vez mi identidad en mi cónyuge? ¿Me he visto frustrada al esperar satisfacer mis deseos y necesidades en mi cónyuge en lugar de buscarlo en Dios?


Conclusión


Si queremos cuidar nuestro matrimonio haremos caso de estas señales, buscaremos prevenirlas y tomaremos las medidas de seguridad necesarias. A pesar de las luchas y de lo difícil del matrimonio, en Cristo y Su Evangelio tenemos esperanza. Él es el Guardador y el Salvador de nuestras vidas y de nuestros matrimonios, quien nos preserva y ayuda, nos fortalece y nos guía seguros por las carreteras en mal estado, por las curvas peligrosas o en las orillas de los precipicios de nuestra relación matrimonial. Él abre nuestros ojos para que, en el poder del Espíritu Santo y de Su Palabra, veamos estos riesgos y peligros y, en Su gracia, nos va transformando para alejarnos de ellos, nos da el arrepentimiento y la fe en Su justicia y Su desempeño perfecto poniendo en nosotras tanto el querer como el hacer por Su buena voluntad (Fil 2:13) para luchar contra nuestros pecados. 


Podemos vivir rendidas a Él y experimentar gozo, paz, perdón, unión, humildad, confianza, conocimiento mutuo y satisfacción solo en Dios, y no en nuestro esposo. Y, por Su gracia, podemos extender estas bendiciones también a ellos, en Cristo. 


Hoy te exhorto a que juntas podamos considerar estas señales, buscar la protección de Dios para nosotras y para nuestros cónyuges, y huir del peligro. Amada hermana, sólo así nuestros matrimonios son rescatados de los accidentes mortales y guiados en el camino de la vida eterna en los pasos de nuestro Dios (Sal 85:13; 139: 23-24).


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